Jorge Luis Borges
De las muy diversas regiones americanas, en cualquier
hemisferio, la más favorecida por los astros o visitada por las Musas (la
locución es indistinta) ha sido, indiscutiblemente, New England. Los grandes
nombres dados por nuestra América fueron y son importantes para nosotros y para
España; Emerson, Melville, Thoreau, Poe, Robert Frost cannot be thought away
sin modificar toda la literatura de nuestro tiempo. La serie es indefinida y
casi infinita; falta Emily Dickinson.
No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y más solitaria
que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo. En su
recluida aldea de Amherst buscó la reclusión de su casa y, en su casa, la
reclusión del color blanco y la de no dejarse ver por los pocos amigos que
recibía.
Publicar no era, para ella, parte esencial del destino de un
escritor; después de su muerte, que acaeció en 1886, encontraron en sus cajones
más de mil piezas manuscritas, casi todas muy breves y extrañamente intensas.
Además de la escritura fugaz de cosas inmortales, profesó el hábito de la lenta
lectura y la reflexión. Emerson y Ruskin y Sir Thomas Brown le enseñaron mucho,
pero solo a ella le fue dado escribir "Parting is all we know of Heaven/
and all we need of Hell" o "
This quiet was gentlemen and
ladies" cuya idea es común y cuya forma es incomparable (curiosamente se
abismaba, como Hugo, en la Revelación de San Juan, el Teólogo).
He sospechado que el concepto de versión literal, desconocido
a los antiguos, procede de los fieles que no se atrevían a cambiar una palabra
dictada por el Espíritu. Emily Dickinson parece haber inspirado a Silvina
Ocampo un respeto análogo. Casi siempre, en este volumen, tenemos las palabras
originales en el mismo orden.
No es cotidiano el hecho de un poeta traducido por otro
poeta. Silvina Ocampo es, fuera de duda, la máxima poeta argentina; la cadencia,
la entonación, la pudorosa complejidad de Emily Dickinson aguardan al lector en
estas páginas, en una suerte de venturosa transmigración.
Buenos Aires, 3 de mayo de 1985.
Poemas, Emily Dickinson, prólogo de Jorge Luis Borges; selección y
traducción de Silvina Ocampo; Tusquets Editores, 1985.
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