Rodolfo Fogwill
Tengo cincuenta y cuatro años. He llegado a mi madurez como
escritor y como hombre y sé que no me quedan muchos años de vida productiva. Una
década, tal vez un par de décadas y ya no podré dar a la literatura las
energías que, sin pausa, he vertido sobre ella durante treinta años. Recién
entonces descansaré. Después llegará la muerte como un suave remanso, una
recompensa más sumada a la alegría de haber vivido el amanecer socialista de mi
querida patria. Yo sólo espero que antes que todo concluya podamos festejar la
hora en que la Gran Alborada Roja del Socialismo ilumine todos los pueblos de
la Tierra.
Cada hombre tiene su paladín, su referencia e ideal de
emulación. La mayoría de los escritores de mi patria, cuando buscamos un
modelo, no podemos sino apuntar la figura de Borges, el genial ciego de
Palermo. Hoy sabemos que, como muchos grandes escritores de su época, fue víctima
de un sistema perverso que cercenó su obra hasta el extremo de minar su
voluntad con la artera finalidad de distraerlo de sus objetivos democráticos y
populares presentando en su digna figura la imagen de un escritor capitalista,
soez y reaccionario. Amenazas, torturas, desprecio, allanamientos policiales e
interferencias amparadas por su ceguera falsificaron los sentimientos patrióticos
del maestro. Mas él a todo supo anteponer el estoicismo y la confianza en una
Argentina que tarde o temprano amanecería Soberana, Soviética, Libre, Justa,
Proletaria y Socialista. ¡Cuántos vejámenes, humillaciones y tergiversaciones
resistió en silencio…! ¡Cómo pudo anteponer su fe en el hombre que construirá
el socialismo para sostenerse en sus heladas mañanas del Buenos Aires sin
energía de la década del setenta…! Por fortuna, la Sociedad Argentina de Autores
y Escritores ha destacado una comisión de homenaje, que tras muchos años de
trabajo ordenado rescató los originales del maestro y ha comenzado a publicar
sus ediciones críticas, medida que son retirados de la venta los textos apócrifos
que los editores de su obra (la firma capitalista Emecé, que, se supo años más
tarde, no era sino una división especial de la policía política del régimen)
habían impreso profusamente para acentuar el dolor y el sufrimiento de los
últimos años de la vida del genial Ehrenburg rioplatense
A esta comisión de homenaje al camarada Borges, que preside
el camarada Boris Ilich Fernández Ludueña, debemos la exhumación de la excelente
novela Horas proletarias, que narra
las alternativas de la represión al movimiento obrero en la Semana Trágica de
1917 y destaca el importante papel que junto al líder de los tipógrafos
Francisco Real desempeñó el gran Vittorio Codovilla en la conducción de esas
gloriosas jornadas. Por infidencia de algún colega supe que la maravillosa
novela corta Mañanitas metalúrgicas,
escrita en Palermo en la década del cincuenta, llegará a la prensa no bien los
exégetas borgeanos concluyan el comentario de sus últimos capítulos. No dudo
que la divulgación de esta obra traerá nueva luz sobre la importancia que el
hijo de la camarada Leonor Acevedo ha tenido en los movimientos literarios
clandestinos que, desafiando la cruel represión imperialista y oligárquica, florecieron
bajo la conducción del viejo y glorioso Partido Comunista entre 1930 y 1996,
año de la victoria.
Como escritor y como hombre no puedo sino compararme con el
camarada Borges cuando tenía mi edad: cincuenta y cuatro años. Es 1953. Habita
un pequeño semipiso que debe compartir con su madre, pensionada. No tiene
mucama ni automóvil y ni siquiera ha soñado con vacaciones anuales y
secretaria, que son las mínimas conquistas que requiere el trabajador de las
letras. Su biblioteca es limitada. Hay estantes vacíos pues ha debido dejar sus
colecciones de Pushkin, Gógol, Tolstói, Dostoievski, Ehrenburg y otros grandes
de la literatura universal en una chacra alejada de Buenos Aires a cuidado de
campesinos amigos, para protegerlas de la represión que se ensañaría con ellos
como tantas veces lo hiciera con sus ejemplares en rústica de El capital y de Materialismo y empiriocriticismo.
