martes, 23 de mayo de 2017

Pesadilla de mediodía



Stephen Vicent Benet


No han abierto trincheras en el parque —todavía.
Y no caen soldados desde el cielo.
En el parque el día está lindo y claro, brillante y cálido.
Los árboles están llenos de hojas verdes, cargadas de verano.
Zumba un avión en lo alto, pero nadie se asusta.
No hay por qué asustarse en la ciudad hermosa y grande.
Que no fue edificada para una guerra. Hay mucho
             tiempo por delante.
En Noruega tenían tiempo por delante, pero aquello cayó.
AI despertarse vieron los aviones de las cruces negras.
Al despertarse oyeron los cañones rodando por las calles.
Al principio no podían creerlo. Era difícil de creer.
Si ellos habían sido amables, y prósperos, e ingeniosos…
Si habían logrado hacer artes dignas, y llevar vida honesta
             y en paz por muchos años…
Parece que nada de eso fue bastante.
Si allí había gentes que escribían libros y que pintaban cuadros.
Y trabajaban, y llegaban cansados a casa, con ganas de estar solos.
Si se habían reído de los Césares falsos, que rugen 
             y echan espuma por la boca.
Si se habían reído de sus aires, y del paso, y del brazo extendido…
Parece que nada de eso fue bastante. Eso no era bastante.
Al despertar vieron los aviones de las cruces negras.
Hay yerba en el parque. Y los niños en la ancha pradera.
Al cuidado de unas monjas sofocadas y apacibles.
Donde se da de comer a los patos.
Están los niños negros y los blancos y las solícitas maestras.
Que no cesan de contarlos como si fueran pollitos.
                                      Da mucho trabajo
Llevar al parque a tantos niños;
Pero cuando hayan merendado se marcharán para sus casas.
(Y eso que bien podrían tener casas mejores en la rica ciudad).
Pero no habrá que mandarlos a Kansas, o a Michigan
En un plazo de veinticuatro horas,
Aturdidos, azorados, abrazándose a sus juguetes rotos.
Llenando por cientos de cientos los trenes oscuros
Para ponerlos a salvo, para que puedan vivir y no se mueran.
Para que de algún modo no se mueran, y vivan.
Eso sí siquiera se nos ocurre. Hay mucho tiempo.
Sabemos que en Holanda algunos niños tuvieron menos suerte.
Era difícil mandarlos a otra parte de Holanda.
Es un país tan chico, y aquello fue tan rápido..
Las bombas desde el cielo, qué saben de los niños.
Los que ametrallan no distinguen. En Rotterdam
Una cuarta parte de la ciudad quedó hecha añicos
Y en ella había, como es natural, edificios corrientes
Con las cosas usuales en ellos, como gatos y niños.
Rotterdam era una ciudad vieja y apacible,
Limpia, pulcra, llena de flores
Pero parece que eso no era bastante,
No fue bastante para mantener a salvo a sus niños.
Todo acabó en una semana. Y así acabó su libertad.
Aquí no hay todavía sirenas de alerta en el parque.
Las ventanas que hay a su alrededor aún tienen intactos los cristales.
El hombre que está sentado en aquel banco lee un periódico en yiddish,
Y aunque parezca raro, no van a matarlo por eso.
Ni a azotarlo siquiera, ni a meterlo en la cárcel.
Todavía no; todavía no.
Se puede ser finlandés o danés y ser americano
Se puede ser alemán o francés y ser americano.
Judío, o europeo sucio, negro, cochino irlandés —todos esos nombres
Con que nos insultamos —y ser americano.
Estamos hechos a eso hace ya rato.
Entra en la fonda de Joe y di a los camioneros
Que eres de una Raza Superior, y se reirán de tí.
“Qué es eso, tú, ¿jerizonza?
También yo aquí soy extranjero, pero éste es un país libre.”
Es un país libre…
Claro que sí, que reconozco nuestros defectos,
             y cómo es la cosa por el otro lado,
La soga del que lincha, la justicia comprada, las tierras baldías,
La escama de la hoja, el gusano del trigo.
Los guardias con sus porras, el ciclo gris de la beneficencia pública.
Toda la gran vergüenza de nuestros corazones, y la gran desunión.
Pero yo sólo advierto que como país, lo hacemos lo mejor que podemos.
Como país, yo creo que lo hacemos.
En España trataron de hacerlo, pero los tanques y los aviones 
             pudieron más.
Allí lucharon bien, y mucho tiempo.
Lucharon por ser libres, pero parece que no fue bastante.
