viernes, 26 de septiembre de 2025

Sin respuesta



Luciano Erba 


Noviembre te trajo. ¿Cuántos meses

durará la dulceamarga 

aventura de dos miradas, de dos voces? 

Si yo tuviese una leyenda escrita

diría que este tiempo que nos roza

nos pertenece desde siempre. Pero no soy

más que un hombre entre cientos de miles

y tú no eres sino una mujer 

que noviembre trajo

y un mes nos premia y otro nos saquea. 

Eres una mujer 

que acoge ahora a un náufrago impaciente

dime tú

¿eres acantilado

o continente?


Senza risposta


Ti ha portata novembre. Quanti mesi

durerà la dolceamara

vicenda di due sguardi, di due voci?

Se io avessi una leggenda tutta scritta

direi che questo tempo che ci sfiora

ci appartiene da sempre. Ma non sono

che un uomo fra mille e centomila

ma non sei

che una donna portata da novembre

e un mese dona e un altro ci saccheggia.

Sei una donna

che adesso tiene un naufrago impaziente

dimmi tu

sei scoglio

o continente?



Versión: Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas 



jueves, 18 de septiembre de 2025

Chó Cánh Giác

 

Dolores Labarcena


Esa noche, durante la cena que le ofrecía el general Arnaldo Oropeza a Chó Cánh Giác, ministro de finanzas de la República Popular de Kampuchea, entraron en la cocina unas seis o siete mujeres que parecían jóvenes. Parecían. Sin prestarse a engaños, es difícil adivinar la edad de una asiática. ¿Es usted el cocinero?, indagó una de ellas mientras las otras, con abanicos de papel, se limitaban a sonreír dejando entrever los dientes. Cuando asentí, hizo una reverencia ante el caldero donde hervían las langostas, sacó un pozuelo de una jaba y dijo con tono entusiasta: ¡Gracias, camarada! La comida de su país es exquisita. Eso que sirvió antes, continuó señalando lo que quedó del tasajo y el arroz frito, ha conquistado el paladar del ministro de finanzas de la República Popular de Kampuchea. Todo eso en perfecto español. Lo único que la delataba, ya que en su voz no distinguí diferencia alguna entre su acento y el mío, era que medía un metro y cuarenta de altura, y como el séquito, por ojos tenía un par de alfileres en plano horizontal. Le repito, nuestra delegación, prosiguió sin quitarle ojo al resto de compatriotas, le agradece su labor revolucionaria, su entrega. Le ha gustado tanto lo que cocinó al camarada Chó Cánh Giác, tanto, que desearía llevarle un poco a su perra que está en tierra esperándolo. Una perra inteligente, fiel. Tome el pozuelo, por favor. Gracias, gracias, expresó incluso antes de que se lo llenara. Y se lo llené, pero se lo llené no solo de tasajo y arroz frito, sino que agregué aguacates, tostones, y algo de yuca. Gracias, gracias, repitió y salieron en tromba doblando el lomo en señal de reverencia, ¡sin dar la espalda! Gente muy ceremonial. Y la Aragón y las consignas a todo meter... ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Vivan los países no alineados! ¡Abajo el Imperialismo! ¿Yo? Ahí, con una misión, por lo menos en la marina, nueva para mí. Al cocinero oficial lo congelaron por orden explícita del general Arnaldo Oropeza. Contingencias. En el sitio donde nos hallábamos era imposible repatriarlo. Murió intoxicado dos semanas antes con unos pescados que nos trajeron del Mekong. Todavía lo tengo en la retina. De blanco. Con mi chaqueta almidonada, impecable. Veintisiete comensales. Al sacar las langostas, las cuales serví con una guarnición de tomates asados y crema de pistachos, vi a la mujer del pozuelo susurrándole algo al oído a Chó Cánh Giác. Y Chó Cánh Giác a su vez llamó al general Arnaldo Oropeza. Y el general Arnaldo Oropeza acudió ipso facto a la mesa de Chó Cánh Giác. Entonces, con la bandeja de langostas en las manos, humeantes, despidiendo