sábado, 10 de marzo de 2018

En la muerte de Mariano Brull




Gastón Baquero

¿Cómo hablar de una muerte que inspira como pocas la señal de silencio? Mariano Brull trajo a nuestra poesía la conciencia del silencio, la música y la superrealidad que emanan del silencio, y fue él quien nos enseñó cómo el verso, a la manera de Mallarmé, es una rosa en el fondo del abismo, en el fondo del abismo sonoro, donde Unamuno veía quebrarse "el silencio en grito y la risa en quebranto".

Ha muerto después de un largo, inadecuado, impropio sitio del castillo de su cuerpo por la ascensión de la muerte. Mariano Brull parecía destinado a una muerte sin detenida zapa del organismo, sin agotador y terrible dominio de cada parcela de su cuerpo, porque esas muertes sitiadoras, tenaces, reptantes, deben quedar para los hombres que han sido a su vez en la vida sitiadores e implacables para la conquista del mundo en torno. Pero Mariano Brull era un ser tenaz sólo para oír el silencio, para medir la tensión de un matiz, para cazar el brillo y la médula de una palabra poética. Si un día hubiese quedado muerto, insensible, invisiblemente, como ensimismado sobre una página de Valéry, sobre un poema de Mallarmé, sobre un escorzo de Alain, de modo que nunca nadie hubiese sabido si moría de enfermedad o de tránsito hacia otra forma de sustancia más profunda e inmutable, ese morir hubiera armonizado con el ser de Mariano Brull, ¡pero esta lucha sin sentido, esta angustia sin esperanza, este larguísimo e interminable pugnar con la muerte!

Muere en junio, este mes de tanta luz, este mes marino. El traductor-creador de Valéry conocía la riqueza del mar en tiempos como este:

Yo me voy a la mar de junio,
a la mar de junio, niña.
Lunes. Hay sol. Novilunio.
Yo me voy a la mar, niña.
A la mar canto llano del viejo
Palestrina.

¡Cuánta amorosa delectación sobre el poder secreto de la palabra poética anunciaban ya los versos de Poemas en menguante! Y los mismos poemas de La casa del silencio, ¡cómo dejaban ver al poeta de mirada lenta, al enamorado de una definición precisa! Mariano Brull, tal como se abrió en fuerte rosa de los vientos entre las márgenes de Canto Redondo –ese libro lunar, miliar en la poesía cubana–, era el poeta consciente de la sacritud de las palabras, el responsable, el cuidadoso de la resonancia del vocablo y de la integridad de la arquitectura. Vino con él también la conciencia del verso poético, no palabrero, no lógico a secas, ni sentimental sin más, sino poético de poesía, poético por sí. Escribió de esta suerte algunos de los poemas más cargados de inspiración y de técnica al unísono que hayan salido de mano nuestra. Técnica e inspiración, equilibrio entre el impulso y la norma de belleza, dicen lo que persiguiera Mariano Brull:

¿Cómo romper tu ausencia o tu silencio?
Plata de pez ¿qué playa?
Faisanes de oro nuevo ¿qué montaña?
¿A   dónde la  marea de  tus pasos
espuma hasta el rebozo  de su  linde?
Escama y pluma. Fino estío
donde mar crespa y viento jubiloso,
al rescoldo de un cielo de nuez verde,
entre golpes de agua, canturrea…
¿Dónde la víspera de tu canción,
en sábados de mar y luna nueva
o en domingos de pinos y entretiempos?
Los cuidados ¿al sesgo del olvido?
¿Qué albricias para siempre o para ahora?
Yo me fui a la mar de agosto
y he vuelto verdelamido
de verde velutoso…

Ya reposa en silencio. Descansa para siempre las fatigas que acumula una eternidad sobre el pecho del hombre. Ha cerrado su camino sobre la tierra duramente. No fueron sus rosas, sus geometrías iluminadas, sus claridades y júbilos, las vestales de su morir. Mas todo esto está ahora ahí, presente y eterno, indestructible ya, irremovible hasta por la propia mano granítica del Tiempo. Mariano Brull está ahora en toda su poesía, sereno al fin, sin sufrimientos, sin penas, en la contemplación de aquellas ricas imágenes, figuraciones de un orbe de poesía, de una máquina de poetizar los amorfos linderos del mundo. Ahora está Mariano Brull navegando por el Tiempo, intemporal, remoto y próximo, salvado de la anécdota y acogido en la Categoría, vuelto un objeto de la divinidad, impalpable y acorde con la sinfonía de lo impenetrable, lo inacabable, lo Fijo:

