sábado, 22 de noviembre de 2014

Billy el Niño




Jack Spicer


I

La radio que me habló de la muerte de Billy el Niño.
(Y el día, bochornoso día de verano, con pájaros en el cielo).
Inventemos una frontera -un poema que alguien podría esconder con la patrulla del sheriff persiguiéndolo- mil km. si es necesario que recorra mil km.-un poema sin toscas esquinas, sin casas donde perderse, sin ataderas de magia habitual, sin judíos de Nueva York que venden pijamas amatista, tan solo un lugar donde Billy el Niño pueda ocultarse cuando asesina.  
Jardines de tortura y rieles espectaculares.  La radio
que me habló de la muerte de Billy el Niño
El día, bochornoso día de verano. Los polvorientos caminos del verano.
Caminos hacia alguna parte. Casi puede verse adónde van
tras el morado oscuro del horizonte. Ni siquiera los pájaros lo saben.
El poema. A tal distancia quién podría reconocer su rostro.

II

Un reguero de hojas brillosas que remedan flores del infierno
Un trozo de papel de envoltura, ya arrugado, pero
vuelto a arrugar por la mano, estirado por una
plancha eléctrica.
Un cuadro
Que me habló de la muerte de Billy el Niño.
Un collage una trabazón
De lo real
Donde insulsos colores
Dicen lo que los héroes
realmente consiguieron.
No, no es un collage. Las flores del infierno
Caen de las manos de los héroes
caen de nuestras palmas
Como si no fuéramos capaces de abarcarlas.
Su pistola
no disparaba balas de verdad
su muerte
Consumada ya no es trascendente.
Con aquellos insulsos colores
No es un collage
Es una trabazón, un
Recuerdo.

III

No había nada en la orilla del río
Salvo pasto seco y algodón de azúcar.
"Alias," le dije. "Alias,
Alguien quiere que nos bebamos el río
Alguien quiere que tengamos sed".
"Niño", dijo. "Ningún río
Quiere atrapar hombres. No hay maldad en eso. Trata
De entender".
Nos quedamos allí junto al río y Alias
se quitó la camisa y yo la mía.
Nunca fui real. Alias nunca fue real.
Ni el pasto ni el enorme algodonero.
Ni el pequeño río.

IV

Lo que quiero decir es que
Yo
Te hablaré del dolor
Era un dilatado dolor
Casi tan ancho como una cortina
Pero dilatado
Como los descampados.
Estig-
mas
Tres agujeros de bala en la ingle
Uno en la cabeza
floreando
Justo debajo de la ceja izquierda
Lo que quiero decir es que yo
Te hablaré de su
Dolor.

V

Billy el Niño entre los álamos con un solo toque de luz de luna
Su sombra resalta entre todas las demás sombras
Delicada
como es la percepción
Nadie podrá quitarle la pistola ni obliterar
Su sombra.

VI

La pistola
Una pista falsa
Nada puede matar a
Nadie
Ni un poema ni un pene enorme. Bang,
Bang, Bang. Una pista
Falsa
Ni la inmortalidad siquiera (aunque por qué me pregunto 

por la inmortalidad de alguien que era tan mortal como Billy el Niño o
su pistola que ahora está oxidada en algún vertedero
o perfectamente brillosa en algún museo de Nueva York) Una
Pista falsa
Nada
Puede matar a nadie. Tu pistola, Billy,
Y tu fresco
Rostro.

VII

Los saltamontes se agitan por el desierto.
En el desierto
Sólo quedan saltamontes.
Señora
De Guadalupe
Aclárame la vista
Depúrame el aliento
Haz más fuerte mi brazo fuerte y duros mis dedos.
Señora de Guadalupe, amante
de muchos, hazme
Vengarlos.

VIII

De vuelva adonde está la poesía Nuestra Señora
Observa cada movimiento cuando los jugadores toman las cartas
Del mazo.
El Diez de Diamantes. La Jota de Espadas. La Reina
De Bastos. El Rey de Corazones. El As
que Dios nos dio cuando nos puso a escribir poesía para
gente desprevenida o para caerles a tiros.
Nuestra Señora
Se alza como una especie de bailadora cónyuge de la memoria.
¿Bailarás, Nuestra Señora,
Muerta e inesperada?
Billy quiere bailar
Billy
Te volará los sesos a tiros si no bailas
Billy
Estando muerto también quiere
Divertirse.

