Pedro Marqués de Armas
Raparon en Charenton todas las
cabezas, menos la suya. El pelo y las uñas y no ese cerebro descolorido, esas carótidas del diámetro de una pluma: sus últimas pertenencias.
Cuando asomó por la ventana del
pabellón para gritar:
—Nivelamiento. Nivelamiento.
Ya estaba muerta. Pero su grito
—ave greñuda— repicó en el Bósforo. Cómo no iba a quebrar la cinta si hasta el
césped raparon hasta convertirlo en sendero, mientras Monsieur Esquirol hacía señas
con banderitas y Saint-Just, tan sordo:
—No se junta justicia y santidad.
Luego el regreso en coche, a
Lieja.
¿Adónde iba a ser?
Óbitos, Bokeh, 2015, p. 14; Encuentro, núm. 50, otoño 2008.
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