Italo Calvino
La
realidad del mundo se presenta a nuestros ojos múltiple, espinosa, en estratos apretadamente
superpuestos. Como una alcachofa. Lo que
cuenta para nosotros en la obra literaria es la posibilidad de seguir
deshojándola como una alcachofa infinita, descubriendo dimensiones de lectura siempre nuevas. Por eso
sostenemos que, entre todos los autores importantes y brillantes de quienes se
ha hablado en estos días, tal vez sólo Gadda merece el nombre de gran escritor.
El
aprendizaje del dolor (La cognizione
del dolore) es aparentemente el
libro más subjetivo que pueda imaginarse: casi el esfuerzo de una desesperación
sin objeto; pero en realidad es un libro
atestado de significados objetivos y universales. El zafarrancho (Quer
pasticciaccio brutto de via Merulana), en cambio, es un libro absolutamente objetivo,
un cuadro de la pululación de la vida,
pero al mismo tiempo es un libro profundamente lírico, un autorretrato
escondido entre las líneas de un complicado dibujo, como en ciertos juegos para
niños donde hay que reconocer en la maraña de un bosque la imagen de la liebre
o del cazador.
De El
aprendizaje del dolor, Juan Petit ha dicho una cosa muy justa: que el
sentimiento clave del libro, la ambivalencia odio-amor por la madre, puede
entenderse como odio-amor por el propio país y por el propio ambiente social.
La analogía puede ir más allá. Gonzalo, el protagonista, que vive aislado en la
finca que domina el pueblo, es el burgués que ve trastornado el paisaje de
lugares y valores que le era caro. El motivo obsesivo del miedo a los ladrones
expresa el sentimiento de alarma del conservador frente a la incertidumbre de
los tiempos. Para contrarrestar la amenaza de los ladrones se organiza un
servicio de vigilancia nocturna que devolvería seguridad a los amos de la
finca. Pero este servicio es tan sospechoso, tan equívoco que termina por
constituir para Gonzalo un problema más grave que el miedo a los ladrones. Las
referencias al fascismo son constantes pero nunca tan precisas como para congelar
la narración en una lectura puramente alegórica e impedir otras posibilidades
de interpretación.
(El servicio estaría formado por veteranos de
guerra, pero Gadda pone continuamente en duda los alabados méritos patrióticos
de aquéllos. Recordemos uno de los núcleos fundamentales de su obra y no sólo
de este libro: combatiente de la primera guerra mundial, Gadda ve en ella el momento
en que los valores morales que habían madurado en el siglo XIX encuentran su expresión más
alta, pero al mismo tiempo el principio del fin. Se puede decir que Gadda alimenta
por la primera guerra mundial un amor celoso y al mismo tempo el miedo a un shock del que ni su interioridad ni el
mundo exterior podrán recobrarse jamás.) La madre quiere abonarse al servicio
de vigilancia, pero Gonzalo se opone obstinadamente. Sobre una disensión en
apariencia formal como ésta, Gadda consigue fundar una tensión atroz, de tragedia
griega. La grandeza de Gadda está en que lanza a través de la trivialidad de la
anécdota relámpagos de un infierno que es al mismo tiempo psicológico,
existencial, ético, histórico. Sólo entendiéndolo podemos ponernos en contacto
con la complejidad de la obra.
El final de la novela, el hecho de que la
madre se salga con la suya abonándose a la vigilancia nocturna, que la finca
sea saqueada —al parecer— por los mismos guardias, y que en el asalto de los
ladrones la madre pierda la vida, podría cerrar la narración en el círculo
completo de un apólogo Pero es comprensible que a Gadda esa manera de cerrarla
le interesase menos que crear una tremenda tensión a través de todos los
detalles y divagaciones del relato.
He esbozado una interpretación en clave
histórica quisiera intentar una interpretación en clave filosófica y científica.
Hombre de formación cultural positivista, diplomado en ingeniería por el Politécnico de Milán, apasionado por las
problemáticas y la terminología de las ciencias exactas y de las ciencias
naturales, Gadda vive el drama de nuestro tiempo también como el drama del pensamiento
científico, desde la seguridad racionalista y progresista del siglo XIX hasta
la conciencia de la complejidad de un universo nada tranquilizador y más allá
de toda posibilidad de expresión. La escena central de El aprendizaje es la visita
del médico del pueblo a Gonzalo, un enfrentamiento entre una bonachona imagen
decimonónica de la ciencia y la trágica autoconciencia de Gonzalo, de quien se
traza un retrato fisiológico despiadado y grotesco.
En su vastísima obra editada e inédita,
formada en gran parte por textos de diez o veinte páginas entre las cuales
figuran algunas de sus páginas más bellas, recordaré una prosa escrita para la
radio en la que el ingeniero Gadda habla de la edificación moderna. Empieza con
la clásica compostura de la prosa de Bacon o de Galileo describiendo cómo se construyen
las casas modernas de cemento armado; su exactitud técnica se vuelve cada vez más
nerviosa y colorida cuando explica cómo las paredes de las casas modernas no
consiguen aislar del ruido; después pasa al tratamiento fisiológico acerca de
cómo los ruidos actúan en el encéfalo y en el sistema nervioso; y termina en
una pirotecnia verbal que expresa la exasperación del neurótico víctima de los
ruidos en un gran inmueble urbano.
Creo que esta prosa representa cumplidamente el
abanico de las posibilidades estilísticas de Gadda; más aún, el abanico de sus
implicaciones culturales, ese arco iris de posiciones filosóficas, desde el
racionalismo técnico-científico más riguroso hasta el descenso a los abismos
más oscuros y sulfurosos.
1967
Tomado
de Por qué leer los clásicos,
Tusquets, 1992; trad. Aurora Bernández.
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