Yo estaba dentro y fuera, –en lo mirado–
de un lado y otro el tiempo se divide,
y el péndulo no alcanza, en lo que mide,
ni el antes ni el después de lo alcanzado.
Mecido entre lo incierto y lo ignorado,
vuela el espacio que al espacio pide
detenerse en el punto que coincide
cuanto es inesperado en lo esperado.
Por la orilla del mundo ronda en pena
el minuto fantasma:  –último nido
de la ausencia tenaz que lo condena
a tiempo muerto aun antes de nacido–
mientras en torno, el péndulo encadena
el futuro a un presente siempre ido…

Este era su canto, este será para siempre su canto. Va a entrar en el hogar enorme de la tierra, a devolverse al cosmos extrahumano, casi a la misma hora en que manos francesas regresarán al polvo los restos de Julien Benda, el antipoeta, la antipoesía por intoxicación e indigestión del raciocinio.

Como si se pidiese desde los aires una dosis de luz y otra de razón, una de poesía y otra de hielo, estos que tanto pensaron diversamente, enmudecieron casi en un instante. El silencio de uno y la palabra muerta del otro, acordes serán en una melodía tañida por la música francesa, por el sentimiento geométrico, racionalizador, cartesiano, de las emociones como de las reflexiones. El nuestro, el poeta, alerta al refulgir de la nuance mallarmeana, al pliegue metafísico de Valéry, va al silencio por derecho propio. Mucho trabajó y sufrió sobre "La joven parca", y ya está en compañía suya, del lado de allá de la ribera. ¿Qué puede hacerse ahora por él? La lectura de una página de Focillon, de un texto en prosa de Valéry, de unos versos de Racine, junto a las oraciones, a los poemas que hablan al alma religiosa del mundo, dedicables son junto al callado silencio que ahora inaugura Mariano Brull. Ahora que el mundo es ya otra cosa para él, dejémosle en lo suyo, inmerso en su rara música, rodeado por el rumor de la elegía anticipada que le escribiera Rainer María Rilke, aquel otro que tanto supo callar y tanto hizo resonar entre sus finos labios la melodía de lo impenetrable:

Reposaba. Su faz erguida y pálida
contra la almohadilla desgastada.
A sus sentidos arrancado, el mundo
ha caído en la época del frío.
Quienes le vieron vivo no sabían
hasta qué punto se identificaba
con todo esto: la extensión, la hondura,
estos prados y el agua eran su rostro.
Su rostro era esta extensión
que viene a él aun su voz pidiendo,
y su angustiada máscara que muere
a lo vivo se muestra, como el dentro
de una fruta que el aire pudrirá.


Diario   de  la  Marina,   de  junio   de   1956.


martes, 6 de marzo de 2018

“Como traigo la leña, pim, pam…”




Dolores Labarcena


Luego de un año sabático en cuestiones literarias pero prolífico en conocimientos patológicos, tratamientos holísticos y mecánica postural, en la recta final, y con la idea de abstraerme, tomé un libro que lejos del efecto deseado me introdujo más en ese laberinto de tecnicismos galénicos: litiasis biliar, nefritis, disfagia, trombosis, taquicardia paroxística, en fin. No era, lo confieso, un libro que tuviera prisa por leer. Papaíto Mayarí, novela de Miguel de Marcos, es una de esas lecturas, a mi juicio, obligatorias dentro de la literatura cubana. ¿Se trata de una gema que merezca la pena desenterrar? Depende del ojo con que se mire. Su primera edición (1947) se convirtió en best-seller (dato que ni suma ni resta). Lo curioso es que si rastreamos en internet las menciones son escasas, por no decir que de Miguel de Marcos no se encuentra ni una escueta biografía. Es tan inusual su presencia como el hirsutismo en tiempos de rayos láser.

Lo cierto es que, más allá de su momento, no lo siguió ni el gato; ni los de Lunes, ni los realistas, ni los post, y ni siquiera es pasto de académicos, al contrario, por ejemplo, de Carlos Loveira con Generales y Doctores. Tampoco García Vega lo incluyó en su antología de la novela. En fin... ¿Es que no puede sacarse tajada de un bromista nato, del mofletudo mejor vestido de su época?

Papaíto Mayarí viene a ser la ridiculización del concepto cubanidad, que, según Grau San Martín, es amor. De aquellos lodos, estos barros. En efecto, si algo es indiscutible en esta obra es el choteo galopante, lo pantagruélico, la desacralización del prócer, el falso panegírico, el calco amorfo de la generación del 95. Por ello el patriotismo aquí tiene tintes hilarantes.

