Dolores Labarcena
Será impresionante cuando, como expresé antes, embosquemos al enemigo al amanecer, y el sol, todavía oculto, o enseñando muy sigilosamente sus penetrantes y ardorosos rayos detrás de las montañas, sea testigo de nuestra victoria. Porque allí donde pisemos, donde nuestras botas en medio del humo y el polvo dejen sus huellas, huellas indelebles, justas, libertarias, la pagarán caro. Verás, Chivo, no dejaremos títere con cabeza, lo escribiré todo, expresó Sandalio Peruyera. Luego me explicas, Sandalio. No seas porfiado. Déjame ayudarte, coño. No perdamos un segundo que esto se va a poner peor, intenté persuadirlo. Luego me explicas. Y lo saqué a rastras del blindado en llamas, en un volido. Eh, ¿y este ajetreo, Chivo? ¿Entramos en combate?... Descansa, compadre. Qué bárbaro. ¿Tienes sed? Coge la cantimplora, le dije. ¿Sed? Negativo. Lo único que me tomaría ahora es una sopa caliente. Campana, Chivo, estoy campana. Vamos, ayúdame a pararme. No dejaremos títere con cabeza. ¡Tiembla, Savimbi!… Quizás no tuve tacto. Pero qué haría otro en mi lugar. Es muy fácil juzgar fuera del terreno. Tenía dos opciones: la primera, mentir, la segunda, decir la verdad por muy cruel que fuese. Imposible, Sandalio. ¿Pararte? Libérate de toda preocupación terrenal. ¿No te has visto?, insistí encendiendo la linternita que llevaba colgada del cuello. Te faltan los pies. No te agites. ¡¿Que me faltan los pies?! ¡No embromes, Chivo! ¡¿Los pies?!, exclamó blandiendo con ímpetu las manos para comprobar lo que de por sí era una realidad. ¿Viste? Ahorra energías. Nos dieron, Sandalio. Los emboscados fuimos nosotros. Ahorra energías, repetí. ¿De quién fue el error, Chivo? Nunca imaginé que caería aquí. ¡Chivo, este es mi bautismo de fuego! Dime la verdad, compadre, ¿no será un sueño, una pesadilla de la que no logro despertar? Pellízcame una pierna, Chivo, ¡una pierna!… Instantáneamente cesaron las tribulaciones y su rostro comenzó a palidecer. No te duermas, Sandalio. Mira hacia allá. ¿No ves? Viene la ayuda. ¡Mira!, le grité. Y hacia allá solo había selva. Una selva tupida. No veo nada, compadre. ¿Quiénes vienen?, indagó. La Unidad de Apoyo, Sandalio. Y los de a pie son los zapadores. ¿Te acuerdas del “Dale pa´lante” del general Lamata? Nos salimos del trillo. Una mina. Bueno, también misiles, cañones, morteros… ¡Vamos, mantente despierto, compadre! Lo zarandeé. La más fea, Chivo. Nos tocó bailar con la más fea. ¿Y el general Lamata? ¿Lo sacaron del blindado?, seguía indagando. Entero, Sandalio. Ahora mismo lo trasladan en helicóptero a Rosalinda. Chivo, ¿en helicóptero como está la cosa?... Siempre tuviste un tornillo suelto, dijo. Entonces asentí con benevolencia y él sonrió con la ternura de los agonizantes.
