lunes, 17 de junio de 2024

La negritud en Gastón Baquero



Con la mirada, sin duda inteligente, con que se asomó al mundo, y a partir de las lecturas precoces de infancia y adolescencia que habrían de echar las bases de una sólida formación intelectual, se fue haciendo heredero de una tradición y unos saberes que eran naturalmente blancos y europeos. Si la cultura consiste no tanto en un volumen de información cuanto en una bien organizada estantería mental donde almacenar lo aprendido para que germine y dé fruto, Baquero fue adquiriendo temprano una cultura orgánica que es también un modo de integrar un continuo aprendizaje y sacarle reluciente provecho. Los referentes de esa cultura —el orden epistemológico que la amparaba— eran congruentemente occidentales, es decir, blancos, apenas rozados por las «tradiciones» de la otra raza que en Cuba no trascendían el folclore de los cultos animistas, amén de algunas representaciones en la pintura, en la música y en la poesía.


                                                           Vicente Echerri

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martes, 4 de junio de 2024

Gastón Baquero: el nombre y los seudónimos



 

En cuanto salió de Cuba, Baquero empezó a recibir premios y a publicar en la prensa española sus vitriólicas opiniones sobre el proceso cubano. Lo mismo convertía al Che en «correo del zar» del eje Pekín-Moscú, que hacía de Cuba ejemplo del triunfo de la política sobre la geopolítica o acusaba a Fidel Castro de tomar «continuamente benzedrina con coñac» para dar sus largos discursos. Lo que pasaba en Cuba le parecía un absurdo, un macabro experimento condenado a fracasar. El franquismo acabó y sus esperanzas también. Con los años, su pesimismo se agudizó y llegó la pesadumbre, una forma de melancolía semejante a la que vio en su querido Darío, «que con toda probabilidad tiene sus raíces en el mestizaje, en la mezcla de las sangres, en la precipitación un poco sofocada de las razas». Asumió su derrota con filosofía, como parte del destino americano y su sistema de castas y regionalismos, una superposición de las nuevas leyes a las antiguas y una sustitución de los viejos poderes por nuevas oligarquías. 

                                                                             
                                                  
                                                Ernesto Hernández Busto

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sábado, 1 de junio de 2024

Gastón Baquero: poeta periodista en cinco actos




Bien temprano, y desde antes, el jefe de redacción del más importante diario de la isla supo que los cañones estarían enfilados hacia él. Víctima de la rebambaramba de expropiaciones, pudo serlo del fusilamiento. En su defensa aparecen embajadores que le ofrecen asilo. El embajador de Ecuador le avisa de que piensan lincharlo. Sus compatriotas, “sus amigos”, brillaron por su ausencia. Ni una palmadita en el hombro, ni una palabra de sosiego, ¡palos y vituperios! Quien pudo, aunque no comulgara, se camufló con el decorado de las carrozas. El mulato había ascendido demasiado rápido. El negro, como le decían sotto voce algunos iscariotes literarios, viajaba, ganaba dinero, tenía propiedades. ¿Acaso podía perdonársele todos esos triunfos viniendo de abajo? 

                                                                          

                                                     Dolores Labarcena

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jueves, 30 de mayo de 2024

En la muerte de Rubén Darío

 


 

Rufino Blanco Fombona

 

 Mirad cómo un hombre de raza apolínea,

 ebrio de canto y sol,

 recoge la ofrenda, fragante y virgínea,

 del viejo solar español.

 

 Del viejo solar donde el árbol de vida

 reverdece a futuros de amor,

 y oculta en la copa garrida

 la pluma de la oropéndola y el nido del ruiseñor.

 

 Cuando el apolonida recoge el haz superno,

 el haz florido de emoción,

 como si en cada brizna palpitase un fraterno

 y dolorido corazón;

 

 el árbol solariego todo es aleo, cántico,

 miserere, querellas,

 porque murió el divino poeta trasatlántico,

 Rubén Darío, espigador de estrellas.



sábado, 25 de mayo de 2024

Huidobro de repente


Gonzalo Rojas

 

Increíble que el poeta más joven que nos haya nacido -paradigma del espíritu nuevo entre nosotros- este cumpliendo los cien años.

Ninguno más diáfano que él, más libre y seductor, para confirmar el non omnis moriar (no me moriré del todo) del viejo Horacio, ese otro hiperlúcido de hace dos milenios.

Las efemérides no cuenta en el caso del portentoso innovador, recién ido, Darío. En efecto, cuando este último vino a morir, el dieciséis en su Nicaragua natal, el planeta empezaba a dar vueltas a una velocidad nunca sonada y los poetas mismos saltaron fuera de órbita, de un antes a un después. Justo ese 1916 Vicente Huidobro -en ese juego oscuro de pasarse la centella- público en Buenos Aires otras claves para su poeta de fundación:

  -Que el verso sea como una llave que

   abra mil puertas-

en su primer viaje a Paris. No fue el único, por supuesto, en la germinación de nuestra verdadera autonomía poética. Ahí la Mistral, Vallejo, Neruda, para decir tres nombres: estallaban los volcanes.

Pero no se piense que este 1993 a medio alumbrar sea el año por excelencia de Vicente Huidobro -aunque se escriba de él un rio de alabanzas-, pues ya desde esas fechas de la Primera Guerra Mundial todos los años son los años de Vicente Huidobro en nuestra lengua. Personalmente vivo un dialogo con su espejo por lo menos desde 1933 -cuando empecé a leerlo casi niño-, unos cuatro años antes de conocerlo en persona en su departamento de la cuadra 23 de la Alameda en aquel Santiago placido y remoto.

Una y otra vez, a lo largo de medio siglo, he reconocido mi filiación con el espíritu convulso y lúcido a la vez del binomio 1938-1939, con sacudón de parto hasta en el orden geológico, sin olvidar el impacto estremecedor de la Guerra Civil española entre nosotros, que nos permitió ver de veras a la madre desde su rostro ensangrentado. Sin patetismo y a favor del distanciamiento, se me aparece así ese 38 fantasmal, ano critico de su propia Utopía, distante ya de aquel otro ciclo movedizo de 1920 cuando Chile empezó a ser más Chile y el epicentro de la mudanza en lo poético fue sin duda Huidobro, antipoeta y mago por derecho propio.

Pero la imantación huidobriana llego a su plenitud en el proceso del 38 y casi todos los poetas jóvenes de esos días registramos su influjo, y fuimos literalmente atrapados por una relación dialéctica con su persona y con su obra.

Por mi parte, me enganché con el proyecto parasurrealista de Mandragora sin mayor fascinación por el experimento y por ahí entre a la casa de Huidobro sin frecuentarla demasiado, remiso como soy a los círculos de adherentes ortodoxos.

Tampoco lo fue nunca él y cuando me aparte del equipo mandragórico entendió como nadie la disidencia anarca.

Déjenlo, le dijo a uno de mis detractores, si cabe el termino, a propósito de mi intraexilio del 42 en la cordillera de Atacama. Gonzalo es un loco que necesita cumbre.

Pocos como él supieron del riesgo y el desamparo y -visto ahora desde aquí, desde este cierre del siglo- ninguno como él fue cumbre más airosa y sembró más libertad en nuestra cabeza de muchachos.

Sin Huidobro no hubiera habido acaso ninguno de nosotros; ni un Anguita ni un Lihn, por nombrar a los invisibles de repente.


Atenea. Ciencia Arte y Literatura, núm. 467, 1993, pp. 64-66.