“Serapiote querido: Te escribo a las dos de la madrugada. Tú, que sabes inclinarte sobre el sufrimiento humano; tú, que me acompañas en la vida y me sirves desde hace treinta años, tú, que crees que la cubanidad es amor, apiádate de este pobre ocambo. No me despiertes a las siete… Otrosí –Hoy, Serapio querido, es 20 de mayo. Como tú conoces mi patriotismo, como yo conozco el tuyo, te sugiero que, en la dosis de acordeón de mi cotidiano despertar melódico, sustituyas Juan Pescao por los compases del Himno de Bayamo. Tuyo, Papaíto”.
Con esa nota en el buzón del mayordomo-confidente comienza la novela: celebración del 20 de mayo (nacimiento de la República de Cuba, 1902). Y concluye de igual modo, como algo inamovible, monótono, otro 20 de mayo con la muerte del criollo Mayarí. Eso sí, en su cartuja, sin meconio, sin acrimonia, en su lecho placentero y lenitivo.

En la prosa de Miguel de Marcos, además de tecnicismos galénicos, tratados de jurisprudencia, anglicismos y neologismos, todo es hipérbole intencionada, fuego fatuo, lo cual comulga de manera burlesca con la jerga del vulgo. No hay que confundir, no es barroco como afirma alguna que otra crítica. Miguel de Marcos usa los términos que aparecen en las revistas científicas (o seudo), en los periódicos, en las enciclopedias, en los círculos de políticos y literatos, tanto como lo hiciera Flaubert en esa obra maestra que es Bouvard y Pecuchet. No cree ni de lejos en ese lenguaje ampuloso, lo usa y abusa de él. Se regodea en ese festín oral, de tal modo, que no hace distinción entre los personajes. Todos, incluso el mayordomo-confidente, “de imaginación fértil y corazón sin escorias”, están fabricados con el mismo molde, el molde de los bustos de yeso, de las máscaras mortuorias, en serie, hijos de una educación cívico-patriótica, o patriotera, para ser exactos.

Periodista, cronista parlamentario, Miguel de Marcos se vale de hechos reales, de cuadros con los que recrea escenas costumbristas, para desfondar todo costumbrismo. Pero, atención, nada en Papaíto Mayarí es para tirar a mondongo, palabra que tomo prestada del propio autor, de color visceral, trópico-insular como el canario amarillo que tiene el ojo tan negro. El dominio de la frase, la fuerza del epíteto, esos monólogos intercalados, el juego con el tiempo, la música popular, son recursos envidiables para cualquier escritor. Y es que escribir de esa manera exige, pese a carcajadas, la máxima tensión, el máximo aplomo. “Como traigo la leña, pim, pam…”.

A fin de cuentas, lo único solemne en Papaíto es el calificativo de prócer. La cubanidad, en boca de otro de los personajes, Tin Boruga, es el timo del siglo. Digo más, el timo de las letras cubanas, con su poética grandiosidad. ¿Tendrá algo que ver en la trascendencia literaria de Miguel de Marcos semejante aseveración? ¿O se trata de una no declarada alergia ante su desopilante humor, o quizás, el precio a pagar por su condición de periodista? Qué cosa tan seria, la tradición.

Su muerte, irónicamente ocurrida un fin de año (31 de diciembre de 1954), fecha con la que juega una y otra vez sin atisbo de superstición con unos dados imaginarios desafiando al destino, fue motivo de múltiples muestras de respeto y admiración por parte de sus contemporáneos, entre ellas la exquisita nota de Gastón Baquero en el Diario la Marina: “Dotado de una inteligencia muy clara y asistido por una cultura muy sólida, de haber nacido en otro medio, donde la carrera literaria no se estrangula como aquí dentro de la limitación y la trivialidad de la hoja impresa, Miguel de Marcos habría dejado una obra fecunda, no sólo en extensión, sino en logros cuajados. Trabajador infatigable, dudo mucho que en el periodismo cubano haya ejecutoria de tanta calidad y extensión como la suya”. Por lo que, si nos limitásemos única y exclusivamente a hacer conjeturas de lo que no se ha escrito o se escribirá (lo espero con ansias como la Guajira del Palmar) sobre Miguel de Marcos, podríamos formarnos una idea errónea y anticipada de la obstinada omisión de semejante pluma. ¿No es cierto?, pregunto, con premura, luego de un año sabático.


miércoles, 28 de febrero de 2018

Dada la moneda




Rolando Sánchez Mejías 


Cappi y Diabelli
                          (editores)

estafaron a

                                        Schubert


Schubert que
cuando murió
                       
valía


        63 gulden
                        («algunas viejas músicas»,
etc.)


