miércoles, 15 de mayo de 2019

El pueblo



Jaime Torres Bodet


Aquella ciudad se caía,
por los atajos de la sierra,
en calles de juguetería.
Como en las tarjetas postales,
estaban llenas de palomas
las iglesias municipales,
y tenía una antigua fuente
que, como un corazón cansado,
se secaba súbitamente.

¡No había en esa población
más gente adulta que el silencio
ni más ciudadano que el sol!

Todos los niños del planeta
estaban allí reunidos
comiendo frutas en las huertas,
saltando tapias al vergel
y dejando, en las horas muertas,
untadas sus risas de miel.

Un arroyo de plata viva
cortaba el campo y la ciudad
en dos mitades de alegría.
El campo era de los pájaros
y la población, de los niños.
El cielo a todos hace hermanos.

No vi, en las calles, más que un viejo:
mi corazón que, al inclinarse,
de un manantial hizo un espejo.

Cuando partí, llevaba lleno
el recuerdo de sol hermoso
y me sentía alegre y bueno.
Los que me veían pasar
me sonreían desde lejos
y se ponían a cantar,
y una muchacha que encontré
me dio vergüenza de ser joven
y siempre —¡siempre!— la querré...


Social, junio de 1925, p. 19.



domingo, 5 de mayo de 2019

Anánkee





Alfonso Reyes


Agrio monje que escrutas la carcoma
de viejos y enigmáticos escritos
y, rezando latines eruditos,
esperas ver el oro en tu redoma:

sólo traza el compás de punta roma
el círculo vicioso de tus mitos,
y al cabo de tus cálculos malditos
la cifra cede y la pasión asoma.

Bajo el sayal, oh célibe arcediano,
bulle tu carne con furor insano:
Claudio Frollo, la ciencia no te cura.

Pronto hallarás el imantado polo,
Piedra Filosofal que te tortura:
tu ley, que es la caída, Claudio Frollo.



México, julio, 1906.



sábado, 27 de abril de 2019

domingo, 21 de abril de 2019

Entomología de la cigarra


                                                                          
                                                                          A Ramón López Velarde
                                                                México, 13 de noviembre de 1919

Mi querido amigo:

¿Vio usted en Social de La Habana unos poemas míos que llamo “ideográficos”, dos madrigales y una “Impresión de la Habana”? Pues bien, ellos son los avant coureurs de toda una obra, más de treinta poemas que integrarán mi próximo volumen: Los ojos de la máscara. Hace muchos años leí en la Antología griega de Planudes, que un poeta heleno había escrito un poema en forma de “ala” y otro en forma de “altar”; supe por mis estudios chinos que en el templo de Confucio se canta cierto himno cuyos caracteres escriben, con el movimiento de su danza, los coreógrafos sobre el pavimento. Por fin vi aquello de Jules Renard: “les fourmis, elles sont: 3333333333”:… con lo que sugiere tan admirablemente la inquieta fila de hormigas. En New York hace 5 años hice los “Madrigales ideográficos”. Luego vi algunos intentos semejantes de pintores cubistas y algún poeta modernista. Pero no eran más que un balbucir. Mis poemas actuales son franco lenguaje; algunos no son simplemente gráficos sino arquitectónicos: “La calle en que vivo” es una calle con casas, iglesias, crímenes y almas en pena. Como la “Impresión de la Habana”, es ya todo un paisaje. Y todo es sintético, discontinuo y por tanto dinámico; lo explicativo y retórico están eliminados para siempre; es una sucesión de estados sustantivos; creo que es poesía pura…

Lo que me dice de la ideografía me interesa y me preocupa. Le parece a usted convencional… ¿más convencional que seguir expresándose en odas pindáricas, y en sonetos, como Petrarca?… La ideografía tiene, a mi modo de ver, la fuerza de una expresión “simultáneamente lírica y gráfica”, a reserva de conservar el secular carácter ideofónico. Además, la parte gráfica sustituye ventajosamente la discursiva o la explicativa de la antigua poesía, dejando los temas literarios en calidad de “poesía pura”, como lo quería Mallarmé. Mi preocupación actual es la síntesis, en primer lugar porque sólo sintetizando creo poder expresar la vida moderna en su dinamismo y en su multiplicidad; en segundo, porque para subir más, en llegando a ciertas regiones, hay que arrojar lastre… Toda la antigua mise en scène, mi vieja guardarropía, ardió en la hoguera de Thais convertida…

Cinco años permanecí absolutamente desinteresado de los viejos modos de expresión, buscando otros más idóneos para mis nuevos propósitos. ¡Un lustro! La entomología moderna ha descubierto que la cigarra permanece diecisiete años en un limbo subterráneo antes de surgir y cantar su himno al sol, que estremece el éter primaveral y perdura en las noches del trópico…

Si usted, mi querido amigo, no fuera tan grande poeta, si en su obra no manifestara un ejemplo tan encantador de liberación personal, tomaría a mal esa frase suya: “Dudo que la poesía ideográfica se halle investida de las condiciones serias del arte fundamental”. Estas condiciones y ese arte, ¿no serán, en último análisis, el respeto a la tradición que nos abruma, nos iguala, impidiendo con la tiranía de sus cánones, la diferenciación artística de las personalidades?…