su olor característico cuando son frescas, cuando se meten vivas y chillando en el agua hirviendo, el capitán Bernabé Tellechea mandó a apagar la música e hizo llamar a la tripulación al completo obedeciendo la orden del general Arnaldo Oropeza. ¡Silencio! ¡Tenemos un comunicado de última hora! ¡Presten atención! Me quedé paralizado en medio del comedor con la bandeja en alto por lo menos diez o veinte minutos, quizás quince. Ahí, resistiendo. ¿La atmósfera? Para qué contar, como los estómagos de los comensales, espesísima. ¿Cuál es la novedad?, pregunté para mis adentros. Una hora antes aquella misma mujer, la cual sospeché, nunca se sabe, fuese la traductora de la delegación, me había agradecido y hasta pedido un poco de comida para la perra de Chó Cánh Giác. ¿Qué falló? El salón a rebosar de coroneles, capitanes, camboyanos. ¿Aquel pozuelo no iría directo a un laboratorio y lo de la perra era una excusa de la contrainteligencia vietnamita, o de la china? En suma, la batalla sobre los límites del internacionalismo socialista y la intervención en terceros países se estaba librando en La Habana. ¿Y quién estaba allá? Heng Samrin. No juega la lotería con el billete, pensé. Estábamos fondeados en el puerto de Sanya. ¿Qué hacía una delegación de la República Popular de Kampuchea con ministro de finanzas incluido en Hainan? Felicidades, camarada Germán. Deje la bandeja ahí. ¡Vamos, hombre, bájela! El pueblo, el único soberano de la República Popular de Kampuchea le da las gracias por su dedicación y esmero, dijo el general Arnaldo Oropeza y me dio un fuerte abrazo cuando logré colocar las langostas en la mesa de Chó Cánh Giác. Felicidades, repitió. Entonces Chó Cánh Giác, con la euforia que sobreviene al quinto trago de tequila, cuando observó los caparazones naranjas que cubren esa masa suculenta y apetecible, dio un sonado discurso que luego tradujo el capitán Bernabé Tellechea donde aseveraba que el Imperialismo es el principal obstáculo para el Tercer Mundo. ¡Viva el presidente del Consejo Revolucionario del Pueblo Heng Samrin! ¡Viva! ¡Viva el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba Fidel Castro Ruz! ¡Viva! ¡Viva la Asociación Nacional de Mujeres para la Salvación de Kampuchea! ¡Viva! ¡Viva el general de División de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Arnaldo Oropeza! ¡Viva!, gritamos a coro. Al instante los aplausos, los cuales tenían una sincronización fuera de lo común, un ritmo acelerado, triunfalista. Y me condecoró, y aquí viene la sorpresa, fui el primer extranjero en obtener dicho honor: Héroe del Trabajo de Segunda Clase. El mismo Chó Cánh Giác me colgó la estrella en el gorro de cocinero. Se desconcharon varias botellas de Dom Pérignon. ¡Oh, la envidia, el gran opiáceo del alma insular!, como dijera el difunto Marchante… Sí. En ese instante donde todo era júbilo, en ese preciso momento donde brindábamos por la fraternidad entre los pueblos, el derrocamiento de las clases opresoras y el triunfo del bloque socialista fuera de Europa del Este, algunos marineros hubiesen querido degollarme, pues una condecoración así, incluso sin título de cocinero, abría cualquier cerrojo. Gracias a esa estrella de níquel comenzaron mis viajes a Japón. Así fue. Jamás pisé la República Popular de Kampuchea de la cual soy héroe.

 

 

Capítulo perteneciente a la novela No quiero llanto (Editorial Betania, 2020). 


domingo, 14 de septiembre de 2025

Cioran: del suicidio y la obsesión por la muerte

 

-G. L.: Se le puede reprochar que existe un desfase entre lo que usted hace y lo que dice: echa pestes contra la vida pero cuida excesivamente de su salud; no ha cesado de elogiar el suicidio, y sin embargo todavía está entre nosotros. 

-E. M. C.: Yo nunca he dicho que hubiera que suicidarse; simplemente he dicho que sólo la «idea» del suicidio podía ayudarnos a soportar la vida. La idea de que está al alcance de nuestra mano poner fin a nuestros días, de que en cualquier momento podríamos suicidarnos representa un alivio enorme. Al menos esta perspectiva me ha ayudado mucho personalmente y he expuesto este razonamiento a todos aquellos que me han confesado que se querían matar. Porque, sabe usted, en París, la tentación del suicidio es un fenómeno bastante corriente. Mire, hace algunos años, un tipo, un ingeniero, relativamente joven, vino a verme. Había leído mis historias sobre el suicidio y quería acabar con todo. Estuvimos paseando durante tres horas por el jardín de Luxemburgo. Y le expliqué que el suicidio, que la idea del suicidio era una idea positiva en la medida en que hacía la vida más soportable. 

-G. L.: Ofrece la perspectiva de un refugio supremo.

E. M. C.: Uno toma conciencia de que no es solamente una víctima, de que en última instancia puede disponer de sí mismo, y de que en ese sentido es dueño de su vida. «Usted que tiene veintiséis años, le dije, y que se gana muy bien la vida -se trataba de un chico muy competente- tiene tiempo de sobra para sufrir. Intente, por tanto, resistir todo lo que pueda, y si en un momento determinado se da cuenta de que la idea del suicidio ya no le resulta de ninguna ayuda, ¡entonces termine!» Tres años más tarde, me crucé con él y me dijo: «He seguido su consejo y, mire, todavía estoy vivo. -¡Perfecto. Siga así!» ¿Comprende el razonamiento? Nunca he incitado a nadie al suicidio. Una sola vez hice algo bastante estúpido, tanto que dudo si contárselo. Bueno... Ocurrió durante la guerra, y yo había conocido a una mujer muy rica y muy bella. Un buen día, expresé, en su presencia, algunas consideraciones sobre el tema del suicidio, de la inutilidad de la vida, etc. «Me gustaría que viniera usted conmigo, me dijo entonces, porque tengo una amiga que quiere suicidarse. Si usted pudiera hablar con ella... Para hacerle un favor a esta mujer -la verdad es que me gustaba mucho- acерté, y fuimos a ver a la mujer del suicidio. Le dije: «Tiene usted toda la razón en querer suicidarse, en el fondo es la solución, la única a decir verdad, para qué obstinarse en vivir», y así sucesivamente. Y entonces ocurrió algo extremadamente interesante. La mujer en cuestión, la del suicidio, se volvió hacia su amiga y le dijo: «A este señor no lo conozco. Que me impulse a suicidarme es cosa suya. Pero que tú, que eres mi amiga, lo traigas aquí para... ¡Pues bien, ya no me suicido! ¡Y pase lo que pase, ha terminado nuestra amistad!».

Ve usted, son cosas muy complicadas, en muchas ocasiones se basan en falsos sentimientos. A pesar de todo creo que mi teoría según la cual no se puede vivir sin la idea del suicidio es totalmente válida. Con excepción de Werther, nadie se ha suicidado nunca con esta idea en mente. Voy a contarle otra historia. Durante años conocí a un tipo, un funcionario de Correos, que desempeñaba importantes funciones pero que estaba un poco loco. Venía a verme a menudo; el suicidio le obsesionaba. Un día me contó lo que sigue: «Anteayer intenté suicidarme, pero de repente me di cuenta de que tenía los pies sucios. -No comprendo, le contesté, -Sí, hombre!, pensé que a pesar de todo no podía suicidarme con los pies sucios. -¿Pero qué más le daba tener los pies sucios o no? Ah, no!, en ningún caso me suicidaría con los pies sucios». A partir de ahí se inició una gran discusión... Aquel tipo terminó por suicidarse, pero esta historia tiene algo extraordinario. Tenía todos los motivos para matarse. Comprende -me había contado su vida, etc.- pero dependía por encima de todo de su historia con los pies: Estaba a punto de... pero cuando me vi los pies..... Mire qué detalles tan grotescos o cómicos pueden asociarse a la idea del suicidio.

-G. L.: Durante toda su vida ha escrito sobre el tema de la muerte. ¿Facilitará eso su encuentro con la muerte? 

