Juan Carlos Flores
Oh miedoso
entre el cielo y la isla no son puentes
quédate si una moneda caes al turbio río.
El pájaro de entonces no rescataría la luz
su pico no podará las máscaras que asumes a la noche
cuando los hilos de la ciudad son las grietas en el rostro
y otras aguas impulsan un ataúd hasta su sábanas sedientas.
El pájaro no salvaría esa fruta del pantano
implora escarchándote las yemas contra columnas sin
después
mejor levántate como quien ya besó la cruz tres veces.
El pájaro jamás será tu perro junto al frío
sus ojos no tendrán escaleras como tenía la madre o la
muchacha
siguen establos los hondos almacenes íntimos.
Acaso el viento girador desuelle
un buque o fuego más allá de la luna
mientras tus uñas dividan el hígado de un alce.
Retira los corceles porque allí nace de súbito la
esfinge.
Que todas las agujas conviertan tu corazón en un escudo
que no dejen de convertirlo en una esponja
que en ti no azogue el rojo ni se incline
que al estallar la fruta se quiebre la paz de los
festivos.
Hay espejos.
Las manos de la noche aún pueden regalarte el mar
o un desierto donde las sierpes sean los árboles.
Hay anillos.
Que un largo resplandor te astille y odies
la humareda que soy
como ahora te odias frente a tu oscuro doble:
quien era el amigo es mapa olvidado por los astros
quien tuvo caracol te da su último heno.
Quedan espadas y una mesa y mantel para las redondeces
un niño con la incesante sal de sus antepasados;
le llamarán El Foso pero tendrá números y llaves.
La muerte
y los altos castillos que no piensas.
– Entre el cielo y la isla los tigres robando.
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