IX

Así se rompe el corazón
En pequeñas sombras
Casi tan fortuitas
Que son banales
Como el diamante
Que tiene en su centro un diamante
O una roca
Roca.
Presa de miedo
El amor formula su pregunta nodal-
No puedo recordar
Lo que me trajo aquí
En el brazo el hueso responde al hueso
O la sombra ve sombra-
Guardianes de la muerte tripulamos la barca
Como alguien en canoa
Por un pequeño lago
Cuando en cualquier extremo
No hay más que gajos de pino-
Guardianes de la muerte tripulamos la barca
Con el corazón roto o el cuerpo roto
La elección es real. El diamante. Yo
Lo pido.

X

Billy el Niño
Te amo
Billy el Niño
Apoyo todo lo que digas
Y allí estaba el desierto
Y la boca del río
Billy el Niño
(A pesar de las noticias de tu muerte)
Hay miel en la ingle


Billy



Traducción de M. Varón de Mena



Ella





Oliverio Girondo


Es una intensísima corriente 
un relámpago ser de lecho 
una dona mórbida ola 
un reflujo zumbo de anestesia 
una rompiente ente florescente 
una voraz contráctil prensil corola entreabierta 
y su rocío afrodisíaco 
y su carnalesencia 
natal 
letal 
alveolo beodo de violo 
es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que 
estrellan y disgregan 
aunque Dios sea su vientre 
pero también es la crisálida de una inalada larva de la nada 
una libélula de médula 
una oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de frotes 
un chupochupo súcubo molusco 
que gota a gota agota boca a boca 
la mucho mucho gozo 
la muy total sofoco 
la toda ¡shock! tras ¡shock! 
la íntegra colapso 
es un hermoso síncope con foso 
un ¡cross! de amor pantera al plexo trópico 
un ¡knock out! técnico dichoso 
si no un compuesto terrestre de líbido edén infierno 
el sedimento aglutinante de un precipitado de labios 
el obsesivo residuo de una solución insoluble 
un mecanismo radioanímico 
un terno bípedo bullente 
un ¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio 
y espasmos lírico-dramáticos 
aunque tal vez sea un espejismo 
un paradigma 
un eromito 
una apariencia de la ausencia 
una entelequia inexistente 
las trenzas náyades de Ofelia 
o sólo un trozo ultraporoso de realidad indubitable 
una despótica materia 
el paraíso hecho carne 
una perdiz a la crema.



Hueso




Oscar Hahn


Curiosa es la persistencia del hueso
su obstinación en luchar contra el polvo
su resistencia a convertirse en ceniza

La carne es pusilánime
Recurre al bisturí a ungüentos y a otras máscaras
que tan sólo maquillan el rostro de la muerte

Tarde o temprano será polvo la carne
castillo de cenizas barridas por el viento

Un día la picota que excava la tierra
choca con algo duro: no es roca ni diamante

es una tibia un fémur unas cuantas costillas
una mandíbula que alguna vez habló
y ahora vuelve a hablar

Todos los huesos hablan penan acusan
alzan torres contra el olvido
trincheras de blancura que brillan en la noche

