jueves, 17 de octubre de 2019

La Ardenesa. Segundo ejercicio




Pedro Marqués de Armas


Raparon en Charenton todas las cabezas, menos la suya. El pelo y las uñas y no ese cerebro descolorido, esas carótidas del diámetro de una pluma: sus últimas pertenencias.

Cuando asomó por la ventana del pabellón para gritar:

—Nivelamiento. Nivelamiento. 

Ya estaba muerta. Pero su grito —ave greñuda— repicó en el Bósforo. Cómo no iba a quebrar la cinta si hasta el césped raparon hasta convertirlo en sendero, mientras Monsieur Esquirol hacía señas con banderitas y Saint-Just, tan sordo:

—No se junta justicia y santidad.

Luego el regreso en coche, a Lieja.

¿Adónde iba a ser?



Óbitos, Bokeh, 2015, p. 14; Encuentro, núm. 50, otoño 2008. 



viernes, 27 de septiembre de 2019

Carpentier y Wagner


                                           Carteles, 3 de abril de 1927

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Summa vitae




José Manuel Caballero Bonald


De todo lo que amé en días inconstantes
ya sólo van quedando
rastros,
marañas,
conjeturas,
pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna
de un cuarto triste de París,
la sombra rosa de los flamboyanes
engalanando a franjas la casa familiar de Camagüey,
aquellos taciturnos rastros de Babilonia
junto a los suntuosos barrizales del Éufrates,
un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas
de un memorable lupanar de Cádiz,
una mañana sin errores
ante la tumba de Ibn’Arabi en un suburbio de Damasco,
el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana
aquel café de Bogotá
donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio...

Cosas así de simples y soberbias.
Pero de todo eso
¿qué me importa
evocar, preservar después de tan volubles
comparecencias del olvido?

Nada sino una sombra
cruzándose en la noche con mi sombra.



viernes, 16 de agosto de 2019

Baquero: palabras de un mago


Juan Luis Panero


El acto [lectura de poemas en el Instituto de Cultura Hispánica] se celebró en noviembre de 1966 y asistió bastante gente. Me imagino que en gran parte por la curiosidad de oír al hijo de Leopoldo Panero. A la salida, Brines me presentó a Gastón Baquero, y así empezó una relación que fue para mi memorable. Cuando año y medio después se publicó A través del tiempo, Baquero lo presentó.

Gastón era una persona de una simpatía y una gracia extraordinaria, tenía un sentido del humor y una inteligencia fuera de lo común. Es uno de los escritores que más me ha deslumbrado. Entre 1966 y 1973 (mi último año en Madrid) nos vimos con frecuencia. Él sabía de todo y, además, sin pedantería. En cuanto a la poesía, su libro Memorial de un testigo (1966), lo considero una obra fundamental de la poesía contemporánea. El hecho de que fuera gusano, cosa muy mal vista en la época en la que todo el mundo posaba de castrista, y además negro y homosexual, le generaba una serie de marginaciones especialmente injustas.

Gastón era un hombre que vivía en unas condiciones difíciles. Tenía un puesto en la revista Mundo Hispánico, que editaba el Instituto de Cultura Hispánica, y hacía algunas colaboraciones para el departamento de exterior de Radio Nacional de España. A pesar de ir malviviendo, era un hombre de una generosidad extraordinaria. Recuerdo que le ofrecí que escribiese un artículo para la revista Selecciones, y el día que le llevé el dinero me invitó a cenar a uno de los restaurantes más caros de Madrid, y se gastó casi entero el pago de la colaboración.

Años después, Marina y yo le invitamos a comer a casa y Marina preparó una comida excelente, regada con buenos vinos, pero él ya se había presentado con una botella de Grand Marnier, una cesta de frutas tropicales y una primera edición de Juan Ramón Jiménez, de regalo.

Aunque no lo sé seguro, tengo la sensación de que El desencanto no le gustó. Él había mantenido una buena amistad con mi padre en La Habana y guardaba un buen recuerdo de él, e incluso escribió un estudio sobre su obra, que formó parte de un interesante libro, Darío, Cernuda y otros temas poéticos.

Nuestro último encuentro tuvo lugar en Madrid en 1992, cuando me invitaron a la semana de autor dedicada a Álvaro Mutis. Allí, después de tantos años, casi veinte sin verlo, me encontré con un hombre viejo y cansado, una penosa sombra de lo que había sido. 


Sin rumbo cierto. Memorias conversadas con Fernando Valls, Barcelona, TusQuets Editores, 2000, pp. 75-76.