En
cuanto salió de Cuba, Baquero empezó a recibir premios y a publicar en la
prensa española sus vitriólicas opiniones sobre el proceso cubano. Lo mismo
convertía al Che en «correo del zar» del eje Pekín-Moscú, que hacía de Cuba
ejemplo del triunfo de la política sobre la geopolítica o acusaba a Fidel
Castro de tomar «continuamente benzedrina con coñac» para dar sus largos
discursos. Lo que pasaba en Cuba le parecía un absurdo, un macabro experimento
condenado a fracasar. El franquismo acabó y sus esperanzas también. Con los
años, su pesimismo se agudizó y llegó la pesadumbre, una forma de melancolía
semejante a la que vio en su querido Darío, «que con toda probabilidad tiene
sus raíces en el mestizaje, en la mezcla de las sangres, en la precipitación un
poco sofocada de las razas». Asumió su derrota con filosofía, como parte del
destino americano y su sistema de castas y regionalismos, una superposición de
las nuevas leyes a las antiguas y una sustitución de los viejos poderes por
nuevas oligarquías.
Ernesto Hernández Busto
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