-E. M. C.: Para mí la obsesión por la muerte no tiene nada que ver con el miedo a la muerte. La muerte me ha interesado en la medida en que concluye la historia de una locura. Quiero decir con esto que la muerte es una obsesión legítima, no es un problema más entre muchos otros, sino el problema, el problema por excelencia. En primer lugar, no se trata de un problema que se pueda resolver y clasificar. Además, no se sitúa en el mismo plano que los otros problemas, sino que anula a todos los demás. Es totalmente imposible que uno se diga: «Bueno, ahora voy a pensar en la muerte. después reflexionaré sobre otra cosa». O bien se piensa en ella todo el tiempo, o bien no se piensa en ella en absoluto.

-G. L: ¿Pero se considera usted mejor preparado para la muerte que otras personas?

-E. M. C.: En absoluto. Como le he dicho, se trata de un problema irresoluble ante el cual cada uno reacciona como puede. El hecho de morir se convierte en algo secundario en relación con el interés que presenta este hecho desde el punto de vista de la vida. Lo más extraordinario es que la idea de la muerte justifica cualquier actitud; puede ser invocada y puede servir para todo, puede justificar la eficacia y también la ineficacia. Uno igual puede pensar: «Para qué hacer cualquier cosa, para qué luchar si de todas maneras voy a morir o por el contrario: «Como tengo el tiempo contado, tengo que darme prisa en hacer algo en la vida cueste lo que cueste». Precisamente porque se trata de un problema sin solución, la muerte nos permite adoptar cualquier actitud y nos resulta útil en todos los momentos esenciales de la vida. El borracho de Rasinari del que le he hablado anteriormente, que durante dos años se emborrachó de la mañana a la noche... también hablaba a su manera de la muerte y «a su manera» tenía razón. La muerte es un problema infinito que lo justifica todo.

-G. L: ¿Y usted, qué ha justificado en su nombre?

-E. M. C.: Ya se lo he dicho: la libertad, no tener obligaciones, ni responsabilidades, hacer sólo lo que quiero, no tener horarios, no escribir más que sobre las cosas que me interesan. Y no tener más objetivos que ésos.

-G. L: ¿Y ése es el único éxito por el que se congratula? ¿Haber hecho sólo lo que ha querido? 

-E. M. C.: ¡No está nada mal!

-G. L.: ¿Le gustaría volver a ver Rasinari? ¿Va usted a volver?

-E. M. C.: No lo sé, no puedo decírselo. Temo volver a ver los lugares que han sido tan importantes en mi vida. Fui demasiado feliz en ese pueblo. Temo reinvestir el paraíso.

  

Final de entrevista realizada en París, en el apartamento de E. M. Cioran, los días 19, 20 y 21 de junio de 1990.


lunes, 1 de septiembre de 2025

Colección Betania/Del polvo no he venido

 


Nueva entrega de la editorial Betania: Del polvo no he venido (2025), del poeta cubano Omar Rodríguez García. Selección y prólogo de Mirladys Ventura Portal. 246 pp. Colección Antologías. Edición digital e impresa. Coordinó este proyecto: Carlos Ramos Gutiérrez. ISBN: 978-84-8017-474-9. PV: 20.00 euros ($25.00).

Esta obra puede considerarse como un libro que intenta paliar el olvido de la obra poética de Omar Rodríguez García (Remedios, 1952-2009). Además fue narrador y dramaturgo, preso político y poco reconocido en su país o totalmente desconocido en el exilio. Como bien señala la prologuista Mirladys Ventura Portal se trata de "resarcir la injusticia de un silencio -tal vez cómplice- al que fue sometido este poeta y, peor aún, su obra".





miércoles, 27 de agosto de 2025

Paraninfo de los estados limítrofes

 

Dolores Labarcena

IV

 

Lavabo del camerino. El poeta teletransportado se encuentra completamente desnudo sentado en el inodoro con los pies dentro de la jofaina con hielo. Lo rodean la maquilladora con un cayado, los dramaturgos y la cantante de ópera con los guantes puestos y un espejito de manos.

PRIMER DRAMATURGO (al poeta teletransportado): Es usted una incógnita. ¿Tanto le cuesta confesar que es actor, periodista, o quizás crítico de teatro?

