viernes, 27 de septiembre de 2019
domingo, 22 de septiembre de 2019
miércoles, 18 de septiembre de 2019
Summa vitae
José Manuel Caballero Bonald
De todo lo que amé en días inconstantes
ya sólo van quedando
rastros,
marañas,
conjeturas,
pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna
de un cuarto triste de París,
la sombra rosa de los flamboyanes
engalanando a franjas la casa familiar de Camagüey,
aquellos taciturnos rastros de Babilonia
junto a los suntuosos barrizales del Éufrates,
un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas
de un memorable lupanar de Cádiz,
una mañana sin errores
ante la tumba de Ibn’Arabi en un suburbio de Damasco,
el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana
aquel café de Bogotá
donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio...
Cosas así de simples y soberbias.
Pero de todo eso
¿qué me importa
evocar, preservar después de tan volubles
comparecencias del olvido?
Nada sino una sombra
cruzándose en la noche con mi sombra.
viernes, 16 de agosto de 2019
Baquero: palabras de un mago
El acto [lectura de poemas en el Instituto de
Cultura Hispánica] se celebró en noviembre de 1966 y asistió bastante gente. Me
imagino que en gran parte por la curiosidad de oír al hijo de Leopoldo Panero.
A la salida, Brines me presentó a Gastón Baquero, y así empezó una relación que
fue para mi memorable. Cuando año y medio después se publicó A través del
tiempo, Baquero lo presentó.
Gastón era una persona de una simpatía y una
gracia extraordinaria, tenía un sentido del humor y una inteligencia fuera de
lo común. Es uno de los escritores que más me ha deslumbrado. Entre 1966 y 1973
(mi último año en Madrid) nos vimos con frecuencia. Él sabía de todo y, además,
sin pedantería. En cuanto a la poesía, su libro Memorial de un testigo (1966),
lo considero una obra fundamental de la poesía contemporánea. El hecho de que
fuera gusano, cosa muy mal vista en la época en la que todo el mundo posaba de
castrista, y además negro y homosexual, le generaba una serie de marginaciones
especialmente injustas.
Gastón era un hombre que vivía en unas
condiciones difíciles. Tenía un puesto en la revista Mundo Hispánico, que editaba el Instituto de Cultura Hispánica, y
hacía algunas colaboraciones para el departamento de exterior de Radio Nacional
de España. A pesar de ir malviviendo, era un hombre de una generosidad
extraordinaria. Recuerdo que le ofrecí que escribiese un artículo para la
revista Selecciones, y el día que le
llevé el dinero me invitó a cenar a uno de los restaurantes más caros de
Madrid, y se gastó casi entero el pago de la colaboración.
Años después, Marina y yo le invitamos a comer
a casa y Marina preparó una comida excelente, regada con buenos vinos, pero él
ya se había presentado con una botella de Grand Marnier, una cesta de frutas
tropicales y una primera edición de Juan Ramón Jiménez, de regalo.
Aunque no lo sé seguro, tengo la sensación de
que El desencanto no le gustó. Él había mantenido una buena amistad con mi
padre en La Habana y guardaba un buen recuerdo de él, e incluso escribió un
estudio sobre su obra, que formó parte de un interesante libro, Darío, Cernuda y otros temas poéticos.
Nuestro
último encuentro tuvo lugar en Madrid en 1992, cuando me invitaron a la semana
de autor dedicada a Álvaro Mutis. Allí, después de tantos años, casi veinte sin
verlo, me encontré con un hombre viejo y cansado, una penosa sombra de lo que
había sido.
Sin
rumbo cierto. Memorias conversadas con Fernando Valls, Barcelona, TusQuets Editores, 2000, pp. 75-76.
jueves, 15 de agosto de 2019
Dialogar con la muerte
En medio de un sueño entrecortado,
sudor y calmantes, las destempladas horas de un hospital,
escucho una voz que anuncia:
El poeta cubano Gastón Baquero ha muerto.
Y sigue el sueño inquieto, luces y sombras,
«Por todas partes llegan noticias de la muerte».
Al día siguiente en el periódico las frases rituales,
tristes tópicos para llenar el vacío.
Sin embargo, en la cama, mirando el blanco techo,
sin más oficio que dialogar con la muerte,
no son llantos ni pésames los que me llegan
sino tus carcajadas, las risas de otro tiempo.
No hay lugar para el dolor, ni siquiera sorpresa,
sólo el mundo de magia donde siempre habitaste
y que nos regalabas, generoso con todos.
«El alambrista recorre de lado a lado lo más alto del circo
y aplaude la multitud»,
y también yo te aplaudo y la bella Nefertiti
y el mendigo en la noche vienesa
y los gitanos y el viento de Trieste
(que repetía extrañas canciones al amanecer)
y Marcel Proust y Manuela Sáenz,
todos aplaudimos tu respirada alegría,
la deslumbrante soledad que te acompañaba:
«Parece que estoy solo,
pero llevo en derredor un mundo de fantasmas».
Ahora ya has encontrado, por fin, a tus fantasmas
y «el frío de la tumba recién cavada»,
y tantas otras cosas que nos seguirás contando
cada vez que alguien abra tus páginas
como hago yo esta tarde y tenga entre sus manos
rosas y cenizas, artificio y pasión,
en la cárcel del tiempo las palabras de un mago.
Quimera, núm. 178, marzo de 1999, pp. 65-67; Enigmas y despedidas, Barcelona, TusQuets Editores, 1999, p. 34.
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