Guillermo Cabrera Infante
"¡Es horrible! Pero ¿a qué
arte diabólica debe someterse a un hombre para que lo vuelvan invisible!".
"No es un arte diabólica. Es un proceso..."
H. G. Wells, en El hombre
invisible
A veces, me creo invisible.
Sucede cuando me quito mi americana detweed, mi pull-over de
lana, mis pantalones de pana y mis zapatos de vaqueta virada; luego, toda la
ropa interior, y me miro al espejo ¡y no veo nada! ¿Seré como el extraño que
llegó a una inn, lejana posada inglesa, un día de invierno,
invisible de veras? Al menos, mucha gente me lo hace creer,
como si yo fuera una versión del rey que iba en cueros y nadie se atrevía a
confesar lo que veía. Soy el revés del rey, por supuesto. Voy vestido, pero el
efecto es como si fuera disfrazado, aunque me quede desnudo: si me quito toda mi
ropa inglesa, nadie ve nada. Soy (lo sabe hasta el proverbial niño de cinco
años) un exiliado cubano. Existo, pero no en exilio. Mi hábito me hace inglés,
pero mi desnudez me aniquila. Sólo soy yo gracias a mi vestimenta.
Hasta la palabra que podría designar mi
status es diferente para mí ahora. En Cuba, antes, por ejemplo, los
republicanos refugiados de la guerra civil, llámense Casona o El Campesino, era exilados. Ahora
todos los desterrados que hablan español por el mundo en diáspora son exiliados
(menos los cubanos). Debemos recordar a esos judíos que venían huyendo de
Hitler que tampoco eran exiliados: eran judíos, casi intocables. Lo mismo pasa
con los exiliados cubanos, judíos de Castro. No somos marranos, pero somos
gusanos (apelativo castrista). Goebbels inventó un mote parecido para los
judíos: ungeziefer (alimañas). Es fácil eliminar a un hombre cuando
no es ya un hombre, sino una alimaña o un gusano; pero siempre hay sangre,
cadáveres: un embarro. Es más limpio hacerlo invisible. Mi invisibilidad
recuerda, a ese escamoteo verbal que practicaba la Real Academia de la Lengua
para eliminar lo indeseable. Así, el Diccionario manual (ilustrado)
olvida la palabra exilio, y en la página 711, columna A, salta de exiguo a eximio,
con arte de birlibirloque, pero en medio (¿para pedir perdón o cubrir la
vacante?) pone eximente. ¡Presto! El exilio desapareció y los
exiliados o exilados se esfumaron hacia el limbo lingüístico o
legal. ¿Busionismo o mera ilusión? Para Franco (mi edición es la de Espasa Calpe
de 1950) no había exilio: había sólo una roja desbandada. Los exiliados no
existían, españoles o no. Como decía ese otro tirano grotesco, el rey Ubú:
"Si no hay Polonia, entonces no habrá polacos" (como para que medite
Jaruzelski sobre su problema polaco y una posible solución rusa). Si no hay
exiliados, no hay exilio: es una simple proposición lógica. En Cuba, donde
todos los emigrantes españoles eran gallegos (como si los cubanos no sólo
presintieran a Franco, gallego epónimo, sino que Fidel Castro, gallego anónimo
entonces, también sería posible: cosa curiosa, la taxonomía tiene más de magia
que la astrología), los judíos eran para nosotros polacos todos, Así, el cubano
de la calle fue más efectivo que Hitler y pudo encontrar la solución final desde
el principio (desde antes, es más). Para los que creen que todo mañana será
siempre mejor (como si acortaran la palabra futuro a mero fruto), el gran Diccionario
de la Real, edición de Espasa-Calpe de 1956, admite el exilio, pero no
los exiliados.
La Limpia y Fija puede ser, sin
embargo, en su progreso retrógrado (sí que existe este movimiento: no en
física, pero en política), más resueltamente avanzada que muchos escritores llamados
progresistas simplemente porque no quieren confesarse comunistas. Un conocido
crítico literario uruguayo escribe un largo y sesudo ensayo sobre el exilio en
América, y no encuentra más que un cubano exiliado o exiliable: José Martí.
¿Habrá que recordar al lector español que Martí murió, no de naturaleza, en
1895? Un escritor suramericano, laureado, hace un discurso ante una academia,
pero no sobre literatura, sino sobre exilios, y escoge a Chile -¿arbitrario?-
como el país más dado al exilio. Un millón de chilenos ha abandonado a Pinochet
a su soledad de los Andes, asegura auténtico. ¡Es un diezmo!", terminó el
informe para académicos, sin una sola mención a Cuba, país modelo en cuanto a
la forma de tratar a sus disidentes y descontentos, como se sabe. La exquisitez
de Fidel Castro en estas cosas es ejemplar.