63 gulden no es mucho
pero pueden costear
                              
un pasaje al


                                                                       Leteo

dada la moneda:
    (Schubert: «un estado más
                                puro y
                           
                fuerte»)


dada la
moneda

parecía
               





música




Imagen: Sánchez Mejías, en La Habana, a finales de 1996



sábado, 24 de febrero de 2018

Prefacio a los poemas de Mariano Brull


Paúl Valéry

Existe una música del sentido de las palabras a la cual se confía toda la emoción poética, a pesar de que ella invoca, por otra parte y al mismo tiempo, los recursos menos sutiles de los timbre y del ritmo. Esta música que especula sobre la resonancia de las ideas evocadas y las combinaciones de nuestros recuerdos, es necesariamente, mucho más personal que la música sensible: mientras que la cadencia, los acentos, las similitudes y los contrastes de una colección de sonidos articulados, se trasmiten directamente de un ser a otro, las imágenes, las impulsiones, los accidentes más o menos afortunados de nuestra producción íntima no son, en general, comunicables; y es así porque todo poema es un caso particular; todo poeta un buscador de instantes privilegiados en los cuales él cree sentir yo no sé qué fuerza de expresión, de misión y de propagación universal posible, que le viene de lo que él tiene de más profundo y le permite a su alma singular reducir a su servicio el lenguaje común, sorprender el automatismo y los hábitos, desarrollar extrañamente las convenciones.

Todo esto aparece y palpita en cada uno de los breves poemas de Mariano Brull. Desearía que se leyese, antes que los otros, el delicioso poema “Rosa-Armida”. Es un poema que se diría cantado y plasma un retrato de mujer obtenido por leves toques de vida. Yo hablaría, con placer de la exquisitez de la observación, de la ligereza sorprendente de los rasgos, de la encantadora y rápida variación de los efectos, si no bastase para ello, orientar al lector hacia esa página, que yo le ruego considere como el verdadero y decisivo prefacio de esta colección de poemas.


Espuela de Plata, abril-julio de 1940, p. 3. Versión original en Mariano Brull: Poèmes traduits par Mathilde Pomés et Edmond Vandecarmenn, préface de Paúl Valéry, Bruselles, Les Cahiers du Journal des Poétes, 1939.  

domingo, 18 de febrero de 2018

Vanitas varietatum




Luciano Erba

A veces me pregunto
si la tierra es la tierra
y si éstas entre las sendas del parque
son realmente las madres.
¿Por qué pasan una mano enguantada
sobre el lomo de perros fieles?
¿por qué niños escoceses
espían tras los árboles
a alguien, escolar o soldado,
que ahora abre un cartucho
de turrón o de algodón de azúcar?
Octubre es rojo y baja de los montes
de villa en villa
y de castaño en castaño
se aferra a las mantas
acaricia la tricolor en el bungalow
en el día en que los bersaglieri
entran todavía a Trieste.
Todo es por tanto suave bajos los árboles
incluso las madres y sus mantas anaranjadas
la tierra, la tierra y cada pena de amor
¿existe otra pena?
estoy más allá de los portones: así las Furias
y las obras no acabadas

Pero estas no son las madres,
lo sé, son ciervos en espera.


Vanitas varietatum

Io talvolta mi chiedo
se la terra è la terra
e se queste tra i viali del parco
sono proprio le madri.
Perché passano una mano guantata
sul dorso di cani fedeli?
perché bambini scozzesi
spiano dietro gli alberi
qualcuno, scolaro o soldato
che ora apre un cartoccio
di torrone o di zucchero filato?
Ottobre è rosso e scende dai monti
di villa in villa
e di castagno in castagno
si stringe ai mantelli
accarezza il tricolore sul bungalow
nel giorno che i bersaglieri
entrano ancora a Trieste.
Tutto è dunque morbido sotto gli alberi
presso le madri e i loro mantelli aranciati
la terra, la terra e ogni pena d'amore
esiste altra pena?
sono di là dai cancelli: così le Furie
e le opere non finite.

Ma queste non sono le madri
io lo so, sono i cervi in attesa.


Traducción: Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas