sábado, 24 de febrero de 2018

Prefacio a los poemas de Mariano Brull


Paúl Valéry

Existe una música del sentido de las palabras a la cual se confía toda la emoción poética, a pesar de que ella invoca, por otra parte y al mismo tiempo, los recursos menos sutiles de los timbre y del ritmo. Esta música que especula sobre la resonancia de las ideas evocadas y las combinaciones de nuestros recuerdos, es necesariamente, mucho más personal que la música sensible: mientras que la cadencia, los acentos, las similitudes y los contrastes de una colección de sonidos articulados, se trasmiten directamente de un ser a otro, las imágenes, las impulsiones, los accidentes más o menos afortunados de nuestra producción íntima no son, en general, comunicables; y es así porque todo poema es un caso particular; todo poeta un buscador de instantes privilegiados en los cuales él cree sentir yo no sé qué fuerza de expresión, de misión y de propagación universal posible, que le viene de lo que él tiene de más profundo y le permite a su alma singular reducir a su servicio el lenguaje común, sorprender el automatismo y los hábitos, desarrollar extrañamente las convenciones.

Todo esto aparece y palpita en cada uno de los breves poemas de Mariano Brull. Desearía que se leyese, antes que los otros, el delicioso poema “Rosa-Armida”. Es un poema que se diría cantado y plasma un retrato de mujer obtenido por leves toques de vida. Yo hablaría, con placer de la exquisitez de la observación, de la ligereza sorprendente de los rasgos, de la encantadora y rápida variación de los efectos, si no bastase para ello, orientar al lector hacia esa página, que yo le ruego considere como el verdadero y decisivo prefacio de esta colección de poemas.


Espuela de Plata, abril-julio de 1940, p. 3. Versión original en Mariano Brull: Poèmes traduits par Mathilde Pomés et Edmond Vandecarmenn, préface de Paúl Valéry, Bruselles, Les Cahiers du Journal des Poétes, 1939.  

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