miércoles, 18 de marzo de 2015

Goya




Andrêi Vozniessiênski



Soy Goya
los ojos –pozos de petróleo-
me arrancó el enemigo

Soy guerra
ciudades-escombros
bajo la nieve
de 1941

Soy garra
garganta de ahorcada
repiqueteando
en plaza vacía

¡Soy Goya!
¡Venganza!
Hacia occidente lanzo
                                  ingratas cenizas

Y en la memoria del cielo ¡oh!
clavo
estrellas-fijas

Soy Goya
Soy…




Versión: M. Varón de Mena





lunes, 16 de marzo de 2015

En la frontera




Joseph Roth



El doctor Valentín Langensack, mi profesor de geografía, solía decir que había dos clases de fronteras: naturales y políticas. Infaliblemente, a continuación venía la pregunta: «¿Cuáles son las naturales, cuáles las políticas?».
Montañas, ríos, mares y cadenas montañosas son las naturales. Las políticas son barreras de madera de dos o tres colores, casetas con escudos, policías fiscales in natura. Marcadas por el mapa con puntos, rayas, líneas, etc.
Cuando el doctor Valentín Langensack -¡Dios lo tenga en su gloria!- aún vivía, sólo había dos clases de fronteras.
Ahora que está muerto, sin duda sigue habiendo fronteras políticas, pero hace mucho que ya no hay fronteras naturales, sino antinaturales.
Las fronteras políticas tampoco son ya puntos, rayas, líneas, etc., sino vejaciones, vías dolorosas, pasiones, Gólgotas, crucifixiones, en una palabra: registros
Se puede llegar a la Hungría occidental de habla alemana de distintas maneras: por Ebenfurt o a través del bosque, por senderos de contrabandistas o por Wiener-Neustadt.
Yo elegí Wiener-Neustadt.
En la plaza del Ring está la dirección de policía, y allí empieza la frontera antinatural. Porque, curiosamente, un pasaporte austriaco en regla, dotado de todos los visados y emborronado con todas las firmas ilegibles de todos los comisarios y direcciones de policía del mundo, no basta para pasar la frontera. Hay que conseguir además una autorización de cruce de la frontera en Wiener-Neustadt. Y ése es el comienzo de la frontera.
La frontera misma está media hora más allá de Wiener-Neustadt. Es de noche, y como por desgracia no soy ningún especulador, tengo la intención de cruzar la frontera por la mañana.
Pero, para poder pernoctar en Wiener-Neustadt, hay que haber nacido en Mattersdorf. Precisamente en Mattersdorf. Me enteré de eso en el Hotel Central, donde pregunté humildemente si podía conseguir una habitación. No recibí respuesta alguna. No por eso dejé de esperar. En la frontera, vale el refrán: «Ninguna respuesta es una próxima respuesta».
Delante de mí había un caballero rellenando una hoja de registro. Luego el caballero desapareció, y ocupé su lugar. La hoja de registro estaba ante mí.
Vino una camarera, leyó la hoja y me miró. Luego dijo, con espontánea cordialidad y emoción en la voz:
-Le daré la número cincuenta y dos. Pero sólo porque es usted de Mattersdorf.
A lo que yo guardé silencio y seguí a la camarera hasta la número cincuenta y dos.
Cuando hube dejado mis cosas y me hube guardado la llave, saqué mi revólver y dije, muy amablemente:
-Señorita, yo no soy de Mattersdorf. Esa hoja de registro es de  otro caballero.
-Vaya –dijo ella-, de haberlo sabido no le habría dado la habitación.
-No se arrepentirá –respondí, me guardé el revólver y le di un billete de diez coronas.
Así que volví a mi cuarto en Wiener-Neustadt sin ser nacido en Mattersdorf. ¡Hay que tener suerte!...
