Philippe Sollers
Antes de evocar los escritos de Céline, es necesario insistir
sobre dos puntos que en muy pocas ocasiones se abordan sobre él. Primero, su genio
para los títulos, según una fórmula que se puede calificar de absoluta: Viaje
al fin de la noche, Muerte a crédito, Cuentos de hadas para otra vez, De un castillo
al otro, incluso Bagatelas para una masacre, o el terrífico La escuela de los
cadáveres, dicho todo con extraordinaria economía de recursos.
Y segundo, su sentido
de lo cómico: Céline no habla mucho de Moliere, pero Conversaciones con el profesor
Y resulta un diálogo digno del mejor Moliere. Dicho de modo sumario, el que no
se divierta leyendo a Céline, no obstante la negrura o exaltación de su
discurso, no ha entendido nada. Diría, y no es broma, que es sordo. Gide creía
que Bagatelas para una masacre era una broma. Es un libro que podemos calificar
de abominable, pero con el que reímos a pesar nuestro. Es necesario entender esa
mezcla íntima, indisoluble, de lirismo y de comicidad, pues en eso consiste el
carácter único de Céline.
Encontré en una carta a Paraz esta afirmación: “Soy lírico,
crimen de crímenes, sobre todo en Francia… Y lírico cómico”. En Céline esa
comicidad se asocia siempre a su ligereza. Céline es absolutamente veraz cuando
dice que su estilo lo sacó del music-hall, del cabaret, cuando afirma que se
formó en la canción (a la que vuelve incesante en Cuentos de hadas para otra
vez), en el burlesco, en lo fugaz e intemporal, en lo que por definición no
pesa nada. De ese modo llega naturalmente a la danza y el ballet, cuya
finalidad es escapar a la pesadez por la gracia, como también por una disciplina
tan rigurosa como invisible. ¿Acaso no está allí en resumen el trabajo de
Céline y de su estilo? Cuando al final de su vida le preguntan qué piensa de sus
contemporáneos, los ejecuta con una frase: “Son pesados”.
(…) “La pluma es el escalpelo del mago”. Esta sentencia, como
tantas otras de Céline, señala el desafío, la posibilidad de una fisiología de
la lectura, que estaría por escribirse, en el sentido de una fisiología del
matrimonio como dice Balzac. Usted que no tiene cuerpo no entre aquí. ¿Un
cuerpo? ¿Cuál cuerpo? Comienzan ahí las dificultades. Hay que recordar que para
resumir su definitiva opinión sobre los seres humanos, Céline dice: “Son
pesados”. Otra comparación: la sociedad entera como experimento de crianza en el
que se suprimiría sistemáticamente a los animales mejor dotados, para quedarse solo
con el nivel medio. El escritor, en el sentido médico encantado en que Céline
lo entiende, no está allí en modo alguno para hacer valer su superioridad, sino
para sacrificarse en público. Para mostrar hasta dónde es posible el sacrificio
gratuito. Nuevo santo, nuevo mártir -pero cómico-, “el obrero nivelador de
ondas” lo va a perder todo en su tentativa (la palabra clave de la confidencia
evidentemente es picha), con el “que pierde gana” evangélico como horizonte en
todas partes, flagrante y sobrentendido. El resultado es una mística un tanto particular,
sin Dios, sin un más allá, sin recompensa ni vanidad, entregada únicamente a la
ligereza como absoluto sobre una cabeza de alfiler.
Traducción: Varón de
Mena.
Céline
(fragmentos), Éditions Écriture, 2009.
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