No tenían armamentos. Y por eso perdieron.
En Finlandia trataron de hacerlo. La resistencia fue sagaz,
Hábil, inteligente, mantenida por unos hombres libres.
(Pero esa resistencia está ya terminada)
Nosotros, pueblo de buen carácter, despertamos despacio.
(Ese es nuestro pecado, o nuestra virtud). Nos gusta colocar
A un hombre en lo más alto del poder para tirarle piedras luego.
No nos gusta la guerra, y nos gusta decir lo que pensamos.
Estamos hechos a ello.
                                   Hay ciertas palabras,
Nuestra y de los otros, a las que estamos hechos
             —palabras que hemos usado,
Y oído, y tenido que recitar, y olvidado;
Que ya han cogido lustre en el bolsillo; que nos hemos dejado en casa, 
              de recuerdo;
Que heredamos; que guardamos en el último cajón;
En el baúl cerrado con llave, en el fondo del espíritu de paz.
Libertad, Igualdad y Fraternidad
A nadie se penderá, rehusará o negará el derecho y la justicia.
Y estas verdades las creemos evidentes.
Pero yo me pregunto: y si esas palabras pasaran?
Y si pasan, y se van, y ya no son más,
Y quedan desentrañadas y borradas del mundo?
Estamos tan hechos a ellas, que casi las olvidamos.
Lo mismo que olvidamos el aspecto de nuestra propia casa,
Y eso que podríamos recorrerla con los ojos cerrados.
No podemos ponerle precio a la luz del sol, o al aire
Y si no podemos ponerles precio a tales palabras
             es que serán como ellos, naturales.
Costó mucho comprarlas, con pasión y con fe.
Fueron compradas con la sangre, amarga y anónima,
De labradores, maestros, zapateros e ilusos.
Que rompieron el viejo orden y el orgullo de los reyes.
Y algunos no vieron el fin, y muchos se cansaron,
Dudando algunos, otros confundidos.
Fueron compradas por los desarrapados del Molino de Valmy;
Por los peones de Lexington con sus largos cañones ligeros
Y sus impasibles rostros de la Nueva Inglaterra;
Por los férreos barones que escribieron la Carta Magna
Para su propio férreo derecho que no era para el pueblo,
Y que sin embargo ese pueblo tomó en las manos
Y firmó con su propio sudor.
Tardamos en comprar esas palabras.
Tardamos tiempo en comprarlas y nos costaron mucho dolor.
Desde entonces y para siempre libres.
Desde entonces y para siempre libres.
“Nadie puede ser encarcelado, multado o muerto
hasta no haber sido juzgado por sus iguales”.
“Para formar una Unión más perfecta”.
Los otros también tienen sus palabras, sus fuertes palabras,
Fuertes como los tanques; como las bombas, explosivas.
El Estado lo es todo, ¡adorad al Estado!
El Caudillo lo es todo, ¡adorad al Caudillo!
¡La fuerza lo es todo, ¡adorad a la fuerza!
¡Adorad, humillaos, o morid!
Yo volveré a mi casa atravesando el parque.
Esto no es Londres o París.
Esta es una ciudad alta y brillante, el lugar afortunado.
El lugar donde siempre sobró tiempo para todo.
Los muchachos en mangas de camisa, aquí: las muchachas primaverales,
             bien plantadas;
Los ciclistas, los niños con sus aviones de juguete;
Los amantes tendidos en el césped sin importarles las miradas ajenas,
Como si estuvieran en una isla fuera del tiempo.
Los chicos callejeros, mojándose con agua de la fuente
Entre los silbidos del guardia.
Los idiotas que escriben “Jimmy es un idiota” en los muros del túnel:
Todos ellos están bien seguros, que nada va a pasarles.
Claro que nada les va a pasar.
Anda a decirle a Frank, en Union Square, que “los Yankees no vienen”,
             como en la otra guerra.
Anda a contar el nuevo chiste con el que los bolsistas 
             se ríen del Presidente.
Cualquiera que sea. Que va a servir de mucho.
Tienes tiempo de beberte el “highball” —mucho tiempo
Anda a decirle al fuego que queme sólo en otra parte.
Anda a decirle a los aviones de bombardeo que se equivocaron de señal.
Al huracán, que pase por el otro lado.
Anda a decirle al terremoto que no haga temblar el suelo
En la noche ha sonado la campana y el aire se estremece con ella.
No voy a poder dormir esta noche cuando sienta pasar el avión.


Versión de Eugenio Florit


Lunes de Revolución, no. 33, 2 de noviembre 1959.



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