Dolores Labarcena
Mientras Nekane le manifestaba al profesor
de Tai Chi su enojo por la no inserción de tecnología punta en la última
remodelación del geriátrico, como el exoesqueleto robótico que, según ella, les
serviría a los inmóviles o con escasa movilidad, quienes, como Lázaro,
soltarían al instante las muletas y sillas de ruedas, yo no daba abasto.
Extenuada. Preparar el Salón de Ocio, ubicar uno por uno a todos los
residentes, cuidar que no acabasen con las palomitas y la Coca Cola antes de
empezar la película. Nekane, la aclamé con cierta sequedad: ¿Empezamos? Hace
rato estoy lista, pronunció con unos ojos tan abstraídos que semejaba un niño
sobre un tobogán. Por favor, le ordené, encárgate de los del fondo. Dile al
profesor de Tai Chi que prepare la película. Haré una breve introducción,
vamos, vamos…
(PROEMIO)
Presten atención, por favor. ¿Listos?
Bueno, bien… como sabemos, hoy corresponde cine. Aquí Nekane y el profesor de
Tai Chi. Sin ellos estas actividades culturales serían una quimera. Un aplauso,
solicité, y todos aplaudieron menos Encarna y Carles, era de esperar. Proseguí.
La película que proyectaremos para pronto debatir es El ladrón de
caballos del director chino Tian Zhuangzhuang. Fue realizada en 1986.
Para no dilatar más la presentación, únicamente diré que se trata de un pobre
montañés que se llama Norbu. Norbu es un hombre joven, sin oficio ni beneficio,
y por tanto, se ve obligado a robar. No obstante lo único que puede
robarse en esas montañas de China, se sobreentiende, son caballos. De ahí el
título. Cuando se descubre en la tribu que es él y no otro el ladrón, su vida
se va al garete. No les avanzo más. Con ustedes: ¡El ladrón de caballos!,
anuncié con énfasis y se hizo un silencio que podía cortarse con un cuchillo.
Atención total. Ochenta y tres minutos, ni más ni menos. Al principio solo se escuchaba
el castañetear de las dentaduras. De las palomitas dulces y saladas me encargué
personalmente; anhelaba que se sintieran en una sala de cine. Al final el
debate. Carles el primero en pedir la palabra.
(DEBATE SOBRE EL LADRÓN DE CABALLOS)
-¡Uf! ¿No podían poner Bienvenido, Mister
Marshall o El verdugo de Berlanga? Dado que estoy
aquí prefiero reírme, no mirar desgracias. Tuve las mías también, y no me
quejo. Por menos que eso a un primo mío lo ahorcaron en Mauthausen. Y sepa, con
acompañamiento musical y todo. ¿Ha oído J’attendrai? Si
robó que lo parta un rayo. A mí no me van los ladrones… Soy un hom…
-Sí, Carles, lo comprendo, pero esto es
ficción. Son actores. Para la próxima recogeremos sus propuestas. ¿Qué
le pareció, Candela?
-Excelente la interpretación del chino. La
actriz una anodina. Se le murió el chiquillo y ella tan campante, no soltó ni
una lágrima. Pésima. En cambio la abuela divina. Un temple que le salió fuera
cuando mandó al nieto a la porra. No conocía a ese director. Una vida sin ver
películas profundas.
-Espere, Encarna. Diga, Evaristo.
-Un drama rural. No niego que tenga su
enseñanza. Pero es un drama rural. ¡Acción! Lo que me gusta es el cine de
acción. Sueño con ver Los
invencibles. Ese Depardieu es un fenómeno.
-Imagino su interés. Trata de la petanca.
No, todavía no está en la biblioteca. Ahora, Encarna, es su turno. Hable.
-¡Bah! Pongamos por caso que es lícito
birlar por su modus
vivendi, y que por ventura hubiese salido ileso de esa. Bien, ¿qué
pretende, que nos solidaricemos con el personaje? Le cuento, a un tío mío lo
mandaron a la cárcel por hurto de aves de corral, para ser explícita, una
gallina. Sí, señora mía, y yo testifiqué en su contra, incluso teniendo lazos
de consanguinidad. La ley es la ley. Además, no me conmueve en absoluto. La
miseria es igual para todos, ¿no? Observe usted a Rosendo. Un discapacitado con
una pensión paupérrima. Y no es ladrón. Yo, por ejemplo, pasé un hambre de
Jesucristo es Dios, y tampoco robé. ¡Menesterosos! Estos directores de cine no
saben lo que es la clase trabajadora. Según Marx…
-Gracias, Encarna. ¡Ruego silencio, por
favor! ¿Qué opina usted, Rosendo?
-No, solo quería decirle a Encarna que si
ella no se ha visto en un espejo. Peor que la gallina del tío. De la película
no voy a opinar. ¡Anda ya! Gilipolleces. En los Pirineos yo perdí…
-Sentimos su incidente, Rosendo. De
verdad. Pero estamos en medio del debate. Usted, Raymundo, qué dice.
-Cuando estuve en Luisiana con la Power
Band conocí a un indio chitimacha que vivía en la reserva de Charenton. Ese día
llevaba una buena merluza, me caía, vaya. Y el chitimacha con el dale que te
pego: cómprame la cesta, cómprame la cesta… hasta que se la compré. ¡Qué
bárbaro! Diez dólares la cesta y ¡adiós, muy buenas! Más nunca lo vi.
Bien. Todos animados, pero dejemos que
opine Eustaquio, que también tiene derecho. Hable, Eustaquio. ¿Qué le
pareció El ladrón de caballos?
-Allos, allos…
-Entonces le gustó la película, ¿verdad,
Eustaquio? Lo noto emocionado.
-Nado, na…
Poco éxito con El ladrón de
caballos. O poca concentración. Muy pendientes los primeros veinte minutos
de la película, pero en cuanto vieron a Norbu cargando lo que parecía una
calavera rumbo al río con la tribu atrás tirándole piedras, empezaron a gritar
salvajes, fascistas, comunistas, otros berreaban cuatrero, chorizo, bien
merecido lo tienes, y cosas así. Democracia participativa. La única que en el
ardor vociferaba la letanía de siempre era Luisa: ¡Juan, Juan! Un error.
Tenerlo en cuenta para la próxima.
Diario
de un tuátara es un viaje a través de la ilusión, no del
conocimiento. Un viaje sin despegue que no hace justicia a la conocida frase de
Montaigne pegada por el narrador junto a otras muchas en su nevera. La
protagonista, calada por una visión si se quiere publicitaria, escribe una
novela al modo de Thomas Mann, analiza películas y hasta adapta una obra teatro
para el asilo de ancianos donde trabaja como asistente social. Pero tras este
convulso ajetreo propio de un homo turisticus cuyo optimismo linda con la
candidez, no hay sino la compañía de una gata y el absorbente proyecto de viaje
en que se enfrasca motivada en apariencia por el plagio de un cómic que tendrá
como consecuencia un suicidio en Nueva Zelanda. Zapping dialéctico y visual en
el que se reciclan poemas, series televisivas y “máximas filosóficas”, estos
empeños tienen como corolario otro montaje: el geriátrico Sant Tomàs d`Aquino
en tanto basurero de la memoria, donde, si bien discurren relatos más
realistas, se les reduce igualmente a una visión comercial, o meramente cómica,
del fin de la vida.
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