domingo, 14 de mayo de 2023

Son pesados




Philippe Sollers 


Antes de evocar los escritos de Céline, es necesario insistir sobre dos puntos que en muy pocas ocasiones se abordan sobre él. Primero, su genio para los títulos, según una fórmula que se puede calificar de absoluta: Viaje al fin de la noche, Muerte a crédito, Cuentos de hadas para otra vez, De un castillo al otro, incluso Bagatelas para una masacre, o el terrífico La escuela de los cadáveres, dicho todo con extraordinaria economía de recursos.

Y segundo, su sentido de lo cómico: Céline no habla mucho de Moliere, pero Conversaciones con el profesor Y resulta un diálogo digno del mejor Moliere. Dicho de modo sumario, el que no se divierta leyendo a Céline, no obstante la negrura o exaltación de su discurso, no ha entendido nada. Diría, y no es broma, que es sordo. Gide creía que Bagatelas para una masacre era una broma. Es un libro que podemos calificar de abominable, pero con el que reímos a pesar nuestro. Es necesario entender esa mezcla íntima, indisoluble, de lirismo y de comicidad, pues en eso consiste el carácter único de Céline.

Encontré en una carta a Paraz esta afirmación: “Soy lírico, crimen de crímenes, sobre todo en Francia… Y lírico cómico”. En Céline esa comicidad se asocia siempre a su ligereza. Céline es absolutamente veraz cuando dice que su estilo lo sacó del music-hall, del cabaret, cuando afirma que se formó en la canción (a la que vuelve incesante en Cuentos de hadas para otra vez), en el burlesco, en lo fugaz e intemporal, en lo que por definición no pesa nada. De ese modo llega naturalmente a la danza y el ballet, cuya finalidad es escapar a la pesadez por la gracia, como también por una disciplina tan rigurosa como invisible. ¿Acaso no está allí en resumen el trabajo de Céline y de su estilo? Cuando al final de su vida le preguntan qué piensa de sus contemporáneos, los ejecuta con una frase: “Son pesados”.

(…) “La pluma es el escalpelo del mago”. Esta sentencia, como tantas otras de Céline, señala el desafío, la posibilidad de una fisiología de la lectura, que estaría por escribirse, en el sentido de una fisiología del matrimonio como dice Balzac. Usted que no tiene cuerpo no entre aquí. ¿Un cuerpo? ¿Cuál cuerpo? Comienzan ahí las dificultades. Hay que recordar que para resumir su definitiva opinión sobre los seres humanos, Céline dice: “Son pesados”. Otra comparación: la sociedad entera como experimento de crianza en el que se suprimiría sistemáticamente a los animales mejor dotados, para quedarse solo con el nivel medio. El escritor, en el sentido médico encantado en que Céline lo entiende, no está allí en modo alguno para hacer valer su superioridad, sino para sacrificarse en público. Para mostrar hasta dónde es posible el sacrificio gratuito. Nuevo santo, nuevo mártir -pero cómico-, “el obrero nivelador de ondas” lo va a perder todo en su tentativa (la palabra clave de la confidencia evidentemente es picha), con el “que pierde gana” evangélico como horizonte en todas partes, flagrante y sobrentendido. El resultado es una mística un tanto particular, sin Dios, sin un más allá, sin recompensa ni vanidad, entregada únicamente a la ligereza como absoluto sobre una cabeza de alfiler.

 

Traducción: Varón de Mena.

Céline (fragmentos), Éditions Écriture, 2009.



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