Por Susan
Sontag
¿Es todavía
posible la grandeza literaria? Ante la decadencia implacable de la ambición
literaria, la convergente ascensión del desgano, la verborrea y la crueldad
insensible como asuntos normativos de la ficción, ¿qué sería en la actualidad
un proyecto literario centrado en la nobleza? La obra de W. G. Sebald es una de
las pocas respuestas disponibles a los lectores del idioma inglés.
Vértigo, la tercera novela de Sebald traducida al inglés, fue el punto
de partida. Apareció en alemán en 1990, cuando su autor tenía 46 años; tres
años después vino Los emigrantes; dos años más tarde Los
anillos de Saturno. Cuando Los emigrantes se tradujo al
inglés en 1996, la aclamación lindó con la reverencia. Ahí estaba un escritor
magistral, maduro, inclusive otoñal en su persona y en sus temas, que había
logrado un libro tan extraño como irrefutable. Su lenguaje era maravilloso:
delicado, denso, inmerso en la materia de las cosas; y aunque de esto hubiera
amplios antecedentes en lengua inglesa, lo que resultaba ajeno y a la vez más
persuasivo era la autoridad extraordinaria de la voz de Sebald: su gravedad,
sinuosidad, precisión, su libertad frente a toda cohibición debilitadora o toda
ironía gratuita.
En los libros
de W. G. Sebald, un narrador que lleva el nombre de W. G. Sebald -según se nos
recuerda en forma ocasional- viaja para rendir cuenta de la evidencia de una
moral en la naturaleza, retrocede ante las devastaciones de la modernidad,
medita en torno a los secretos de vidas oscuras. En alguna jornada de
investigación, lanzado por algún recuerdo o noticia de un mundo perdido sin
remedio, él recuerda, invoca, alucina, lamenta.
¿Es Sebald el narrador? ¿O es un personaje de ficción a quien el autor ha
prestado su nombre, con detalles selectos de su biografía? Nacido en 1944 en un
poblado alemán que en sus libros llama "W." (la cubierta lo
identifica para nosotros como Wertach im Allgäu), el autor se estableció en
Inglaterra durante sus primeros veinte años de edad, y con una carrera
académica vigente en la enseñanza de literatura alemana moderna en la
Universidad de East Anglia, incluye un puñado de alusiones a estos y algunos
otros hechos, y también -con otros documentos autorreferenciales reproducidos
en sus libros- un retrato con el grano abierto de él mismo, situado al frente
de un enorme cedro de Líbano en Los anillos de Saturno, o la foto
de su nuevo pasaporte en Vértigo.
Sin embargo, estos libros reclaman con justicia ser considerados como ficción.
Y son ficción, no sólo porque hay buenas razones para creer que mucho ha sido
inventado o alterado sino porque, seguramente, algo de lo que Sebald narra
sucedió en efecto: nombres, lugares, fechas y demás. La ficción y la
objetividad, desde luego, no se oponen. Uno de los reclamos fundadores de la
novela inglesa es que la historia sea verdadera. Lo característico de una obra
de ficción no es que la historia no sea verdadera -bien puede ser verdadera, en
parte o en su integridad-, sino su uso o expansión de una variedad de recursos
(aun documentos falsos o fraguados) que producen lo que los críticos literarios
llaman "el efecto de lo real". Las ficciones de Sebald -y la
ilustración visual que las acompaña- proyectan el efecto de lo real a un
extremo fulgurante.
Este narrador "real" es un modelo de construcción literaria: el
promeneur solitaire de muchas generaciones de literatura romántica. Un
solitario, aun cuando se menciona alguna compañía (como Clara, en el párrafo
inicial de Los emigrantes), el narrador está listo para salir de
viaje a su antojo, a seguir algún arrebato de curiosidad acerca de una vida
extinta (como los cuentos de Paul, un querido maestro de primaria en Los
emigrantes, quien por primera vez lleva al narrador de vuelta a la
"nueva Alemania", y como los del tío Adelwath, quien lleva al
narrador a Estados Unidos). Otro motivo para el viaje se plantea en Vértigo y Los
anillos de Saturno, donde resulta más evidente que el narrador es asimismo
un escritor, con las inquietudes de un escritor y el gusto por la soledad de un
escritor. Es frecuente que el narrador empiece el viaje cuando surge alguna
crisis. Y, por lo común, el viaje es una indagación, aun cuando la naturaleza
de esa indagación no se manifiesta enseguida. He aquí el principio del segundo
de los cuatro relatos que conforman Vértigo: “En octubre de 1980
viajé de Inglaterra, en donde para entonces yo había vivido durante casi 25
años, en un distrito que estaba casi siempre bajo cielos grises, rumbo a Viena,
con la esperanza de que un cambio de lugar me ayudaría a superar una etapa de
mi vida particularmente difícil. Sin embargo, en Viena descubrí que los días me
resultaban demasiado largos, ahora que no estaban ocupados por mi acostumbrada
rutina de escribir y hacer trabajos de jardinería, y literalmente no sabía a
dónde dirigirme. Salía temprano cada mañana y caminaba sin rumbo ni objetivo
por las calles de la ciudad antigua...”