El hueso es un héroe de la resistencia




Los huesos de mi padre







Rodolfo Hinostroza


Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?
Todos completos, con su maxilar inferior, su frontal,
sus falangetas, su astrágalo,
su vómer, sus clavículas?
No se habrán confundido
en la Fosa Común
con los de un vagabundo
de esos que abundan en las calles de Lima,
y mueren sin un grito? Cómo voy a confiar
en que sean éstos los huesos de mi querido padre,
don Octavio, Tachito,
si en la Fosa Común donde lo echaron
puede ocurrirle cualquier cosa
a los huesos de uno?
Su hermano, tío Reynaldo había jurado
encontrar a mi padre, y recorrió toda esta Lima a pie
durante un año, para hallar a mi padre, el poeta,
que se había perdido en la ciudad,
como suele ocurrirles a los ancianos y a los locos.
Todos los días salía, después del desayuno,
a buscar al hermano mayor,
a aquel poeta provinciano,
talentoso, desgraciado y perdido
por los barrios de Lima. Llevaba
una vieja foto de mi padre, amarillenta,
donde aparecía con su pelo ya blanco,
sus ojillos brillantes de inteligencia, sus mejillas flácidas
labradas por años de inútiles batallas
contra lo que él llamaba su destino adverso
cuando se hallaba de un ánimo blasfemo,
dispuesto a enrostrarle a un Dios
en el que no creía,
sus continuos fracasos.
La boca grande, elocuente.
La frente alta y despejada. Con un terno marrón, creo,
a rayitas. Esa imagen debió corresponder
a una época feliz, tal vez la de Huaraz,
cuando estábamos todos juntos, mi hermana
mi madre y yo, mucho antes
del divorcio.
Reynaldo la mostraba
a la gente, los interrogaba venciendo
su enorme timidez: “¿Ha visto a este hombre?”
indesmayablemente a pie,
tío de a pie como un remoto soldado de una guerra perdida,
raso, humilde, cumplido,
indagando en los parques, en los hospitales,
en las estaciones de autobús,
en los mercados,
pues quería encontrarlo,
ésa era la misión que se había impuesto
antes que la muerte se lo lleve.
Pero la muerte se llevó primero a tío Reynaldo
de un cáncer al estómago,
sin saber que mi padre lo había precedido en el último
rumbo,
y no fue sino mucho más tarde que mi hermana
al fin encontró a mi padre
en una Fosa Común del cementerio de Miraflores
donde sus huesos misteriosamente habían venido a dar
porque nadie había reclamado su cadáver.
La muerte
que con callado pie todo lo iguala
lo había sorprendido en un asilo municipal
donde llevan a los locos que vagan por las calles de Lima
y había muerto, enloquecido y solo,
él, Octavio, Tachito, el poeta, el hermano mayor
que había nacido en cuna de oro.
Siempre pensé que moriría rodeado
como Maese Manrique
de sus hijos, hermanos y criados
reconciliado con su terco destino
y cesaría la angustia
la loca angustia que desorbitaba sus ojos
porque no quería morir como un fracasado
y su muerte le cerraría para siempre
las puertas de La Gloria.
No reposó un instante en vida
acechando a la suerte en todos los caminos,
en todos los concursos,
esperando un cambio del destino
un premio, algo definitivo
que sacase su nombre del anonimato
y le diese la paz. Ya no soñaba con el Premio Nobel,
sino con la publicación de sus poemas
que eran profundamente hermosos
y cada día más bellos
cuanto más desgraciada era su vida.
Se sentía en deuda
con nosotros sus hijos,
y los recuerdos de nuestra infancia feliz lo atormentaban
hasta hacerlo sangrar
como un patriarca loco que ha perdido
el paraíso inadvertidamente
por una mala mano en el tresillo
un mal consejo, o una debilidad de temple
inconfesable.
Entonces quería estar solo, huía
de la familia, se confundía
en Lima entre los vagabundos, le aterraba
y le atraía como un destino escrito
la mendicidad al final del camino. No aceptaba
el rol que todos querían para él:
el del abuelo sabio y respetado
que mora y aconseja en el hogar de su hija: prefirió
seguir en la batalla hasta el final,
irse a la calle
esperando un milagro.
Sus despojos
fueron a dar a la Fosa Común
hasta que el proceso
de putrefacción termine, en cosa de tres años
y sus huesos, mondos, nos fueron entregados
en una caja de zapatos, con una etiqueta
identificatoria.
Ahora reposan en el Cementerio el Ángel
en una de esas fúnebres bibliotecas de huesos
a pocos bloques de donde mi madre duerme su sueño
eterno.
La muerte, piadosamente,
ha acercado los huesos de dos seres que la vida separó,
y sus nombres han vuelto a aproximarse
en el silencio de este Camposanto
como cuando se vieron por primera vez
y se amaron.
En ocasiones
mi hermana y yo llevamos flores,
a un sepulcro y el otro,
y todavía sufrimos por su amor desgraciado,
que sin embargo dio maravillosos frutos. 




jueves, 20 de noviembre de 2014

El ornitorrinco




Daniel García Helder



Negado por la naturaleza como sin duda
lo hubiera querido hacer su padre, vuelve a estornudar,
mezcla de varias especies que tras disputarse el predominio
se dieron todas por vencidas, abandonando el terreno.
Con varas de nardo su genio personal
debe estar haciéndole cosquillas en la nuca
para que sonría así, estirando dos labios de camello,
por debajo de un objeto nasal de neto corte papú.
El cuello deprimido, nada de pelo sino pelusas de fruta,
dedos aporcados sobre un vientre de botella y zambo
para que a ojo el diseño no carezca de una base
acorde el ángulo cerrado de los hombros,
grogui de pie en el sol sigue con ojos pisciformes
los aleteos de una docena de passeriformes
tomando baños de polvo y pío pío.
Te digo que si un cagatinta quisiera, con un bollo de papel
desde cualquiera de esas ventanas del Ministerio,
probar puntería en su mollera rosada
ya no podría: un viejo cuyo cutis se parece
al hollejo de la uva cuando la pulpa es expulsada
con semillas y todo por la boca, violentamente,
ahora está parado adelante de él
y con un pañuelo que saca del bolsillo
le aprieta la nariz diciéndole sonate.