Más bien creo, y me lo confirma su actitud expectante [sic], en que aún no tiene usted documentación abundante para hacer un juicio definitivo. Además, mi poesía ideográfica, aunque semejante en su principio a la de Apollinaire, es hoy totalmente distinta; en mi obra el carácter ideográfico es circunstancial, los caracteres generales son más bien la síntesis sugestiva de los temas líricos puros y discontinuos, y una relación más enérgica de acciones y reacciones entre el poeta y las causas de emoción… Mis libros Un día Li-Po le explicarían mis propósitos mejor que esta exégesis prematura…

                                                                                          José Juan Tablada


Obra poética. Ramón López Velarde, Ed. Crítica, ALLCA XX, 1998, p. 300. 

jueves, 18 de abril de 2019

José Juan Tablada



Ramón López Velarde


Yo, que me senté a la mesa de sus buenos tiempos cocineros, acabo de mirarlo comer un aséptico platillo de chícharos. Luego, con su venia, recogí de los originales que desplegaba en su cuarto de hotel, como un contrabandista sus tesoros, estos apuntes: “¡Sin amargura os cantará el poeta, llevándose la mano a los riñones, ¡oh frutas de mi dieta!”

Uno de estos días, el general Lucio Blanco llamaba a Rafael López “el gato en la leña”. Recojo la definición en un estricto sentido para decir que aquí donde hay ese gato, donde Díaz Mirón es el puma y donde González Martínez es el búho, Tablada es el ave del paraíso. Como tal, induce a error a los que lo juzgan personaje de frivolidad y de moda. Porque la química de sus colores y el secreto de su dibujo se esconderán sin remedio a los hojalateros que, con sus pitos de agua, se asoman a la línea de fuego de la poesía.

La misma cosa se ha negado al autor de “Ónix” en la vida y en el arte: cordialidad. Examínenlo con ojos sociales o políticos los que así quieran. Quienes posean conciencia literaria, carecen de derecho para ignorar la emoción que palpita desde la alborada del Florilegio hasta Li-Po. Verdad que Al sol y bajo la luna contiene más de una página de decaimiento; pero también otras culminantes, como aquella, ya divulgada: “Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida”... Un día... es, simplemente, un libro perfecto, no sólo por su médula vital, sino por la victoria que las modalidades expresivas consiguen sobre la crasa dicción de la ralea. Si los grandes poetas son aquellos que ejecutan el círculo vicioso de la vida, como Campoamor, cuando decía: "Las hijas de las madres que amé tanto, me besan hoy como se besa a un santo", habrá que concluir que Tablada escaló esa categoría, pues ejerce la facultad serpentina de alcanzarse a sí mismo. Entresaco de mis recuerdos un volantín de los que echa a andar cada vez que le viene en gana: “Taumaturgo grano de almizcle, en el teatro de tu aroma el pasado de amor revives”. (Un día).

Ciertamente, la Poesía es un ropaje; pero, ante todo, es una sustancia. Ora celestes éteres becquerianos, ora tabacos de pecado. La quiebra del Parnaso consistió en pretender suplantar las esencias desiguales de la vida del hombre con una vestidura fementida. Para los actos trascendentales -sueño, baño o amor-, nos desnudamos. Conviene que el verso se muestre contingente, en parangón exacto de todas las curvas, de todas las fechas: olímpico y piafante a las diez, desgarbado a las once; siempre humano. Tal parece ser la pauta de la última estética libre de los absolutismos de la perfección exterior.

Dentro de semejante inspiración, Tablada experimenta nuevas rutas. Extravagancia, declaran algunos. Es posible. Por lo que a mí toca, me sostengo curioso, oliendo la pólvora sin humo del portalira y haciendo votos porque el tema de la excentricidad no ciegue a los visitantes del laboratorio ni los encolerice. Nada más amargo que tratar a empellones los asuntos del espíritu.

En prosa y en verso ha tenido el estilo espadachín, sin el cual el literato moderno se expone a ser arrollado por las turbas. En verso y en prosa, su numen significa el agua de contra-cólera para los atacados de vulgaridad atmosférica.

Las sustancias de su química pueden perder o salvar a los lectores, según la disposición de alma con que se acerquen. El practicante estulto o bajo perecerá en la belleza explosiva de un hipnotismo de lo cromático, al convencerse de Carolina Otero o de la Pestet, en Florencia.

En nuestra lírica, sus frascos son, acaso, los verdaderos endiablados, y el cerebro que ha suprimido las calaveras en las etiquetas está, de seguro, amasado en rojo, merced a una plétora de claveles.

Loor a la musa de la falda guinda.

Mañana, al caer, conforme a sus propias palabras, "como pesado tibor y al deshojarle al viento el pensamiento como una flor" (Li-Po), alzarán el grito de que hemos perdido un poeta de arte eximio, un fruto que nos envidiará la madurez de los cenáculos europeos. Mientras eso ocurre -y ojalá yo no lo contemple-, José Juan Tablada, en plenitud de lira, resiste a lo obtuso y se renueva, por innominado sortilegio, en el estanque de la diplomacia. Acumula, sin cesar, el mineral que se defiende de los óxidos de los siglos; sobre la fábula retentiva en que se basa la inmortalidad, repetirá la sentencia de Paul Fort: "Los Reyes Magos están sepultados en mi jardín".

Marzo de 1920


Obras. Ramón López Velarde. Biblioteca Americana, FCE, Ciudad de México [1971], Ed. Electrónica, 2017.