Este largo
pasaje, titulado "All ´estero" ("En el extranjero"), que
lleva al narrador desde Viena a varios lugares del norte de Italia, sigue al
capítulo inicial -un brillante ejercicio de escritura concentrada que refiere
la biografía del muy viajero Stendhal- y le sigue un tercer capítulo que relata
con brevedad la jornada italiana de otro escritor, "Dr. K.", en
algunos sitios visitados por Sebald durante sus viajes a Italia. El cuarto y
último capítulo, tan largo como el segundo y complementario de éste, se titula
"Il ritorno in patria" ("Regreso a casa"). Las cuatro
narraciones de Vértigo bosquejan todos los temas principales
de Sebald: los viajes; las vidas de escritores que son también viajeros; el
sentirse obsesionado y el estar libre de lastres. Siempre hay visiones de la
destrucción. En el primer relato, mientras se recupera de una enfermedad,
Stendhal sueña en el gran incendio de Moscú; el último relato finaliza cuando
Sebald se duerme sobre el diario de Samuel Pepys y sueña con Londres destruido por
el Gran Incendio.
Los emigrantes emplea la misma estructura musical de cuatro
movimientos donde la cuarta narración es la más extensa y poderosa. Los viajes
de una u otra especie habitan el corazón de toda la narrativa de Sebald: en las
peregrinaciones del propio narrador y las vidas, todas de algún modo
desplazadas, que el narrador evoca. Comparemos con la primera oración de Los
anillos de Saturno: "En agosto de 1992, cuando los días
caniculares se acercaban a su fin, salí a caminar por el distrito de Suffolk,
con la esperanza de disipar el vacío que se apodera de mí cada vez que concluyo
un tramo largo de trabajo."
Los anillos de Saturno es en su integridad el recuento de este
viaje a pie realizado con el propósito de disipar el vacío. Pero si el viaje
tradicional nos acercaba a la naturaleza, aquí mide los grados de la
devastación; el principio del libro nos dice que el narrador estuvo tan abatido
al descubrir "las huellas de la destrucción" que un año después de
comenzar su viaje debió ingresar a un hospital de Norwich "en un estado de
inmovilidad casi total".
Los viajes bajo el signo de Saturno, divisa de la melancolía, son el tema de
los tres libros escritos por Sebald en la primera mitad de los noventa. Su
punto primordial es la destrucción: de la naturaleza (el lamento por los
árboles que destruyó un mal holandés que atacó a los olmos, y por los que
destruyó el huracán de 1987 en la penúltima sección de Los anillos de
Saturno); la destrucción de las ciudades; de los estilos de vida. Los
emigrantes relata un viaje a Deauville en 1991, en busca tal vez de
"algún residuo del pasado" para confirmar que este "lugar de
veraneo alguna vez legendario, como cualquier otro lugar que uno visita ahora
en cualquier país o continente, estaba agotado, arruinado sin remedio por el
tráfico, las tiendas y boutiques, el instinto insaciable de la
destrucción". Y el cuarto relato de Vértigo, con el regreso a
casa en W. -que el narrador dice no haber revisitado desde su infancia- es una
extensa recherche du temps perdu.
