Predrag Matvejevic
Cementerio canino
En el jardín del palacio que hoy
ocupa el Museo de Arte Moderno se encuentra un diminuto cementerio canino. La
dueña enterraba allí a sus perros. Los quería y los lloraba. En una lápida de
granito están grabados sus nombres y apodos, con la fecha de su nacimiento y de
su muerte. Una persona anónima deposita rosas y las recoge cuando empiezan a
marchitarse. El museo es público, el cementerio privado. Muchas personas pasan
por delante sin verlo. No he logrado descubrir dónde entierran a sus perros los
venecianos, ni si tan siquiera los entierran. En el lazareto viejo, en el lugar
donde antes se alzaba la pequeña iglesia de Santa María de Nazaret, hay un
refugio para perros vagabundos, perdidos o abandonados, pero no hay ni tumbas
ni lápidas. La propietaria del palacio Guggenheim afirmaba que para los
habitantes de esta ciudad, los entierros sin lágrimas no son verdaderos
entierros. Venía de lejos. La enterraron cerca del palacio en el que vivió con
sus perros, que tan fieles y leales le eran.
San Servolo
En la pequeña isla de San Servolo
había antaño un hospital psiquiátrico. Lo han trasladado a otro lugar. En la
isla ya no hay enfermos, pero sus huellas perduran. Por este sendero caminaba
el furioso Anzolo, llamado Ciabatta (Chancleta),
por aquel, el orgulloso Zorzi, sin apodo alguno. En el cruce, al lado del pozo
ceñido por una vera, se reunían y
charlaban un buen rato mirando hacia Santa Elena y Giudecca. La brisa era el
único testigo de sus encuentros. Nunca consiguieron atraer a nadie aunque lo
desearon ardientemente. Los habitantes de esa casa, según las crónicas, se
reprochaban mutuamente no estar en su sano juicio y se burlaban unos de otros.
Cada enfermo buscaba a otro más enfermo que él, cada loco a otro más loco. La
historia de Venecia recoge estos episodios también fuera de la isla. Las viejas
gaviotas, que con grandes esfuerzos consiguen volar hasta su cementerio, al
oeste de la Laguna, cerca de los pantanos, llamados de Los Siete Muertos (Fondi dei Sette Morti), se comportan de
manera diferente. Cada una permite que la otra sufra y muera en paz.
Traducción de Luisa Fernanda
Garrido Ramos y Tihomir Pištelek
Tomado de La otra Venecia, editorial Pre-textos, 2004.
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