CANTANTE DE ÓPERA (al público): Todo esto es muy absurdo. Hemos perdido una hora de ensayo. Si es un actor, que confiese. (Socarronamente.) Nadie ha muerto por interpretar a Hamlet.

VOZ EN OFF: Nadie ha muerto por interpretar a Hamlet.

Silencio.

POETA TELETRANSPORTADO (lívido, con la cabeza apoyada en la pared del lavabo y con los ojos clavados en el techo declama): En Madrid ahora mismo nieva. Y yo ardo, ardo, ardo... Soy un hombre en una ciudad observando y dejándose observar, dejándose mutilar por la mirada del tiempo, frágil, entre las luces de neón... Por humanidad, señores, lo imploro, déjenme en paz. 

MAQUILLADORA (mete el cayado en la jofaina con hielo): ¡¿Por humanidad?! (Ríe a carcajadas.) Conque esas tenemos… Humanidad… Venga, hombre, es usted más cursi que el bocadillo que repite una y otra vez como un papagayo. (Menea el cayado en la jofaina con hielo.) Si sigue en sus trece lo teletransportarán de cintura para arriba, ¿sabe? (Al público.) Y vean, vean, ¡tiembla! ¡Ya no suda! (Ríe a carcajadas.)

CANTANTE DE ÓPERA: ¿Ya no suda?

SEGUNDO DRAMATURGO: Ya no suda. Por lógica, no es hiperhidrosis.

PRIMER DRAMATURGO (le quita el cayado a la maquilladora para señalar al poeta teletransportado desde la puerta del lavabo): De acuerdo, de acuerdo. No es hiperhidrosis. (Al público.) Pero que hable. ¡Hable, señor teletransportado! ¿Tanto le cuesta confesar que es actor, periodista, o quizás crítico de teatro?

MAQUILLADORA (zarandeando por los hombros al poeta teletransportado): ¡Confiese, confiese!

POETA TELETRANSPORTADO (tirita): Por… por un fi… por un físico andaluz… (Tose.) me he… me heeee pueeesto un albornoz… (Vuelve a toser.) un albornoz co… como si… como si fuese un esmoquin.

CANTANTE DE ÓPERA (colérica): ¡Qué físico andaluz ni qué niño muerto! Exprésese sin tanta rimbombancia que usted no es Góngora. Observe...

Con el espejito de manos la cantante de ópera le enseña al poeta teletransportado sus extremidades inferiores donde se advierten los signos de entumecimiento.

PRIMER DRAMATURGO (al poeta teletransportado): Eso, observe.

CANTANTE DE ÓPERA: ¡Hable, por Dios, que cogerá gangrena!

MAQUILLADORA (irónica): Y la gangrena no es un simple resfriado.

El primer dramaturgo se dirige al centro del camerino. Se apoya en el cayado con estudiada postura. Lo secunda la maquilladora.

PRIMER DRAMATURGO (al público): No. La gangrena no es un simple resfriado.  

SEGUNDO DRAMATURGO (al primer dramaturgo): ¡Cállate! (Autoritario.) ¡¿Te quieres callar de una puñetera vez?! Qué ansias de protagonismo… (Al poeta teletransportado) Señor teletransportado, escúcheme, esto no es un interrogatorio. ¡Bastaría más con los tiempos que corren! Pero sepa que nos preocupa su integridad física. ¿Podría decirnos dónde se encuentra el teletransportador que lo teletransportará en su teletransportación al futuro?  ¡Dese prisa, hombre! (Lo zarandea por los hombros.) Mire lo malparado que lo ha dejado lo de la supuesta teletransportación. (Le arrebata el espejito de manos a la cantante de ópera. Obliga al poeta teletransportado a observar.) ¿No se ha visto las piernas? Esto irá a peor. O para ser más exacto, puede quedarse irremediablemente aquí, extemporáneo y sin piernas. (Le devuelve el espejito de manos a la cantante de ópera.) Repito. El tiempo corre. ¿Me escucha?

El poeta teletransportado se desmaya. Lo sacan en volandas del lavabo. 




Acto IV de la obra de  teatro "Paraninfo de los estados limítrofes", perteneciente al libro Electra y el extraterrestre amarillo  (Potemkin ediciones, 2025).