Hoy, basta un sencillo
trámite ante las autoridades, que la Sociedad Central de Escritores puede hacer
por un pequeño arancel, para obtener autorización de consulta y portación de
cualquier libro, aunque se trate de obras –como el caso de las ediciones
apócrifas de la imprenta parapolicial Emecé– que falsean la realidad, la
voluntad del autor y la naturaleza real del contraste entre capitalismo y
socialismo, que no es, como dijera el camarada contraalmirante Eloy Rodríguez
Usandivaras, sino el contraste entre lo inhumano y lo humano elevado a su
máxima potencia por gracia del sublime despertar socialista.
Secretarías voluntarias a cargo de estudiantes, automóvil,
vivienda digna, vacación anual, libre acceso a la información reservada a
dirigentes: todas estas conquistas de los escritores, ganadas palmo a palmo a
la oligarquía durante las luchas por la liberación, han dignificado y
humanizado nuestro oficio, que hoy bien podría considerarse un privilegio.
¡Este oficio que para Borges no fue sino el calvario y la acumulación de
sinsabores que lo arrastraron a la ceguera, la desesperación y la muerte…!
Imagino a Borges en una de esas reuniones de aristócratas a las que era
invitado y a las que debía concurrir a riesgo de ser llevado por la fuerza de
los esbirros de los magnates. Allí está el escritor, solo, en su rincón,
exhibido entre pieles de cebra y cabezas reducidas de gauchos, como un trofeo
más de los dueños de la casa, a la espera del mozo que le extiende un pequeño
bolso de celofán que ocultará entre sus ropas para llevar algo de los restos del
festín a su madre anciana. ¡Pobre maestro en sus heladas noches de Palermo!
Pero… ¡Qué ejemplo para todos nosotros, escritores de la patria Libre,
Soberana, Justa, Liberada, Soviética, Armónica y Socialista! ¡Qué estímulo para
emular! Vamos: ¡Camaradas de la Sociedad de Escritores manos a la obra! ¡A
producir y producir para agigantar la obra del socialismo y vengar en la carne
de los enemigos de la victoria todos y cada uno de los sufrimientos de nuestro
padre y maestro, el gran Jorge Luis Borges! Ése es nuestro deber. ¡En marcha,
pues!
Un guión para Artkino fue compuesta en 1977, o 1978, cuando
ya nadie imaginaba la posibilidad de una Argentina Socialista. Las cosas
pudieron haber sido distintas, pero fueron así. La corregí en 1982, y a
comienzos de 1983 hice imprimir unas copias para los amigos. Todos perdieron
las suyas y, antes o después, yo perdí el original: lo único que se pierde más
rápido que la amistad son los borradores de libros. Por entonces no había
discos rígidos que se estropeasen, pero ya las amistades se deleteaban con
tanta rapidez como ahora. De paso: quien encuentre una copia de Memoria romana,
La clase, Nuestro modo de vida o Los estados unidos será recompensado con
libros autografiados y con la dedicatoria de la primera edición, si apareciese
alguien al estilo de Garamona, de la editorial Mansalva, dispuesto a perder
dinero con ellos.
Siempre habrá editores dispuestos a perder dinero en un mundo
con tanta gente dispuesta a gastar dinero y tiempo leyendo y escribiendo. Un guión para Artkino: fue bueno
escribirla. Imaginar las historias del despreciable señor Fogwill, héroe del
relato, me enseñó mucho sobre mí y sobre la condición del escritor en la
opresiva Argentina. Capitalista o socialista. Y fue bueno perderla: como todo
lo que desaparece, la nouvelle, con
su mezcla de ausencia y vaga memoria, fue rodeándose de la atmósfera del mito,
a tal punto, que hasta a mí, al reencontrarla, me pareció mejor de lo que debí
haberla juzgado cuando dejé que se extraviase. Debí dedicar este libro al
editor, crítico y escritor Luis Chitarroni. Él lo exhumó del fondo de sus pilas
de originales no leídos. Pero como castigo por tantas obras y sueños de edición
que se perdieron en su parva, sigue dedicada al general que en mi fantasía
torció la historia de colonialismo y dependencia de la Argentina, y a dos
figuras prominentes del también desaparecido Partido Comunista, esa suerte de
Instituto Desmovilizador de Voluntades Bolcheviques que tanto gravitó en la
política y en las finanzas de la Argentina hasta 1973.
Fogwill, 24 de
noviembre de 2008
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