La nota que sigue la encontró Píriz
en uno de los bolsillos del difunto Sandalio:
Desde
Quibala a Ebo resueltos rodaban nuestros tanques. Por aquí la tierra es
próspera, salvaje, coreada de árboles frondosos donde el baobab está en flor, y
la pitanga madura. El silencio es cómplice. Antes de llegar a Catofe nos
detuvimos donde acampaban las tropas del general (tachado). Él mismo en persona
salió a nuestro encuentro fusil en mano, y botas nuevas. Señorea la
hospitalidad. Allí se encontraba la plana mayor: los generales Zeferino Carvajal,
Desiderio Solaz y el coronel Chacón Morales. El general (tachado) y el general Lamata
se apartan de mí. Escucho, peligroso instante de indiscreción, que hay cambio de
planes. ‘Óyeme bien, Lamata, ese paquete que trajiste tiene de manigüero lo que
yo de manicura. Dile que esto no es la redacción del Juventud Rebelde ni
del Sierra Maestra. Que deje la libretica y se ponga pa' su cartón’. Su tono
es pedante, agresivo. Con el alma hecha jirones me dirijo hacia un grupo de
soldados que rodeaban a un nativo, ojeroso y patizambo, el cual, enseñando el
muñón de su brazo derecho, narraba sin ahorrarse detalles, una tras otra, las
derrotas sufridas en los últimos meses por nuestras fuerzas revolucionarias, dejando
entre los oyentes un velo de desaliento semejante a un parasol, vasto,
impenetrable. Me dirijo a él, porque de justicia y confianza se va llenando el
pecho, y le converso: Compañero, el enemigo no tiene reparos en emplear en la
guerra todo su poderío. A excepción de la bomba atómica, el arsenal que posee
es incalculable. No. No somos partidarios de ningún enfrentamiento. Anhelamos
la paz, una paz firme, duradera, fundada en los principios de independencia,
democracia y neutralidad. No se amilane, compañero. El movimiento de
resistencia se robustece como las hojas del mopane, cual mariposas agraciadas,
multiplicadas de la raíz al cielo, como nuestra palma real, de penacho áspero y
gustoso fruto. Da igual el credo, el color de la piel, la clase social, estamos
hermanados por un mismo ideal. ¿No está al tanto de las deserciones en las
filas del enemigo? Él me mira con un aire entre agrio y socarrón. A quien nace
pa' tamal, del cielo le caen las hojas, expresó en portugués. Me retiro. En la
mesa donde se encontraba la plana mayor junto al general (tachado), una comida cuantiosa,
nutritiva: ajiaco, puerco asado, yuca con mojo, y de postre, casquitos de
guayaba en almíbar. Tomo asiento al lado del general Lamata. Grave momento, el
del nervio magullado, apiñado. Se palpa la tensión, mi repulsa. Estoy herido.
¿Dónde me pongo, general (tachado), de frente o de espalda? Emanaron mis
palabras como de un surtidor, límpidas, chispeantes, embebidas del halo de la
razón. El general (tachado) desde su taburete, con ojos fogosos, desbocados, me
increpa: ‘¡Ponga los pies en la tierra, hombre! Aquí donde usted me ve, sin
estudios, soy el único con (tachado) que puede dirigir esta guerra. ¿Ve ese
caminito? Del descanso corto, a la trocha espesa. Se lo diré más claro,
(tachado) de curujey. Váyase usted al (tachado) ¡Ajile!’… Y así, en medio de
aquella hostilidad, damos de lleno en la sabana. Vamos, Sandalio, no se lo tome
tan a pecho. A veces la luna se oscurece por un eclipse, me dijo el general
Lamata. Salimos sin probar bocado por culpa de ese hijo de (tachado). De muy
mala calidad el aguardiente que nos dio. Ojalá que un rayo (tachado). Para
tomármelo, le echo un chorro de naranja, con dos clavos de olor.
Quizás no tuve tacto. Pero qué
haría otro en mi lugar. Es muy fácil juzgar fuera del terreno. Tenía dos
opciones: la primera, mentir, la segunda, decir la verdad por muy cruel que
fuese… Será impresionante cuando, como expresé antes, embosquemos al enemigo al
amanecer, y el sol, todavía oculto, o enseñando muy sigilosamente sus
penetrantes y ardorosos rayos detrás de las montañas, sea testigo de nuestra
victoria. Porque allí donde pisemos…, dijo Sandalio Peruyera cuando todo se
había ido a bolina. Su entierro simbólico fue bastante emotivo. Un tipo
sensible. Supuse que aquella hoja arrancada pertenecía a un diario. Me la guardé.
Era evidente por los tachones que tuvo un desencuentro con uno de los
generales. Se le daba muy bien escribir.
Este fragmento de la novela No quiero llanto, de próxima publicación por editorial Betania, salió por
primera vez en DDC el 9 de julio de 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario