domingo, 20 de enero de 2019

Canción del exilio




Murilo Mendes

Mi tierra tiene manzanares de California
donde cantan pájaros de Venecia.
Los poetas de mi tierra
son negros que viven en torres de amatista,
los sargentos del ejército son monistas, cubistas,
los filósofos son polacos vendiendo a plazos.
La gente no puede dormir
con los oradores y los mosquitos.
Los alborotos de familia tienen por testigo a Gioconda.
Yo muero sofocado
en tierra extranjera.
Nuestras flores son más hermosas
nuestras frutas más sabrosas
pero cuestan cien mil reis la docena.

Ay quien pudiera chupar una carambola de verdad
y escuchar a un sabiá con certificado de edad!



CANÇÃO DO EXÍLIO

Minha terra tem macieiras da Califórnia
onde cantam  gaturamos de Veneza.
Os poetas da minha terra
são pretos que vivem em torres de ametista,
os sargentos do exército são monistas, cubistas,
os filósofos são polacos vendendo a prestações.
A gente não pode dormir
com os oradores e os pernilongos.
Os sururus em família têm por testemunha a Gioconda.
Eu morro sufocado
em terra estrangeira.
Nossas flores são mais bonitas
nossas frutas mais gostosas
mas custam cem mil réis a dúzia.

Ai quem me dera chupar uma carambola de verdade
e ouvir um sabiá com certidão de idade!


Versión: Pedro Marqués de Armas



jueves, 17 de enero de 2019

10 líneas para Antonio Tápies



Octavio Paz


Sobre las superficies ciudadanas,
las deshojadas hojas de los días
sobre los muros desollados, trazas
signos carbones, números en llamas.
Escritura indeleble del incendio,
sus testamentos y sus proferías
vueltos ya taciturnos resplandores.
Encarnaciones, desencarnaciones:
tu pintura es el lienzo de Verónica
de ese Cristo sin rostro que es el tiempo.
        

(1976)



domingo, 13 de enero de 2019

Urgente a Octavio Paz



Gonzalo Rojas


77 es el número de la germinación de la otra
Palabra, en lo efímero
de la vuelta
                                  mortal
                                                           con tanto Octavio todavía
por aprender del aire, con tanta ceiba
libre que uno pudiera ser, si uno pudiera
ser ceiba en la tormenta con exilio
y todo en la germinación del número

de esta América de sangre con ventisquero
y trópico y grandes ríos
de diamante, sin más tinta
que esta respiración para escribir tu nombre más allá de las nubes
de México ciego hasta cómo decirlo
al otro México que somos todos cuando la aorta
del amanecer abre ritual el ritmo de las violetas
carnales de la Poesía, las muchachas de bronce que marchaban
airosas al sacrificio
desnudas al matadero por nosotros antes de parirnos

altas en su doncellez hacia lo alto de los cóndores
desde donde jugamos mientras caemos páginas
tras página en este juego de adivinos
del siempre y el nunca de las estrellas y tú te llamas por ejemplo
77 ángeles como Blake y yo mismo me llamo
77 especies de leopardos voladores porque es justo que el aire
vuelva al aire del pensamiento y no muramos
de muerte y esto sea el principio Octavio
de otro principio y otro, y además no vinimos
aquí a esto.



domingo, 30 de diciembre de 2018

Aire para fagote




 León de Greiff

                                                                 A Germán Arciniegas

         En mi rincón le insuflo a mi fagote
vientos de libre poesía.

  Vale, vale la pena:
(como no brinquen multitudes en algarabía
–bárbara tribu diapreada de achiote–
y aunque no salten soledades de Góngora y Argote...):

  ¡surta clara, serena,
sincronizada, esbelta Arquitectura,
Música pura,
libre Poesía!

        En mi rincón le insuflo a mi fagote
vientos de libre poesía!

   Vale la pena, vale:
y así chillen don Pánfilo, don Zote,
doña Carraca, doña Chirimía:
¡toda la trinca! ¡todo el cotarro! ¡el zafio lote!

  ¡como apruebe la Onfale
cuya rueca devano, Esfinge Obscura,
sóla Aventura,
mía Fantasía!

          En mi rincón le insuflo a mi fagote
vientos de libre poesía.

  Vale, vale la brega:
¿muy ronco el timbre para el flébil estrambote
de mi Balada? ¿muy áspera la voz? ¿la melodía
muy tosca? ¿a los oídos es azote
mi trova nocharniega?

  ¡no me importe!: si ríspida y si dura,
de ésa sólo se cura
la Musa mía!

          En mi rincón le insuflo a mi fagote
–don Pánfilo, don Péndolo, don Zote,
doña Carraca, doña Chirimía–
vientos de libre y pura y de díscola y recia poesía.

                                               
                                                                     Netupiromba 3. X . 1931

viernes, 21 de diciembre de 2018

Mañana todo será mejor



Canto III

Hans Magnus Enzensberger

Recuerdo La Habana, las paredes desconchadas,
la insistente fetidez ahogando el puerto,
mientras el pasado se marchitaba voluptuosamente,
y la escasez roía día y noche
el añorado Plan de los Diez Años,
y yo trabajaba en El hundimiento del Titanic.
No había zapatos, ni juguetes, ni bombillas,
ni un solo momento de calma jamás,
los rumores eran como moscardones.
Recuerdo que entonces todos pensábamos:
Mañana todo será mejor, y si no mañana,
entonces pasado mañana. Bueno, tal vez no mucho mejor
en realidad, pero al menos diferente. Sí, todo
será bastante diferente.
Una sensación maravillosa. ¡Cómo la recuerdo!

Escribo estas frases en Berlín, y al igual que Berlín
huelo a viejos cartuchos vacíos,
a Europa del Este,
a sulfuro, a desinfectante.
Vuelve el frío poco a poco,
y poco a poco leo las ordenanzas.
Allá lejos, detrás de innumerables cines,
se alza, inadvertido, el Muro,
y más allá, distantes y aislados, hay otros cines.
Veo a extranjeros con zapatos recién estrenados
desertando solitarios por la nieve.
Tengo frío. Recuerdo –es difícil creerlo,
apenas han transcurrido diez años-
los extrañamente esperanzados días de la euforia.

En aquel entonces nadie pensaba en el fin,
ni siquiera en Berlín, que hacía tiempo que había
sobrevivido a su propio fin. La isla de Cuba
no vacilaba bajo nuestros pies. Nos parecía
que algo estaba próximo, algo que inventaríamos.
Ignorábamos que hacía tiempo que la fiesta
había terminado, y que todo lo demás
era asunto de los directores del Banco Mundial
y de los camaradas de la Seguridad del Estado,
exactamente como en mi país y en cualquier otra parte.

Buscábamos algo, algo habíamos dejado atrás
en la isla tropical, donde la hierba crecía
hasta cubrir la chatarra de los Cadillac. Se había
agotado el ron, los plátanos se habían desvanecido,
pero buscábamos algo más –es difícil especificar
qué era realmente- y no acabábamos de encontrarlo
en este diminuto Nuevo Mundo
que discute ávidamente sobre azúcar,
sobre la liberación, y sobre un futuro abundante
en bombillas, vacas lecheras y maquinaria por estrenar.

En las calles de La Habana, las mulatas
me sonreían con sus fusiles automáticos
al hombro. Me sonreían a mí y a algún otro,
mientras yo trabajaba y trabajaba
en El hundimiento del Titanic.
No podía dormir en las noches calurosas.
No era joven – ¿qué quiere decir joven?
Vivía junto al mar –pero tenía casi diez años menos
y estaba pálido de anhelos.

Probablemente ocurrió en junio, no,
en abril, poco antes de Semana Santa;
paseábamos por la Rampa
después de medianoche, María Alexandrovna
me miró con ojos encendidos de cólera,
Heberto Padilla estaba fumando,
todavía no lo habían encarcelado.
Pero hoy ya nadie le recuerda, porque está perdido,
un amigo, un hombre perdido,
y algún desertor alemán estalló en una risa deforme,
y también acabó en prisión, pero eso fue después,
y ahora está aquí otra vez, de nuevo en su país,
embriagado y haciendo investigaciones de interés nacional.
Resulta raro que yo lo recuerde todavía,
sí, es poco lo que he olvidado.

Charlábamos en una jerga híbrida
de español, alemán y ruso,
acerca de la terrible zafra
azucarera de los Diez Millones
-hoy ya nadie la menciona, desde luego.
¡Maldito azúcar! ¡Vine aquí de turista!,
aulló el desertor y después citó a Horkheimer,
¡nada menos que a Horkheimer en La Habana!
También hablamos de Stalin, y de Dante,
no puedo imaginarme por qué,
ni qué relación guarda Dante con el azúcar.

Y miré hacia fuera distraído
sobre el muelle del Caribe,
y allí vi, mucho más grande
y más blanco que todas las cosas blancas,
muy lejos –yo era el único que lo veía allí
en la oscura bahía, en la noche sin nubes
y en un mar negro y liso como un espejo-
vi el iceberg, alto, frío, como una helada Fata Morgana,
deslizándose hacia mí, lento, inexorable y blanco.


Traducción: Heberto Padilla


Tomado de Hundimiento del Titanic; fotografía de Iván Cañas.