miércoles, 15 de enero de 2020

Dostoievski




Czeslaw Milosz

He impartido algunos cursos sobre Dostoievski. En ocasiones me han preguntado por qué no escribo un libro sobre él. Suelo responder que se ha escrito una biblioteca entera en diferentes idiomas sobre este autor y que no soy un investigador de la literatura, sino como mucho un seudoinvestigador. Sin embargo, a decir verdad, el motivo es bien distinto.
Sería un libro basado en la desconfianza, y por lo tanto completamente prescindible. Si exceptuamos a Nietzsche, ningún otro escritor tuvo tanta influencia entre sus coetáneos como él la tuvo, y además tanto en el pensamiento europeo como en el norteamericano. Ni Balzac, ni Dickens, ni Flaubert, ni Stendhal, son apellidos universalmente conocidos ahora, a finales del siglo XX. Dostoievski utilizó las posibilidades formales de la novela como nadie antes (ni después) ha logrado hacerlo –aunque George Sand lo intentó- para ofrecernos el diagnóstico de un fenómeno enorme que él mismo había vivido desde dentro y que lo tenía subyugado: la decadencia de la fe religiosa. Su diagnóstico resultó ser correcto. Preveía que esta decadencia iba a cambiar drásticamente la mentalidad de la intelligentsia rusa. La Revolución Rusa fue la confirmación de Los poseídos (como lo reconoció de forma abierta Lunczarski) y de La leyenda sobre el gran inquisidor. 
Sin duda fue un profeta. Pero también un profesor peligroso. En su libro sobre la poética de Dostoievski, Bajtin impuso a todo el mundo la hipótesis de que la novela coral la había inventado el autor de Crimen y Castigo. La polifonía convierte a Dostoievski en un escritor moderno, un escritor que escucha voces, una gran cantidad de voces chocando unas con otras y formando ideas contradictorias. ¿Acaso no estamos expuestos todos a este ruido, a este chocar de voces, en la fase actual de nuestra civilización?
Sin embargo, su polifonía tiene límites. Detrás de ella se esconde un creyente fervoroso, un devoto del milenarismo y del mesianismo rusos. Es difícil encontrar algo menos polifónico que la escena de los polacos que aparece en Los hermanos Karamazov, una burda sátira que no encaja con la seriedad de la obra. La forma en la que trata a Iván Karamazov produce un efecto emotivo mucho más fuerte que el permitido por la polifonía.
A menudo se diferencia entre el Dostoievski ideólogo y el escritor para salvaguardar la grandeza de su obra, contaminada por los juicios desafortunados que emitía el autor; una diferencia que encuentra bastante apoyo en las tesis de Bajtin. Sin embargo, en realidad se puede afirmar que sin su mesianismo ruso y su ardiente preocupación por Rusia nunca se hubiese convertido en un escritor universal. No fue solo la preocupación por Rusia la que le dio fuerzas, sino también el temor que sentía ante el futuro de su país, lo que lo obligaba a escribir para advertir del peligro.
¿Era cristiano? La respuesta no está clara. ¿Quizás quiso serlo porque aparte del cristianismo no veía otra salvación para Rusia? Aunque el final de Los hermanos Karamazov deja la puerta entreabierta a la existencia de contrapesos eficaces a las fuerzas destructivas que él observaba. ¿Acaso el joven y puro Aliosha y sus doce discípulos, lo más parecido a un grupo de boy souts, iban a formar las huestes que salvarían a la Rusia cristiana de la revolución? Demasiado dulce y cursi.
Pero él huía de la cursilería, buscaba personajes con carácter. Por eso, llenó sus primeras novelas de pecadores, rebeldes, pervertidos, locos de la literatura mundial. Da la impresión de que antes de salvarse sus personajes deben descender al abismo del pecado y la vergüenza, aunque también creó a otros, como Swidrygailov y Stawrogin, que se condenaban irremediablemente. Pese a que puso algo suyo en todos sus personajes, uno de ellos representa, en mayor medida, su forma de pensar: Iván Karamnazov. Lev Shestov sospecha, y al parecer con razón, que Iván expresa la incapacidad última de Dostoievski para tener fe, que es la antítesis de personajes positivos como el viejo Zosima yAloisha. ¿Pero qué es lo que opina Iván? La lágrima de un niño le basta para devolver al Creador el “billete” y luego cuenta una leyenda, inventada por él mismo, sobre el Gran Inquisidor, cuyo significado se resumen en que si no se puede hacer a la gente feliz con la ayuda de Cristo hay que hacerlo con la ayuda del Diablo. Berdiayev escribió que Iván se caracteriza por una “falsa hipersensibilidad” y que sin duda el mismo juicio es aplicable a Dostoievski.
En una carta a la señora Fonvizin, Dostoiesvski escribió que si lo obligaban a elegir entre la verdad y Cristo, elegiría a Cristo. Quizá son más honrados aquellos que eligen la verdad incluso si ésta contradice en apariencia a Cristo (eso es lo que sostenía Simone Weil). Al menos no dependen de su imaginación y no crean un ídolo a su semejanza.
Hay un argumento que haría que me inclinara por un juicio más suave, a saber, el hecho de que Lev Shestov encontró en Dostoievski, ante todo, una inspiración para su filosofía trágica. Shestov es para mí muy importante. Gracias a su lectura pude entenderme intelectualmente con Joseph Brodsky.

Trad. Katarzyna Olszewska Sonnenberg y Sergio Trigán.

De Abecedario. Diccionario de una vida, F.C. E., México D-. F., 2003, pp. 172-70.
   

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