Por la mañana, caminé media hora antes de llegar a la frontera propiamente dicha. Sin duda hay una vía que lleva directamente de Wiener-Neustadt a Sauerbrunn, pero el tren no circula. En primer lugar, porque es una frontera antinatural, en segundo lugar, para que los viajeros puedan llevar sus maletas. En la frontera hay seis gendarmes y uno de la Policía secreta. Uno de los gendarmes mira el pasaporte, otro me mira y pregunta:
-¿Nada que declarar?
¡Qué ingenuo! Me pregunto si algún contrabandista habrá confesado alguna vez que llevaba cosas que declarar.
No por eso dejo de decir, como marcan las normas: «No!», y paso.
Veinte pasos más allá, un guardia rojo analfabeto trata de deletrear un pasaporte. Le lleva mucho tiempo. Precisamente con mi pasaporte el buen hombre quiere aprender alemán. Tengo que darle dos cigarrillos para que abandone todo intento de estudiar y me devuelva el pasaporte.
Al otro lado empieza Neudörfl.
Neudörfl es la introducción al país de Heanzen. No entiendo muy bien ese disminutivo, Dörfl. Debería llamarse Neudörf. El pueblo consiste en una sola calle, increíblemente larga, formada a ambos lados por casitas blancas. Es sábado, y día de gran limpieza. Niños rubios juegan entre la porquería de la calle. En una lejana granja gruñe apaciblemente un cerdo. Un gallo se pasea por en medio de la calle. Dos patos chapotean en un charco.
Como Neudörfl no tiene la menor intención de acabarse, decido interrumpirlo por mi cuenta y entro en una taberna. El posadero es húngaro, la mujer austriaca. Un mozo es austriaco, una camarera húngara. El posadero es muy amable con la camarera, la dueña con el mozo. Afinidades electivas y tribales, en el límite de las novelas de amor y los escándalos amorosos.
Al cabo de un cuartillo de vino tinto vuelve a empezar Neudörfl. Un campesino sale de la iglesia. Pregunto por el señor cura.
-Yer le dio un ataque –dice.
-¿Vive aún?
-Sí, pero no le quea mucho. Estaba furioso con Bela Kun, ¡y ahora le ha dao un ataque! –se lamenta el campesino.
-¿Se alegra usted de que Kun se haya ido?
-Pero claro. Eso no había quien lo aguantara.
-¿Sabe que ahora pertenecen ustedes a Austria?
-¡Aún no! ¡Pero se andará! ¿Vié usté de Viena?
-Sí.
 -Ah, ah, de Viena –dice sonriendo, y le brillan los ojillos.
Detrás de la iglesia, Neudörfl se acaba al fin. A la izquierda está Waldheim am Lichtenwerd. Una fonda. Dentro hay un gendarme austriaco con todo el correaje. ¿Qué hace aquí? ¿No será la fuerza de ocupación? ¡Por el amor de Dios, no!; Waldheim am Lichtenwerd ha vuelto a ser Austria! Algo me dice que eso no sería una frontera antinatural. Un pico austriaco entre Hungría y Hungría. ¡Y en el pico una fonda, y en la fonda un gendarme! ¡Qué extraña frontera!
Justo detrás de la fonda empieza el bosque. En la oscuridad hay un hombre con revólver, y grita: «¡Manos arriba!». Al oír ese grito se detienen cuatro guardias rojos húngaros que iban a Waldeheim. El agente de policía los cachea, ordena: «¡Adelante! ¡Marchen!», y los lleva al interior del bosque. Es un sitio un poco inquietante, en el que aún no termina un país y aún no empieza otro.
Quien busque la ocasión de irritarse puede cubrir el resto del camino junto a la vía del ferrocarril hasta Sauerbrunn. ¡Qué hermosa vía! ¡Qué fácilmente podría recorrerla un tren! ¡Y no habría que gritar «¡Manos arriba!» ni haría falta ver gendarme alguno, y sería en general mucho más cómodo!
¡Pero no! Las fronteras son incómodas. ¡Sí! ¡Cuando mi profesor de geografía vivía, y las dividía en políticas y naturales, la cosa era distinta, por supuesto! Pero ahora que está muerto solamente quedan las antinaturales…
  



