domingo, 21 de mayo de 2017

Thanatopsis



William Cullen Bryant.


A aquel que por amor a la naturaleza mantiene
una comunión con sus formas visibles, ella le habla
un lenguaje diverso; para sus horas más felices
ella tiene la voz de la alegría, y una sonrisa
y la elocuencia de la belleza; y se desliza
en sus meditaciones más sombrías con una suave
y consoladora simpatía que borra
su aspereza antes de que él la note. Cuando los pensamientos
de la última, amarga hora vengan como una plaga
sobre tu espíritu, y las tristes imágenes
de la dura agonía, y la mortaja, y el sudario,
y la oscuridad intensa, y la próxima morada,
te hagan temblar, y desfallecer tu corazón; -
Avanza, bajo el cielo abierto, y escucha
la doctrina de la Naturaleza, mientras de lo que te rodea
-la tierra y sus aguas, y las profundidades del aire-
surge una voz tranquila. Pasarán unos días, y a ti
el Sol que todo lo ve no te verá más
en toda su carrera; ni aun en la fría tierra
en la que con muchas lágrimas colocaron tu forma pálida,
ni en el abrazo del océano existirá
tu imagen. La tierra, que te nutrió, reclamará
tu crecimiento, que te resuelvas en tierra otra vez;
y perdida toda traza humana, rindiendo
tu ser individual, irás
a mezclarte para siempre con los elementos,
a convertirte en hermano de la insensible roca,
de la tarda tierra que el rudo zagal
voltea con su arado, y huella. El roble
alargará sus raíces y traspasará tu sustancia.

A ese lugar de eterno descanso, empero.
no te retirarás tú solamente - ni podrías desear
un lecho de mayor magnificencia. Reposarás
con los patriarcas de la infancia del mundo - con los reyes,
los poderosos de la tierra - los sabios, los buenos,
bellas formas y canosos profetas de las edades pretéritas,
todos en un sepulcro enorme. Las colinas
afianzadas en las rocas y tan antiguas como el Sol, - los valles
que se extienden entre ellas con quietud pensativa;
los bosques venerables - los ríos que se deslizan
majestuosamente, y los arroyos que se quejan
y reverdecen las praderas; y alrededor de todo esto
el derroche melancólico y gris del viejo océano; -
no son sino el solemne ornamento
de la gran tumba del hombre. El sol de oro,
los planetas, todos los infinitos huéspedes del cielo,
brillan sobre la triste morada de la muerte
a través del lapso tranquilo de las edades. Todos los que huellan
el globo, no son sino un puñado en comparación con las tribus
que duermen en su regazo. Toma las alas
de la mañana, y atraviesa el desierto Barcán,
o piérdete en los bosques interminables
que el Oregón atraviesa, sin escuchar ningún sonido,
excepto el de sus propios embates.- Los muertos -empero- están allí;
y millones en aquellas soledades - desde que
el vuelo de los años comenzó - los han colocado allí
para dormir el último sueño. Sólo los muertos reinan allí.
Y de igual modo tú descansarás (¿Y qué sucedería
si te apartaras de los vivos sin que ellos lo notasen, y ningún amigo
advirtiese tu muerte?). Todo lo que respira
compartirá tu sino. Los alegres se reirán
cuando ya estés muerto, la solemne estirpe de la zozobra
continuará trabajando con ahínco, y cada uno como antes perseguirá
su visión favorita; todos estos, empero, dejarán
sus alegrías y sus ocupaciones, y vendrán
y harán sus lechos junto a ti. Mientras el largo tren
de las edades se desliza hacia lo lejano, los hijos de los hombres,
los jóvenes en la verde primavera de la vida, y aquél
cumplido de años, y la matrona, y la doncella,
y el bebé encantador, y el hombre de cabeza gris,
uno a uno serán colocados a tu lado
por aquellos que a su debido tiempo han de seguirlos.
Vive, pues, de modo que cuando te llegue la citación para unirte
a la caravana innumerable que marcha hacia
ese reino misterioso en el que cada uno
ocupará su estancia a lo largo de los silentes corredores de la muerte,
no vayas, como el esclavo picapedrero por las noches
va, azotado, a la mazmorra, sino sostenido y confortado
por una verdad inquebrantable, acércate a la tumba
como aquel que arregla las ropas del lecho
en torno suyo, y se echa a dormir plácidos sueños.


Traducción de Roberto Friol


Revista de la Biblioteca Nacional “José Martí”, enero-junio de 1965.


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