J. J. Armas Marcelo
El largo brazo del regreso ya está aquí, cuando declina lentamente
la brillantez que la luz agostina extiende sobre nosotros. Todos hablan ya de
una vuelta que, para algunos, resulta precipitada, lentos y perezosos como se
han vuelto después del calor del estío y la galbana que no cesa. Casi todos (ácratas,
libertinos, acerados críticos, liberales ascetas, profesores socialdemócratas
—que es más una conducta, un talante,
que una ideología—, novelistas, compositores, surrealistas, feministas,
periodistas y reporteros) se han dado una vuelta por La Magdalena, han soltado
sus cuartillas (su epistemología escrita) en alta voz, se han observado y
sentido satisfechos porque reconocen y los reconocen. La clase intelectual
veranea casi siempre sin sacar los pies del tiesto, el estilo de quienes no
saben hacer otra cosa que la misma (sea cual sea la estación en la que se
mueven).
Disolutos hay, por
supuestos (civiles), que se han quitado del ojo la tormenta, que evitan que se
hable de ellos aunque sea mal y que prefieren el silencio vaporoso del verano
para anclarse en las ficciones, en las novelas, en los poemas que no escribieron
durante el otoño y el invierno pasados porque la movida no les dejó libre un
momento de sosiego y soledad, que es lo que fundamental y prioritariamente se
necesita para escribir. Otros han decidido seguir navegando a vela, ciñendo,
oreando o tumbando cada vez que haga falta, como si no estuviéramos exactamente
en verano, sino en una estación distinta en la que la libre respiración los
hace creerse almirantes en lugar de simples marineros de agua dulce que es lo
que han sido y seguirán siendo siempre.
El largo brazo del regreso, con todo su tráfago de rumores,
episodios y actuaciones múltiples (insólitas y vulgares), está ya a la vuelta
de la esquina. No ha esperado ni siquiera a que lleguen los dos primeros días de
septiembre para estrenar la «polémica película» El crimen de Cuenca, con lo que Pilar Miró sé mantendrá por
espacio de algunas semanas más como vedette
necesaria del papel impreso. Sus opiniones, sus ojos de niña que no ha
roto nunca un plato, sus ingenuas muecas, servirán de desayuno para quienes, en
un acto digno de todo elogio, seguimos leyendo diariamente varios periódicos e,
incluso, nos aventuramos con los informativos de Televisión.
He cenado este verano dos veces con Fernando Castedo, y me he
visto algunas veces más, con Jesús Picatoste, el hombre-tanque del actual equipo rector de RTVE. Nerviosos (o
crispados) pero firmes en sus resoluciones y con una conciencia por encima de la
mediocridad que los atosiga como un banco de calamares que han copiado de su
patrón la seriedad ficticia del calamar de fondo, sonríen corno si también
estuvieran dando cursos en la
Menéndez y Pelayo. Como si nada estuviera ocurriendo.
Una amiga me dice que, efectivamente, está (estuvo) leyendo
«El río de la luna, de J. M. Guelbenzu
y que le extraña mucho el silencio que la crítica española guarda
siempre ante las obras mayores. Le recuerdo que lo mismo; o algo parecido,
ocurrió con Teoría del conocimiento,
de Luis Goytisolo. Una excepción (con nombre y apellido el crítico también) la
constituye el insólito hecho de que alguien se haya acordado de Reinaldo
Arenas, que ha publicado en España en muy escaso tiempo tres de sus más
importantes obras (El mundo alucinante,
Termina el desfile y El Central). Los
críticos, con las debidas excepciones, van al trapo, como cualquier lector
que se precie. Les interesa fundamentalmente la propaganda que reportarle la
propaganda de las obras que comentan. Les interesa seguir, en mayor o menor
medida, configurando un mundo de confusionismo, porque a río revuelto ganancia
de pescadores. Las obras mayores, comentan sin sonrojo, son sólo para los estudiantes
y doctorandos. Así vamos pasando el verano, hasta alcanzar el lento brazo del
regreso. Ese es nuestro sino un año más
Mientras tanto, en la lejanía, se avizoran congresos y reuniones
internacionales de escritores en general. Venezuela (II Congreso Internacional
de Escritores de Lengua Castellana) y Madrid (Congreso Mundial de Poetas) están ya ahí
delante, a la vuelta de la esquina. Perro de este asunto, del que de todos
modos La Vanguardia ha dado cumplida noticia, hablaremos en las próximas
semanas, cuando el sol baje más rápido y las novedades de septiembre devuelvan
la normalidad a los biorritmos de la intelectualidad española.
La Vanguardia, 20 de agosto de 1981.
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