El clímax de Los emigrantes, cuatro relatos acerca de personas que
abandonaron su tierra natal, es la evocación desoladora -supuestamente, una
memoria en manuscrito- de una idílica infancia germano-judía. El narrador
describe su decisión de visitar Kissingen, el pueblo donde el autor pasó su
infancia, para observar las huellas que han perdurado de ésta. Dado que Sebald
se estableció en lengua inglesa con Los emigrantes, y como el
personaje de su último relato es un famoso pintor llamado Max Ferber, judío alemán
enviado durante su niñez, fuera de la Alemania nazi, a la seguridad de
Inglaterra -su madre, que murió con su padre en los campos de concentración, es
la autora de la memoria-, el libro fue etiquetado rutinariamente por la mayoría
de los reseñistas -sobre todo, aunque no sólo en Estados Unidos- como un
ejemplo de "literatura del holocausto". Al terminar un libro de
lamentación con el tema extremo de lamento, Los emigrantes pudo
preparar el desencanto de muchos admiradores de Sebald por la obra que le siguió
en traducción, Los anillos de Saturno. Este libro no se divide en
narraciones distintas, sino que consiste en una cadena o progresión de
historias: una conduce a la otra. En Los anillos de Saturno, una
mente bien armada especula si acaso Sir Thomas Browne, al visitar Holanda,
asistió a la lección de anatomía pintada por Rembrandt; recuerda un interludio
romántico en la vida de Chateaubriand durante su exilio en Inglaterra, evoca
los nobles esfuerzos de Roger Casement por divulgar las infamias del régimen de
Leopoldo en el Congo, cuenta otra vez la infancia en el exilio y las primeras
aventuras en el mar de Joseph Conrad: estas y muchas otras historias. En su
procesión de anécdotas raras y eruditas, en sus encuentros afectuosos con gente
libresca (dos conferencistas de literatura francesa, entre ellos un académico
especializado en Flaubert; el traductor y poeta Michael Hamburger), Los
anillos de Saturno pudo parecer -luego de la agudeza extrema de Los
emigrantes- simplemente "literario".
Sería una pena que las expectativas creadas por Los emigrantes sobre
la obra de Sebald influyeran también en la recepción de Vértigo,
que esclarece aún más la naturaleza y la urgencia moral de sus relatos de
viajes -atentos a lo histórico por sus obsesiones, pero con alcances que son de
la ficción-. El viaje libera la mente para el juego de las asociaciones, para
los sufrimientos (y erosiones) de la memoria, para degustar la soledad. La
conciencia del narrador solitario es el verdadero protagonista de los libros de
Sebald, inclusive cuando hace una de las cosas que mejor sabe hacer: contar y
resumir las vidas de otros.
Vértigo es el libro donde la vida del narrador en Inglaterra es
menos visible. Y todavía más que los dos libros que le siguieron, este es el
autorretrato de una mente: una mente sin sosiego, insatisfecha de manera
crónica; una mente atormentada; una mente proclive a las alucinaciones. Al
caminar por Viena, cree reconocer al poeta Dante, desterrado de su ciudad bajo
condena de ser quemado en la hoguera. En la banca posterior de un vaporetto en
Venecia, ve a Ludwig II de Bavaria; al viajar en un autobús por la costa del
Lago Garda hacia Riva, ve a un adolescente cuyo aspecto corresponde al de Kafka
con exactitud. Este narrador, que se define a sí mismo como un extranjero -al
escuchar el parloteo de algunos turistas alemanes en un hotel, él quisiera no
haberlos entendido, "o sea, haber sido ciudadano de un mejor país, o de
ningún país en absoluto"- es, además, una mente luctuosa. En cierto
momento, el narrador afirma no saber si todavía está en la tierra de los vivos,
o si ya está en algún otro lugar.
De hecho, él está en ambos: con los vivos y -si la guía es su imaginación- con
los póstumos también. Un viaje es con frecuencia una nueva visita. Es el
retorno a un lugar, a consecuencia de algún asunto inconcluso, para buscar el
origen de un recuerdo, para repetir (o completar) una experiencia; para
entregarse uno mismo -como en la cuarta narración de Los emigrantes-
a las revelaciones más concluyentes y devastadoras. Estos actos heroicos del
recuerdo y la búsqueda de sus orígenes traen consigo su precio. Parte del
poderío de Vértigo es que atiende más el costo de este esfuerzo. (Vértigo,
la palabra empleada para traducir el título alemán Schwindel. Gefühle -a
grandes rasgos: Mal de altura. Sentimiento- apenas sugiere todas las clases de
pánico, apatía y desorientación que narra el libro). Vértigo cuenta la forma como el narrador, luego de llegar a Viena,
camina tanto que al regresar al hotel descubre que sus zapatos caen en pedazos.
En Los anillos de Saturno, y sobre todo en Los emigrantes,
la mente se concentra menos en sí misma; el narrador es más elusivo. Más que en
los libros posteriores, Vértigo aborda la conciencia doliente
del propio narrador. Pero en la angustia mental invocada de forma lacónica que
aguijonea la tranquilidad del narrador, la conciencia inteligente nunca es
solipsista, como sucede en la literatura de menor alcance.
El sostén de la conciencia fluctuante del narrador reside en el espacio y la
vivacidad de los detalles. Como el viaje es el principio generador de la
actividad mental en los libros de Sebald, desplazarse en el espacio brinda un
estímulo kinético a sus descripciones maravillosas, en especial sus paisajes.
