lunes, 30 de abril de 2018

Marx


Pablo de Rokha

La voluntad socrática, ardiendo con fuego aritmético,
cuadrado y helado, regía
aquel gran corazón sin entrañas.

Su horizonte astronómico
de las máquinas biológicas la precisión teniendo, 
y lo dramático y lo dinámico,
era del material relativo del infinito;
algo muy duro, como hecho, limitable en volumen inminente,
y cuya expresión cristalina buscaba las aguas.

Piedra y hierro besándose por amor preciso y definitivo.
Amaba con el cerebro,
a aquella humanidad eterna de su laboratorio.

Un mapa sonoro atravesábale las vísceras,
y el animal que habla y que llora,
era un hecho, no era un sueño en su estatura.

Y anhelaba, matemáticamente, lo armónico.

Su sentimiento era un pensamiento pensando,
y existir era su misterio.
Sin embargo, creía en la vida regida por el hombre.

Huían los dioses hacia la superestructura histórica,
frente al puñal cerebral del materialismo y sus métodos,
como una gran bandada de navíos;
la canalla metafísica, hoy, en el instante de la verdad
heroica y el enorme cara a cara a la existencia,
el celeste crimen ahorca en el palo solar del oriente que adviene.

Primero el hombre, el hombre y su dominio,
la verdad-sociedad, generando la historia expresada y
definida en héroes,
mañana el arte gigante y sin clase, como mito.
Comer y procrear, certidumbres,
flor de la lira marxista, escalonándose en pirámides,
santo del álgebra, poesía comunista.

Expresando la razón técnica,
en la escala jerárquica de los valores, la conciencia específica,
intuye los fondos obscuros,
arrasa la causalidad temporal-espacial y emerge
su actitud, goteada de espanto,
ortodoxa y estupenda de razonamientos,
y la pálida matemática.
Cabeza de libro, Marx,
y un orden del orden que canta, rimando su gramática,
clavel de miel sociológica.
Bramaba la tonada de la plusvalía,
el poema de los cálculos matemáticos, y la belleza y
la justicia económica,
la canción funeral, a la verdad burguesa;
y el viento de fuego de los héroes, azotando su esperanza,
hacía flamear su ideal, como un pabellón rojo.

Lección de virtud científica,
piedad ecuménica, bondad astronómica, arrasando
la compasión capitalista.

Presencia, energía, dureza,
un metal infantil, modelándose en grandes edades.

Dios sin leyenda.

sábado, 28 de abril de 2018

La revolución



Juan Breá (Neneno)

un grito de "¡fuego!
ha encendido el ocaso burgués
de la larga espera
en las manos ociosas de los parados
han crecido las uñas hasta hacerse bayonetas
en la taquicardia fatal de las ametralladoras
aprenden los obreros
su primera lección de taquigrafía
contra el suelo se estrellan pesados
los huevos de dinamita
que ponen los aviones en el cielo
en multicolor confetti de metralla
se salen las granadas en el aire
la tierra coqueta
se pinta con sangre la boca
y con humo de pólvora el negro de los ojos
sobre el lomo del viento
galopa un olor sonoro de epopeya
es que las balas de la revolución
han silbado la tragicomedia burguesa
y a Jesucristo socialdemócrata
le han operado la cruz y el domingo
no comprendéis? Es Carlos Marx que pasa
se han apagado un momento
los grillos en todos los relojes
empieza una hora distinta
de la ceniza apagada de su canción de cuna
se enciende el canto colorado de los gallos
y la luna? ¡Mierda para la luna!
y para ese crepúsculo capitalista
que explota los mejores colores de mi corbata
ya suena una hora distinta
ya se enciende para todos los obreros
una nueva alba de oro
en el culo quemado de sus pipas 

                                   Habana y enero 1932

                                  
 Agora. Cartelera del Nuevo Tiempo, número 4, 15 enero 1932. 

 Tomado de poetassigloveintiuno.blogspot.com.

viernes, 27 de abril de 2018

El Jardín


Virgilio Piñera 


Un jardín me ha construido el sueño
para que en él yo sueñe la realidad;
allí los muertos, los vivos, los ausentes
conversan entre sí animadamente:
a mi difunta madre yo le he oído
quejarse de las frutas del mal año,
y decirle a mi padre que yo soy
un niño desterrado de su amor.

De pronto ha aparecido Robespierre
sentado en su carreta del patíbulo
vendiendo una cabeza con gusanos
mientras grita: ¡Manzanas coloradas!
Mi padre pide una, y él le dice:
¿Cuál prefieres? ¿La de Dantón?
¿La de María Antonieta?
Pero mi madre, viendo una cabeza
en donde por las cuencas de los ojos
asomaban dos uvas temblorosas,
la eligió, y Robespierre le dijo:
Es para mi un honor que usted me coma.

Lo que leí en los inciertos libros
ahora lo veo señaladamente:
Nerval se va a ahorcar en la Vieille Lanterne,
Zenea se dispone a ser fusilado,
Casal en su hemoptisis se consume,
y en Dos Ríos Martí la patria funda.

De Henry James los niños misteriosos
se acercan a su aya desencarnada
para confiarle que ellos están viendo
un hombre vivo en lo alto de la torre.
Sonriendo ella asiente y pone un dedo
sonbre sus labios como diciéndoles:
Todo es posible en el reino de la muerte.

Aún no salido de mi asombro escucho
de Carlos Marx la voz tronitonante:
Aunque quieras los ángeles no existen.
Vas caminando por una estrella calle,
o por el ancho mar o el aire surcas
y no hay ángeles que choquen con tu vista;
sólo hay seres humanos y animales
que mueven como pueden su existencia.
Tu pensamiento debes concentrar en ellos,
en una esquina abandonar la fantasía,
dejarla ciega, que se estrelle sola,
y tú decir con convicción profunda:
Somos materialistas convencidos.

Ya no tienen cabida en este mundo
las locas invenciones de la mente,
las gorgonas se han ido para siempre,
en los océanos no hay buques fantasmas,
y aquel que caminó sobre las aguas
se ha perdido en el lago de los Quantas.

En el teatro de los idealistas,
Hegel (si lo pudieras ver), menos que ambiguo
está, olímpico, detrás de la cortina,
sentado entre la tesis y antítesis.
Ni hay público para escuchar su verbo:
toda la fenomenología del espíritu
es un sólido bloque de materia
contra el que las mónadas se estrellan.

Tú estás aquí, en este jardín,
estás bien muerto y, sin embargo,
oigo tu voz hablando de materia.
Y Marx contesta: No soy yo el que te habla,
eres tú el que sueña.
Estás vivo y estás soñando
que yo te hablo de la materia,
de la que tu sueño es una parte.

Dime, le imploro, ¿el que está muerto
en su hoyo es mecido por el sueño?
Yo he muerto, dice Marx, y tú aún eres
materia viviente. Hablo por tu mente,
y en nada soy mecido, al menos que tú digas
que yo me estoy meciendo.

Desde un púlpito con blancos espectrales
la voz de un sacerdote cae helada:
Los designios de Dios son insondables,
y aunque las naves viajen a la Luna
en tierra nos quedamos con el tiempo.
Sólo el espíritu puede redimirnos
de tal arena aciaga, y esta envoltura corporal
convertida en gusanos, y que surja
la eternidad empapándose en la Muerte.

Muy lindas tus palabras -dice Marx-,
pero las naves viajan a la Luna,
y en tú cabeza tus ángeles vuelan
como las moscas sobre el cadáver.
Enseña a tu rebaño que el poema,
en las casas mentales, siempre ocupa
un lugar irrisorio, y diles
que vivimos en un mundo
donde soñar es como estar ya muertos.

                                                                  
                                                              1965


martes, 24 de abril de 2018

Karl Heinrich Marx



Hans Magnus Enzensberger

abuelo gigante
con barbas de Jehová
sobre daguerrotipos sepias
veo tu rostro
con un aura canosa
autoritario y belicoso
con tus papeles en la cómoda:
cuentas del carnicero
discursos de apertura
órdenes de arresto

tu cuerpo macizo
lo veo en el libro de detenciones
gran traidor
displaced person
con levita y pechera
tuberculoso insomne
la bilis saturada
por los cigarros fuertes
los pepinos salados
el láudano
los licores

veo tu casa
de la rue d'alliance
dean street grafton terrace
burgués gigante
tirano doméstico
con pantunflas gastadas:
tizne y "mierda económica"
y casa de empeño "como siempre"
ataúdes de niño
y chismorreos

no hay metralleta
en tu mano de profeta:
yo la veo en el british museum
debajo de la lámpara verde
rompiendo tranquilamente
tu propia casa
con una paciencia terrible
fundador gigante
por el amor de otros hogares
en donde nunca despertaste

rabí gigante
te veo traicionado por los tuyos:
sólo tus enemigos
permanecieron lo que eran
veo tu rostro
en el último retrato
de abril del ochenta y dos:
una máscara de hierro:
la máscara de hierro de la libertad.

                                                 1964


Versión de Heberto Padilla

Poesías para los que no leen poesías, Barcelona, Barral Editores S. A, 1971.

Aportes


Reinado Arenas

Carlos Marx
no tuvo nunca sin saberlo una grabadora
estratégicamente colocada en su sitio más íntimo.
Nadie lo espió desde la acera de enfrente
mientras a sus anchas garrapateaba pliegos y más pliegos.
Pudo incluso darse el lujo heroico de maquinar pausadamente
contra el sistema imperante.

Carlos Marx
no conoció la retracción obligatoria,
no tuvo por qué sospechar que su mejor amigo
podría ser policía,
ni, mucho menos, tuvo que convertirse en policía.
La precola para la cola que nos da derecho a seguir en la cola
donde finalmente lo que había eran repuestos para
presillas («¡Y ya se acabaron, compañero!»)
le fue también desconocida.

Que yo sepa
no sufrió un código que lo obligase a pelarse al rape
o a extirpar su antihigiénica barba.
Su época no lo conminó a esconder sus manuscritos
de la mirada de Engels.
(Por otra parte, la amistad de estos dos hombres
nunca fue «preocupación moral» para el estado.)

Si alguna vez llevó a una mujer a su habitación
no tuvo que guardar los papeles bajo la colchoneta y,
por cautela política,
hacerle, mientras la acariciaba, la apología al Zar de Rusia
o al Imperio Austrohúngaro.

Carlos Marx
escribió lo que pensó
pudo entrar y salir de su país,
soñó, meditó, habló, tramó, trabajó y luchó.
contra el partido o la fuerza oficial imperante en su época.

Todo eso que Carlos Marx pudo hacer pertenece ya
a nuestra prehistoria.
Sus aportes a la época contemporánea han sido inmensos.

                                                                         
                                                                 (La Habana, junio de 1969)