Enrique Molina
Lazarillo de Dios en mi sendero
¡Francisca
Sánchez acompáñame!
Rubén Darío
Disfrazado de embajador o de
mono
O de duque de los confines de
la lujuria
Nada apaga las constelaciones
del trópico
Los enceguecedores volcanes
Que fermentan henchidos de
flores
En su corazón
—¡Oh amado Rubén!—
Y de pronto
La criada fosforescente
cantando por los pasillos
De una pensión de Madrid
La arisca mata de pelo sobre la
nuca de vértigo
Tantas noches
Envuelto en sombras venenosas
Se propagan aúllan los
fantasmas
En su sangre aterrada
En tales cuartos amueblados del
insomnio
Ella reaparece desnuda entre
los montículos
Del campo lentamente desnuda
Devorado ahora por el éxtasis
Con las venas llenas de brasas
Junto a ese cuerpo gemelo en la
oscuridad:
Francisca Sánchez
Sola en la hierba de las
caricias
Sola en su instinto de rescoldo
El viento reconstruye sus risas
abrazos de loba
Labios predestinados
A ese rey de la fascinación de
vivir
El fastuoso profeta al borde de
la catástrofe y la gloria
Iluminada por cirios de aldea
Y ese hechizo de homalla
decapitada remota
En un rincón de Castilla
Con los negros embutidos
ahumados de la muerte
El rojo jamón de la vida
Contra tales miserias de
literatos nupcias putas y periódicos
Ella hace girar
La rueda de sus senos de hembra
inmemorial
Ha regresado cantando desde los
cangrejos
De la playa
Piernas de campesina brillantes
en los anillos del sol
Años y años
La Yadwiga doméstica en el sofá
de la jungla
De una oscura costumbre de
opulencia camal
Funde raíz y demencia humildad
e inconstancia
En el vaho de las caricias
Entreabre su trenza fatal
El calor de la mujer dormida
que sobrepasa
Cualquier asilo de piedras prudencia
y plegarias
Cada vez más tiránica
Cada vez más entrañable
La espiral de sus muslos y su
cuerpo sin límites
El sexo
El alado declive hasta las
últimas células
Como un lento cauterio de la noche
En lugares que se dispersan
Barcelona París Les Halles la
Cartuja Mallorca
Un hogar en el viento
Con cucharas y sábanas himnos y
ultrajes
Para ese ardiente huésped de la
tentación
El lujo del mundo lleno de
labios y tumbas
Ignorante como la lluvia
Francisca Sánchez
Tan sólo lee en el pan que
corta en sueños
En la sal de las lágrimas
La arcaica criatura silvestre
Con un plato de sopa
Disuelve como el mar la razón
de los muertos
Tibieza de axilas y de lenguas
Sólo ella es real
En el amanecer de la leche en
sus ojos profundos
Desdichado Rubén
Sólo ella es real en la
vorágine
De dientes de relámpago
Cuando sollozas
Bajo la tela negra que cubre a
veces tu cabeza
—Una hermosa capucha de
patíbulo—
Te retuerces y flotas en lo
húmedo
De un alcázar de ratas
—¡Francisca Sánchez
acompáñame!—
Y tan lejos
La aceitosa bahía de los loros
La dignidad del sol en los
bananos
Una mano de panal sufrido te
acaricia
Crece la perla de la muerte
Y
una vez más
La mujer de los pájaros te mira
tristemente
La obedecen tus ropas y la
noche
Te otorga
La absolución salvaje de su
cuerpo
A través de los muebles de la
tierra
Tallados en raíces
A través del océano
Aún la ves donde llora
Solitaria contra el muro de
España
De áspera sal de páramo y
sangre dura
Memoria y desamparo
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