Leonardo
Sinisgalli
Al
peregrino que asoma en un cruce de caminos
a
quien desciende por el estrecho de los Alburni
o
hace el viaje de las ovejas junto a la costa de la Sierra,
al
buitre que corta de tajo el horizonte
con
un reptil en las garras, al soldado, al emigrante,
a
quien regresa de los santuarios o del exilio, al que duerme
en los rediles, al cabrero, al colono, al vendedor,
la Lucania
abre sus tierras rasas
sus
valles donde los ríos fluyen lentos
como
ríos de polvo.
En
mi dolorosa provincia, el espíritu del silencio
está
en todas partes. De Elea a Metaponto,
sofisticado
y de oro, problemático y sutil,
devora
el aceite en las iglesias, pone la capucha
en
las casas, hace al monje en la gruta, crece
con
la hierba en los umbrales de viejos pueblos devastados.
El
sol en ángulo sobre los laureles, el sol bueno
con
los cuernos grandes, el paladar fragante,
el
sol ávido de niños, ¡aquí están las plazas!
Tiene
el paso del buey perezoso, y sobre la hierba
sobre
los pedernales deja grandes manchones
llenos
de larvas.
Tierra
de madres gordas, de padres oscuros
y
lustrosos como esqueletos, llena de gallos
y
de perros, de bosques y piedra caliza, tierra
magra
donde el trigo crece a duras penas
(carosella,
granoturco, granofino)
y
el vino no es rutilante (menta
del
Agri, basilico del Basento)
y
la aceituna tiene el sabor del olvido,
el
sabor del llanto
En
un aire volcánico, fuertemente incendiable
los
árboles respiran con palpitaciones inusuales;
el
roble hace crecer los troncos con la sustancia del cielo.
Montones
de escombros intactos por siglos:
nadie
mueve una piedra para no horrorizarse.
Debajo
de cada piedra, digo, el infierno tiene su ombligo.
Solo
un muchacho puede apoyarse en los bordes
del
abismo para apoderarse del néctar
entre
matorrales plagados de mosquitos
y tarántulas.
Yo
regresaré vivo bajo tus lluvias rojas,
regresaré sin
culpa para golpear el tambor,
atar
el mulo a la puerta,
recolectar
caracoles en los huertos.
¿Oiré
humear los rastrojos, la pulpa,
las
fosas, oiré al mirlo cantar
bajo
los lechos, oiré a la gata
cantar
sobre las tumbas?
Lucania
Al
pellegrino che s’affaccia ai suoi valichi
a
chi scende la stretta degli Alburni
o
fa il cammino dele pecore lungo le coste della Serra,
al
nibbio che rompe il filo dell’orizzonte
con
un rettile negli artigli, all’emigrante, al soldato,
a
chi torna dai santuari o dall’esilio, a chi dorme
negli
ovili, al pastore, al mezzadro, al mercante
la
Lucania apre le sue lande,
le
sue valli dove i fiumi scorrono lenti
come
fiumi di polvere.
Lo
spirito del silenzio sta nei luoghi
della
mia dolorosa provincia. Da Elea a Metaponto,
sofistico
e d’oro, problematico e sottile,
divora
l’olio nelle chiese, mette il cappuccio
nelle
case, fa il monanco nella grotte, cresce
con
l’erba alle soglie dei vecchi paesi franati.
Il
sole sbieco sui lauri, il sole buono
con
le grandi corna, l’odorosa palato,
il
sole avido di bambini, ecco le piazze!
Ha
il passo pigro del bue, e sull’erba
sule
selci lascia le grandi chiazze
zeppe
di larve
Terra
di mammane grasse, di padri scuri
e
lustri come scheletri, piena di galli
e
di cani, di boschi e di calcare, terra
magra
dove il grano cresce a stento
(carosella,
granturco, granofino)
e
il vino non è squillante (menta
dell’Agri,
basilico del Basento)
e
l’uliva ha il gusto dell’oblio,
il
sapore del pianto.
In
un’aria vulcanica, fortemente accensibile,
gli
alberi respirano con un palpito inconsueto;
le
querce ingrossano i ceppi con la sostanza del cielo.
Cumuli
di macerie restano intatte per secoli:
nessuno
rivolta una pietra per non inorridire.
Sotto
ogni pietra, dico, ha l’inferno il suo ombelico.
Solo
un ragazzo può sporgersi agli orli
dell’abisso per cogliere il
nettare
tra i cespi brulicanti di
zanzare
e
di tarantole.
Io
tornerò vivo sotto le tue piogge rosse,
tornerò senza colpe a battere il tamburo,
tornerò senza colpe a battere il tamburo,
a
legare il mulo alla porta,
a raccogliere lumache negli
orti.
Udrò
fumare le stoppie, le sterpaie,
le
fosse, udrò il merlo cantare
sotto i letti, udrò la gatta
cantare
sui sepolcri?
Versión Pedro Marqués de Armas
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