W. H. Auden
Cuando son tantos a
quienes tenemos que llorar,
Cuando el dolor se ha
hecho público, y está expuesto
A la crítica de toda una
época
A la flaqueza de nuestra
conciencia y nuestra angustia
¿De quiénes hablaremos?
Pues cada día mueren
Entre nosotros los que nos
hacían un bien,
Y sabían que no era eso suficiente
Mas confiaban en superarse en la vida.
Así era este doctor:
todavía a los ochenta quería
Preocuparse de nuestras
vidas, a cuyo desenfreno
Tantos posibles futuros
jóvenes
Con amenazas y zalamería
pedían obediencia.
Mas su deseo no se
cumplió; sus ojos se cerraron
A ese último espectáculo
de todos conocido,
De problemas que como
parientes perplejos
Y celosos rodean la hora de
nuestra muerte.
Porque hasta el fin
estaban a su alrededor
Aquellos que había
estudiado, los nerviosos y las noches,
Y otras sombras que esperaban entrar
En el círculo luminoso de su
reconocimiento.
Fuéronse a otra parte con
sus desengaños
Cuando lo arrancaron de su
vieja preocupación
Para devolverlo a la tierra en Londres
Un judío distinguido que
murió en el exilio.
Sólo el odio era dichoso,
confiado en multiplicar
Ahora su práctica y su
clientela desgarbada
Que cree se puede curar matando
Y cubriendo con cenizas los
jardines.
Viven todavía pero en un
mundo que él transformó
Con mirar el pasado
simplemente, sin un falso pesar;
Todo lo que hizo fue
recordar
Como los viejos y ser
sincero como los niños.
No era ingenioso:
simplemente relató
El Presente desdichado
para recitar el Pasado
Como una lección poética
Que al fin vacila en la
línea
Donde hace mucho tiempo
las acusaciones comenzaron,
Y de pronto supo quién lo
había juzgado,
Cuán rica había sido la vida
y qué tonta
Y la perdonaba y era más
humilde.
Podía acercarse al
Porvenir como a un amigo
Sin un ropero de disculpas,
Sin una máscara de rectitud
O un gesto familiar, de
vergüenza.
No es extraño que las
antiguas culturas orgullosas
En su técnica de
inestabilidad previeran
La caída de príncipes, el
derrumbe
De sus esquemas lucrativos
de frustración.
De haber tenido el éxito,
la Vida Generalizada
Hubiera sido imposible, el
monolito
Del Estado se quebraría
imposibilitando
La cooperación de los
vengadores.
Apelaron a Dios pero él
siguió su ruta,
Entre la Gente Perdida
como Dante,
Entre los fosos hediondos
donde los injuriados
Llevan la vida oprobiosa de
los rechazados.
Y nos enseñó lo que es el
mal: no como creíamos
Actos que deben ser
castigados, sino nuestra falta de fe.
Nuestro deshonroso espíritu
de negación
La concupiscencia del
opresor.
Y si algo del gesto
autocrático,
De la severidad paternal
de que desconfiaba,
Todavía quedaba en su
expresión y facciones,
Era una imitación protectora
Para aquel que vivió tanto
tiempo entre enemigos;
Si a veces se equivocaba y
parecía absurdo,
Para
nosotros ya no es una persona
Sino todo un estado de opinión.
A cuyo resguardo llevamos
vidas diferentes:
Como el clima sólo puede
estorbar o ayudar,
El orgulloso puede seguir orgulloso
Pero le es más difícil y el tirano intenta
Obligarlo pero no le es
simpático.
Silenciosamente abarca
todas nuestras costumbres;
Nos ampara, hasta que los cansados
En el más remoto y miserable ducado
Sienten el cambio en sus
huesos y se consuelan,
Y el niño desgraciado en
su pequeño Estado,
En algún hogar de donde está
excluida la libertad,
Colmena cuya miel es el miedo y
la preocupación,
Se siente más tranquilo y
seguro de escapar;
Mientras que descansan en
la hierba de nuestra negligencia,
Muchos objetos hace tiempo
olvidados
Son revelados por su brillantez incansable
Nos son devueltos y
recobran su valor;
Juegos que creíamos
olvidados al crecer,
Ruidos insignificantes que
vedaban nuestra risa,
Guiños que hacíamos cuando
nadie nos miraba.
Pero él quería algo más
para nosotros: que fuéramos libres
Aunque a menudo
solitarios: uniría
Las partículas desiguales rotas
Por nuestro propio sentido de
justicia,
Restauraría a los mayores
el ingenio y la voluntad
Que los pequeños poseen
pero que sólo usan
En áridas disputas, devolvería
Al hijo el cariño profundo de la madre,
Pero nos recordaría sobre
todas las cosas
Que fuéramos entusiastas
de la noche
No sólo por el sentido de
deslumbramiento
Que ella puede ofrecernos, sino
también
Porque solicita nuestro
amor: pues con ojos tristes
Sus deleitables criaturas
nos miran y nos imploran
Humildemente a que las
invitemos;
Son exiladas que ansían el futuro
Que descansa en nuestra
fuerza. También ellas se alegrarían
Si las dejaran servir a la
ilustración como él;
Hasta compartir el grito de
"Judas"
Como él lo hizo y todos
haremos.
Nuestra voz racional está
muda: sobre una tumba
La Casa de los impulsos
llora un ser querido.
Triste está Eros,
constructor de ciudades
Y llora la anárquica Afrodita.
Versión de José Rodríguez
Feo
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