domingo, 13 de diciembre de 2015

Cementerio canino




Predrag Matvejevic


Cementerio canino


En el jardín del palacio que hoy ocupa el Museo de Arte Moderno se encuentra un diminuto cementerio canino. La dueña enterraba allí a sus perros. Los quería y los lloraba. En una lápida de granito están grabados sus nombres y apodos, con la fecha de su nacimiento y de su muerte. Una persona anónima deposita rosas y las recoge cuando empiezan a marchitarse. El museo es público, el cementerio privado. Muchas personas pasan por delante sin verlo. No he logrado descubrir dónde entierran a sus perros los venecianos, ni si tan siquiera los entierran. En el lazareto viejo, en el lugar donde antes se alzaba la pequeña iglesia de Santa María de Nazaret, hay un refugio para perros vagabundos, perdidos o abandonados, pero no hay ni tumbas ni lápidas. La propietaria del palacio Guggenheim afirmaba que para los habitantes de esta ciudad, los entierros sin lágrimas no son verdaderos entierros. Venía de lejos. La enterraron cerca del palacio en el que vivió con sus perros, que tan fieles y leales le eran.




San Servolo


En la pequeña isla de San Servolo había antaño un hospital psiquiátrico. Lo han trasladado a otro lugar. En la isla ya no hay enfermos, pero sus huellas perduran. Por este sendero caminaba el furioso Anzolo, llamado Ciabatta (Chancleta), por aquel, el orgulloso Zorzi, sin apodo alguno. En el cruce, al lado del pozo ceñido por una vera, se reunían y charlaban un buen rato mirando hacia Santa Elena y Giudecca. La brisa era el único testigo de sus encuentros. Nunca consiguieron atraer a nadie aunque lo desearon ardientemente. Los habitantes de esa casa, según las crónicas, se reprochaban mutuamente no estar en su sano juicio y se burlaban unos de otros. Cada enfermo buscaba a otro más enfermo que él, cada loco a otro más loco. La historia de Venecia recoge estos episodios también fuera de la isla. Las viejas gaviotas, que con grandes esfuerzos consiguen volar hasta su cementerio, al oeste de la Laguna, cerca de los pantanos, llamados de Los Siete Muertos (Fondi dei Sette Morti), se comportan de manera diferente. Cada una permite que la otra sufra y muera en paz.



Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek



Tomado de La otra Venecia, editorial Pre-textos, 2004. 



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