domingo, 20 de septiembre de 2020

Libertad de pensamiento

 


Ernesto Mejía Sánchez


                                  I

Yo fui durante años, por propia voluntad y estudio,

a los archivos de la Santa Inquisición

de la Nueva España. Me empantané

en herejías y supersticiones,

en oraciones mágicas y bailes deshonestos,

en crímenes cortesianos y judaizantes.

Podría superar fácilmente la bibliografía

especializada. He visto confesiones y delaciones

firmadas con la sangre de los inocentes,

he visto marcas de fuego en la abierta

libertad de los libros, el mal amor,

la maldad, la cobardía y el miedo,

el falo ofrecido a la Virgen

y la dogmática embriaguez.

He visto el delirio y la perversión de la fe,

el juramento falso y la crueldad,

el empecinamiento y la fortaleza.

Yo podría contarles muchas historias,

como don Artemio de Valle-Arizpe.

Pero prefiero callar este borrón puerco

de los hombres o sacar una lección de pudor

y respeto para el pensamiento de mis hijos.

 

                                   II

Y yo que quería escribir lo que me viniera

en gana, como un hombre, y ellos me dijeron

que eso era pura mariconería, que las ideas

debían ser revisadas. Yo les dije que la poesía

se escribía con palabras y que la política,

sin ideas. Y me dijeron (los muy sabidos)

que el tipo ese se pasó la vida abanicándose

con los abanicos de Mme y Mlle Mallarmé, y

que todo eso me iba a pesar, porque instalarían

la dictadura del bien, perfecta e infalible.

Y a mi hermana la monja la dejaron desnuda

en plena calle y a mis niños les dieron un silabario

perfecto, intolerante, sin elogio de la locura.

Yo no tengo nada contra los negros

ni contra la repartición de la tierra; pero no estoy

conforme con la sumisión de las letras negras

de la imprenta ni con el despilfarro de balas

rojas de odio. El capitalismo está sentenciado.

Yo moriré con él, dicen, y muchos más morirán.

¡Pobres de nosotros, y sin haberlo gozado!



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