He aquí un narrador en propulsión.
¿Dónde hemos escuchado en lengua inglesa una voz de tal exactitud y confianza,
tan directa al expresar el sentimiento y sin embargo tan respetuosamente devota
del registro de "lo real"? Podemos citar a D. H. Lawrence y al
Naipaul de El enigma de la llegada, aunque poco hay en ellos de la
desolación apasionada de la voz de Sebald. Para esto, uno debe considerar una
genealogía alemana. Jean Paul, Franz Grillparzer, Adalbert Stifter, Robert
Walser, el Hofmannsthal de La carta de Lord Chandos y Thomas
Bernhard son algunas afinidades de este maestro contemporáneo de la literatura
de lamentación y ansiedad mental. El consenso acerca de la mayor parte de la
literatura inglesa del siglo pasado ha decretado que las perturbaciones líricas
y elegiacas son inadecuadas para la ficción: sobrecargada, pretenciosa.
(Incluso una gran novela, tan excepcional como Las olas, de Virginia
Woolf, no se ha librado de estos rigores.) La literatura alemana de la
posguerra, preocupada por la manera en que la grandeza del arte y la literatura
del pasado -particularmente del romanticismo alemán- demostró su afinidad con
la conformación de mitos del totalitarismo, sospechaba de cualquier cosa que se
pareciera a la evocación romántica o nostálgica del pasado. De ahí tal vez que
sólo un escritor alemán radicado en el extranjero de modo permanente, en las
inmediaciones de una literatura con una predilección moderna por lo
anti-sublime, pudo lograr un tono de semejante convicción y nobleza.
Además del fervor moral y los dones compasivos del narrador (aquí se aparta de
Bernhard), lo que mantiene su escritura siempre fresca, y nunca meramente retórica,
es el desbordamiento que nombra y visualiza en palabras; esto, más el recurso
siempre sorpresivo de las ilustraciones. Imágenes de boletos de tren, la hoja
desgarrada de un diario de bolsillo, dibujos, una tarjeta de visita, recortes
de periódico, el detalle de un cuadro y desde luego fotografías, con el encanto
y en muchos casos la imperfección de las reliquias. Así, en un momento de Vértigo,
el narrador pierde su pasaporte; o, más bien, se lo pierden en el hotel. Y ahí
está el documento creado por la policía de Riva, en el cual -un toque de
misterio- la tinta en la G de W. G. Sebald está incompleta; y ahí está el nuevo
pasaporte, con la fotografía tomada por el consulado de Alemania en Milán. (En
efecto, este extranjero profesional viaja con pasaporte alemán o, por lo menos,
así lo hizo en 1987.) En Los emigrantes, estos documentos visuales
parecían talismanes. Y es probable que no todos fueran auténticos. En Los
anillos de Saturno, con menor interés, parecen simplemente ilustrativos. Si el
narrador habla de Swinburne, hay un pequeño retrato de Swinburne en medio de la
página; si relata una visita a un cementerio en Suffolk, donde ha captado su
atención el monumento funerario de una mujer fallecida en 1799, el cual
describe en detalle, desde el empalagoso epitafio hasta los agujeros perforados
en la piedra de los bordes superiores por los cuatro lados, tenemos también una
pequeña y borrosa fotografía de la tumba, otra vez en medio de la página.
En Vértigo, los documentos tienen un mensaje más incisivo. Nos
dicen: "lo que les hemos contado es cierto" -algo que, por lo común,
el lector de ficción difícilmente espera-. Ofrecer cualquier tipo de evidencia
es dotar a lo descrito con palabras de un excedente misterioso de pathos. Las
fotografías y otras reliquias reproducidas en la página conforman un índice
exquisito del transcurso del pasado.
En ocasiones se parece a los devaneos de Tristam Shandy: el autor está
intimando con nosotros. En otros momentos, estas reliquias visuales proferidas
con insistencia parecen un desafío insolente a la suficiencia de lo verbal. Con
todo, como Sebald apunta en Los anillos de Saturno al
describir una aparición favorita -la Sala de Lectura de los Marineros en
Southwold, donde examina las anotaciones del cuaderno de bitácora de una
patrulla marina anclada lejos de los muelles en el otoño de 1914-: "Cada
vez que descifro uno de estos registros me asombra que un rastro desvanecido en
el aire o el agua durante tanto tiempo permanezca visible en este papel."
Y continúa, al cerrar la cubierta veteada del cuaderno de bitácora y considerar
"la misteriosa supervivencia de la palabra escrita".
Traducción de
Roberto Diego Ortega