Czeslaw Milosz
He impartido
algunos cursos sobre Dostoievski. En ocasiones me han preguntado por qué no
escribo un libro sobre él. Suelo responder que se ha escrito una biblioteca
entera en diferentes idiomas sobre este autor y que no soy un investigador de
la literatura, sino como mucho un seudoinvestigador. Sin embargo, a decir
verdad, el motivo es bien distinto.
Sería un libro
basado en la desconfianza, y por lo tanto completamente prescindible. Si
exceptuamos a Nietzsche, ningún otro escritor tuvo tanta influencia entre sus
coetáneos como él la tuvo, y además tanto en el pensamiento europeo como en el
norteamericano. Ni Balzac, ni Dickens, ni Flaubert, ni Stendhal, son apellidos
universalmente conocidos ahora, a finales del siglo XX. Dostoievski utilizó las
posibilidades formales de la novela como nadie antes (ni después) ha logrado
hacerlo –aunque George Sand lo intentó- para ofrecernos el diagnóstico de un
fenómeno enorme que él mismo había vivido desde dentro y que lo tenía
subyugado: la decadencia de la fe religiosa. Su diagnóstico resultó ser
correcto. Preveía que esta decadencia iba a cambiar drásticamente la mentalidad
de la intelligentsia rusa. La Revolución Rusa fue la confirmación de Los
poseídos (como lo reconoció de forma abierta Lunczarski) y de La leyenda sobre
el gran inquisidor.
Sin duda fue un
profeta. Pero también un profesor peligroso. En su libro sobre la poética de
Dostoievski, Bajtin impuso a todo el mundo la hipótesis de que la novela coral
la había inventado el autor de Crimen y Castigo. La polifonía convierte a
Dostoievski en un escritor moderno, un escritor que escucha voces, una gran
cantidad de voces chocando unas con otras y formando ideas contradictorias.
¿Acaso no estamos expuestos todos a este ruido, a este chocar de voces, en la
fase actual de nuestra civilización?
Sin embargo, su
polifonía tiene límites. Detrás de ella se esconde un creyente fervoroso, un
devoto del milenarismo y del mesianismo rusos. Es difícil encontrar algo menos
polifónico que la escena de los polacos que aparece en Los hermanos Karamazov,
una burda sátira que no encaja con la seriedad de la obra. La forma en la que
trata a Iván Karamazov produce un efecto emotivo mucho más fuerte que el
permitido por la polifonía.
A menudo se
diferencia entre el Dostoievski ideólogo y el escritor para salvaguardar la
grandeza de su obra, contaminada por los juicios desafortunados que emitía el
autor; una diferencia que encuentra bastante apoyo en las tesis de Bajtin. Sin
embargo, en realidad se puede afirmar que sin su mesianismo ruso y su ardiente
preocupación por Rusia nunca se hubiese convertido en un escritor universal. No
fue solo la preocupación por Rusia la que le dio fuerzas, sino también el temor
que sentía ante el futuro de su país, lo que lo obligaba a escribir para
advertir del peligro.
¿Era cristiano? La
respuesta no está clara. ¿Quizás quiso serlo porque aparte del cristianismo no
veía otra salvación para Rusia? Aunque el final de Los hermanos Karamazov
deja la puerta entreabierta a la existencia de contrapesos eficaces a las
fuerzas destructivas que él observaba. ¿Acaso el joven y puro Aliosha y sus
doce discípulos, lo más parecido a un grupo de boy souts, iban a formar
las huestes que salvarían a la Rusia cristiana de la revolución? Demasiado
dulce y cursi.
Pero él huía de la
cursilería, buscaba personajes con carácter. Por eso, llenó sus primeras
novelas de pecadores, rebeldes, pervertidos, locos de la literatura mundial. Da
la impresión de que antes de salvarse sus personajes deben descender al abismo
del pecado y la vergüenza, aunque también creó a otros, como Swidrygailov y
Stawrogin, que se condenaban irremediablemente. Pese a que puso algo suyo en
todos sus personajes, uno de ellos representa, en mayor medida, su forma de
pensar: Iván Karamnazov. Lev Shestov sospecha, y al parecer con razón, que Iván
expresa la incapacidad última de Dostoievski para tener fe, que es la antítesis
de personajes positivos como el viejo Zosima yAloisha. ¿Pero qué es lo que
opina Iván? La lágrima de un niño le basta para devolver al Creador el
“billete” y luego cuenta una leyenda, inventada por él mismo, sobre el Gran
Inquisidor, cuyo significado se resumen en que si no se puede hacer a la gente
feliz con la ayuda de Cristo hay que hacerlo con la ayuda del Diablo. Berdiayev
escribió que Iván se caracteriza por una “falsa hipersensibilidad” y que sin
duda el mismo juicio es aplicable a Dostoievski.
En una carta a la
señora Fonvizin, Dostoiesvski escribió que si lo obligaban a elegir entre la
verdad y Cristo, elegiría a Cristo. Quizá son más honrados aquellos que eligen
la verdad incluso si ésta contradice en apariencia a Cristo (eso es lo que
sostenía Simone Weil). Al menos no dependen de su imaginación y no crean un
ídolo a su semejanza.
Hay un argumento
que haría que me inclinara por un juicio más suave, a saber, el hecho de que
Lev Shestov encontró en Dostoievski, ante todo, una inspiración para su
filosofía trágica. Shestov es para mí muy importante. Gracias a su lectura pude
entenderme intelectualmente con Joseph Brodsky.
Trad. Katarzyna
Olszewska Sonnenberg y Sergio Trigán.
De Abecedario.
Diccionario de una vida, F.C. E., México D-. F., 2003, pp. 172-70.
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