Ernesto Mejía Sánchez
Yo fui durante años, por propia voluntad y estudio,
a los archivos de la Santa Inquisición
de la Nueva España. Me empantané
en herejías y supersticiones,
en oraciones mágicas y bailes deshonestos,
en crímenes cortesianos y judaizantes.
Podría superar fácilmente la bibliografía
especializada. He visto confesiones y delaciones
firmadas con la sangre de los inocentes,
he visto marcas de fuego en la abierta
libertad de los libros, el mal amor,
la maldad, la cobardía y el miedo,
el falo ofrecido a la Virgen
y la dogmática embriaguez.
He visto el delirio y la perversión de la fe,
el juramento falso y la crueldad,
el empecinamiento y la fortaleza.
Yo podría contarles muchas historias,
como don Artemio de Valle-Arizpe.
Pero prefiero callar este borrón puerco
de los hombres o sacar una lección de pudor
y respeto para el pensamiento de mis hijos.
II
Y yo que quería escribir lo que me viniera
en gana, como un hombre, y ellos me dijeron
que eso era pura mariconería, que las ideas
debían ser revisadas. Yo les dije que la poesía
se escribía con palabras y que la política,
sin ideas. Y me dijeron (los muy sabidos)
que el tipo ese se pasó la vida abanicándose
con los abanicos de Mme y Mlle Mallarmé, y
que todo eso me iba a pesar, porque instalarían
la dictadura del bien, perfecta e infalible.
Y a mi hermana la monja la dejaron desnuda
en plena calle y a mis niños les dieron un silabario
perfecto, intolerante, sin elogio de la locura.
Yo no tengo nada contra los negros
ni contra la repartición de la tierra; pero no estoy
conforme con la sumisión de las letras negras
de la imprenta ni con el despilfarro de balas
rojas de odio. El capitalismo está sentenciado.
Yo moriré con él, dicen, y muchos más morirán.
¡Pobres de nosotros, y sin haberlo gozado!
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