Pascal Quignard
A
finales del mes de febrero de 1664, en Roma, una serie de treinta y dos imágenes obscenas, todas ellas
compradas en una tienda de la via Guilia, fueron entregadas al hijo mayor de
una de las familias más
importantes de la ciudad, de nombre Eugenio, un joven muy apuesto, culto,
refinado, sensible y casto. Todas eran obra de Meaume el Grabador. La compra se
hizo a petición del médico de la familia, Marcello
Zerra. El joven patricio a quien había
auscultado minuciosamente, de veinte años
de edad, vigoroso, dotado de genitales bien formados, afirmaba no poder casarse
porque nunca en la vida había
sentido deseo. Los padres, que no tenían
la menor fe en lo que decía
su hijo mayor, hicieron que Zerra lo examinara. Marcello Zerra prescribió imágenes obscenas, que Eugenio tenía que mirar durante toda una noche en compañía de dos prostitutas
florentinas, una de ellas mayor y dulce, por no decir complaciente, y la otra
mucho más joven y vivaz.
La tentativa no sólo
fracasó, sino que suscitó en Eugenio una repugnancia que
llegó hasta la náusea, y la náusea fue tan violenta que le
provocó angustia. Las
mujeres de vida alegre de la ciudad de Florencia fueron incapaces de ponerse de
acuerdo sobre el resultado de sus esfuerzos nocturnos. La más joven afirmó que el cuerpo del muchacho había estado sin vida y que su alma
se había sentido
terriblemente desgraciada y, puesto que le pedían su opinión,
concluyó que según ella no estaba hecho para la
vida civil, es decir, viril o paternal. La puta de más edad, temiendo no percibir la retribución que habían acordado por los dos viajes
de ida y vuelta, además de
la noche entera, sostuvo que aquella afirmación era incorrecta, que el joven había tenido una erección
fugaz y que otra noche acabaría
fácilmente con sus
reticencias y otras dificultades que ella había tenido tiempo de observar atentamente. Al oír que la mujer de mala vida
proponía otra noche de
placeres, el joven Eugenio se desmayó.
Hubo que pedir un coche de dos ruedas. En el palacio familiar, el propio Zerra
interrogó ese mismo día a las lavanderas, que
declararon no haber visto jamás
la menor huella de polución
nocturna en las sábanas
del hijo mayor. Zerra pidió a
los padres que reflexionaran antes de prometer a su hijo. Pero el cabeza de
familia no le hizo caso. Importantes y antiguos intereses obligaban al hijo
mayor a unirse a la muchacha que le estaba destinada desde la más tierna edad.
Eugenio
nunca logró consumar el
matrimonio con su esposa.
La
joven, que seguía intacta,
se quejó a su familia, y ésta se hizo eco de su angustia.
De hecho, la familia política
amenazó con impugnar el
matrimonio si su hija no perdía
pronto la honra, además de
disfrutar de un poco de alegría
natural.
Consultado
de nuevo, Zerra prescribió otra
vez las fascinantes imágenes
de Meaumus, y sugirió a la
joven esposa que ayudase a su marido a conseguir la consistencia del deseo valiéndose de todos los dedos de las
manos. El joven se mató el
22 de mayo de 1664. Los grabados fueron retirados del comercio. Cargaron en una
carreta las planchas de cobre y todas las tiradas que había en la tienda de estampas con
el rótulo de la cruz
negra, ya fueran de la mano de Meaume o de las de otros artistas, y las
llevaron a cincuenta metros de allí,
al Campo de las Flores, donde fueron quemadas y fundidas delante de la
muchedumbre. Es una de las razones de que queden tan pocas cartas eróticas directamente impresas con
las planchas originales de Claude Mellan o de Meaume el Grabador.
Capítulo XXIX de Terraza en Roma, Espasa Calpe, S.A, 2008; traducción: Encarna Castejón.
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