                                                                         Der Neue Tag, 7-8-1919





sábado, 14 de marzo de 2015

A un viandante de mil novecientos sesenta y cinco




Calvert Casey



 ¿A qué teléfono llamaste y nadie respondió?
¿A qué puerta tocaste que conducía a la nada?
¿Qué ojos buscaste con la mirada vidriosa que tan bien conozco?
¿Qué cuerpo no reconociste con la pupila de obseso?
Sales de las tinieblas para perderte en las tinieblas.
Pasas junto a las murallas resecas sin proyectar sombra.
Te empuja el viento de enero;
agosto no logrará aminorar tu marcha.
Donde quiera que estés llegan tus pasos hasta mí.
Cada noche nace la esperanza y cada noche la entierras.
El arco se romperá contigo.
Busca, busca el amor sobre los arrecifes,
junto a los muros ásperos.
Desde lo oscuro verás cerrarse la puerta.
Tu último paso será tu último gesto.
Si encuentras a quien buscas y te detienes,
rodarás muerto a sus pies.


                                                              
                                                                      Septiembre 18, 2778





lunes, 9 de marzo de 2015

niños yo vi





Haroldo de Campos



vi a Oswald de Andrade
el padre antropófago en el 49
reclinado en un sillón
leyendo trópico de cáncer de henry miller
(maría antonieta la rosa de los alkmin lo mimaba
mientras él iba aplastando contumaces cabezas
de diamante con el martillo de nietzsche)

vi a ezra pound en el 59
en via mameli rapallo
(tuesday four pm ore sedici)
levantando en las manos el gato de gaudier-brzeska
forma felina que ocupaba todo el espacio
de una exigua pieza de mármol ceniza
(a esas alturas el viejo ez ya empezaba a callarse
y sus ojos rubios centellaban en la inútil
búsqueda de punti luminosi)

vi a roman jakonbson en la jolla
california año 56
(a su lado krystyna pomorska rubia cabeza altiva)
pasé rápido el test de las palabras cambiadas:
v zviózdi vriézivaias / “entremezclado a las estrellas”
agujero negro en la primera estrofa
del poema de maiakovski a serguei esenin
venga a oir krystyna un poema brasileño
que resolvió el problema de la rima al revés
en la traducción de los versos de vladimir)

me convidó entonces a comer comida árabe
y fueron muchas las veces y lugares en que nos vimos
encuentros marcados por luminosas dosis de vodka
(albo lapide notari –decían los romanos)
y hasta me envió una carta
abierta
tras leer las coplas de martin codax
sobre el mar de vigo

vi a francis ponge en bar-sur-loup
año 69 diez años después de parís rue lhomond
cuando me extendiera delante de los ojos
el sena
un poema desplegable fluente como un río
y suspendiera a la pared del estudio su araña
tutelar
-l’ araignée mise au mur –magnífica
rectora de saliva
de abolenga progenie mallarmeana
pero ahora en provenza en bar-sur-loup
en los límites de su vaso de agua
él estaba entero
franciscus pontius nemausensis
sobrio lapidario de gres y piedra pómez
separando palabras como quien escoge
minerales de texturas y colores diferentes y los perfila
a contra luz
uno por uno

vi a max bense
celebrando con estudiantes en drei mohren
stuttgart / estugarda año 64
la solución del enigma rembrandt
programada en la fórmula de birkhoff:
el cociente de belleza emergía purísimo
de una retícula violeta
como venus afrodita surgiendo desnuda
de la espuma del mar color vino

vi a julio cortázar años más tarde
en parís rue de l´ éperon
me llamó cronopio como hacía
con los amigos
(él cronopísimo el mayor de todos)
nos gustaba comer en un restaurante griego
cerca del hotel du levant
en la arpegiante calle de la harpe
y un día me hizo entrar en uno de sus cuentos
donde me puso a transcribir de atrás palante en lengua muerta
un soneto suyo corredizo como un zipper
(después me describió como un cachalote de barbas de neptuno
en el centro exacto del círculo
de sus amigos brasileños)

vi todo eso y vi otras muchas cosas
como por ejemplo en la via del consolato
murilo mendes entre cuadros de volpi
preguntando por la edad del serrucho
y en esa misma roma de fachadas amarillo-huevo
en la trattoria del buco
ungaretti el leonardo ungaretti
(que acostumbraba conversar con leopardi
en el locutorio de las estrellas)
me preguntó una vez en tono de confidencia:
ci sono ancora quelle mulattine a san paolo?
(no había ninguna mulatica –era sólo
me explicó después paulo emilio- 
la fogosa fantasía del poeta)

vi en fin todo eso
todo eso y mucho más
y ahora tengo derecho a cierta ciencia
y a una cierta impaciencia
por eso no me manden manuscritos dactiloscritos telescritos
porque sé que la filosofía no es para los jóvenes
y la poesía (para mí) se va pareciendo cada vez más
a la filosofía
y ya que todo al final es niebla-nada
y mi tiempo (consideremos) puede ser poco
y hasta ahora sólo he traducido unos doscientos setenta versos
del primer canto de la Ilíada
y no domino todavía las ganas
de aprender árabe y yoruba
y la necesidad de reunir todas las fuerzas disponibles
para resistir a mefisto y no vender el alma
y seguir firme
en posición de loto
mientras todos esos recados ambiguos (digo: vida)
entran en el contestador automático




Traducción: Pedro Marqués de Armas




domingo, 8 de marzo de 2015

Una cierva en el crepúsculo




D. H. Lawrence



En los pantanos
una cierva surgió del campo
y se perdió en la colina
abandonando a su cría. 

Desde la ladera
se dio vuelta a mirar: 
delgada mancha negra 
contra el cielo. 

La contemplé, sintiendo
que su mirada 
me volvía extraño. 
Pero tenía derecho
a estar allí con ella todavía. 

Su sombra ágil trotaba
a contraluz, echando atrás
la equilibrada y fina
cabeza. Y la reconocí. 

¿No pesa, masculina, cargada de astas, mi cabeza?
¿No son mis patas ligeras?
¿No corrimos juntos en el mismo viento?
¿Mi miedo, acaso, no cubrió su pavor?



Traducción de Juan José Saer