Pero la verdad desnuda es boyante
y siempre sube a flote en todo medio espeso. Hay cerca de un millón y medio de
cubanos viviendo en el exilio desde 1959 (algunos miles eran batistianos,
cierto; pero entre ellos estaba también -¿casualmente?- el primer presidente
castrista), y es sólo ahora que la población de la isla rebasa los 10 millones
de habitantes. Se trata, como es obvio, de algo más que un diezmo. Es, de
hecho, diezmo y medio, pero inmencionable, tabú. Como al olmo, al futuro se le
piden peras, no peros.
Un escritor porteño pasea
melancólico por las bibliotecas de Europa su largo exilio apolítico y, tras
haber asumido la frase francesa "nada mata tanto a un hombre como verse
obligado a representar su país", se permite los riesgos del inmortal y no
sólo representa a otro país, y a otro, y a otro, sino hasta un continente y una
causa. Su exilio se había hecho apocalíptico. Este escritor, que había
abandonado Argentina en 1952, odiando a Perón hasta la náusea física, pero aún
más a Evita, aparentemente sufrió el síndrome que su maestro argentino
diagnostica como hecho de "sucesivas y encontradas lealtades". Así,
fue exiliado antiperonista; luego, peronista; después, antimilitares
antiperonistas, y ahora, generalizante militante d'apres des iles
Malvinas. Pero, preguntado por un periodista mexicano por los
escritores cubanos exiliados, declaró, con énfasis en sus erres todavía
francesas: "No hay escritores exiliados de la Revolución. No
hay más que gusanos". Lo que, por supuesto, niega la posibilidad de alfabetizarse
a toda larva analfabeta y, de paso, el acceso a la escritura a cada gusano que
quiera brillar ilustrado como mariposa literaria. Este escritor será
materialista, pero naturalista no es. Estará cerca de Marx, pero lejos de
Linneo.
Un grupo de refugiados políticos
antiguos y actuales se reúne en Madrid para intercambiar memorias del exilio.
Los hay de todas partes de España y de América (menos de Cuba). Nadie -está de
más decirlo- echó de menos a los cubanos, los exiliados americanos que llevan más
tiempo en España. ¡Curioso y curioso!, diría Alicia, furiosa. Había en este
simposio neoplatónico hasta un inusitado diplomático mexicano en funciones, que
debía ser un exiliado oficial o un observador de la ONU. Pero los cubanos,
visibles en todas partes, ya innombrables, eran allí invisibles. Es cierto que
la reunión era más frívola que seria, a pesar de la edad respetable de los
reunidos. Era como una cana al aire político. Se llegó incluso a hacer el
elogio del exilio como si fuera un gusto adquirido. Pruebe, por favor, un poco
más de ostracismo. ¡Ummm! ¡Qué delicia! Parecía, de veras, cierta nostalgia de
Franco invertida (como Vizcaíno Casas, pero con comicidad más espontánea). Este
elixir de exilio era español en la memoria colectiva y -¿por qué no decirlo?-
festiva. Pero recuerdo hasta exiliados andaluces que, como no eran gitanos,
eran infelices. Conocí, por ejemplo, al más triste de todos los poetas
españoles exiliados, Luis Cernuda, y me pareció un hombre calmo, pero
desesperado: una especie de suicida tan correcto que no se pegaba un tiro por
temor de herir a sus amigos. Cernuda, ciertamente, no habría estado en este convivió.
Ahora, el ministro de Cultura de
Castro (que existe, porque lo he visto en fotos, bien visible en su traje
oscuro a rayas blancas verticales: todo, hasta el chaleco, lo hacía
indiscernible de un capo secundario en El padrino) declara
a EL PAÍS, con su gerundio atropellado, que no hay escritores de alta
"escala intelectual" que hayan abandonado el país (queriendo decir
Cuba), y nombra a Juan Marinello (a quien llama Marinero, ¿en tierra?), a
Fernando Ortiz, a Carpentier y a Lezama Lima con el mismo ceceo ansioso. Pero
olvidó decir que todos los mencionados están en Cuba ¡porque están muertos!
Hace tiempo que todos ellos (y ahora incluyo yo a Virgilio Piñera, el mejor
teatrista cubano de todos los tiempos, que también se quedó en Cuba para vivir
de miedo y morir de un susto sostenido) están bajo tierra, y si no los
secuestran los gusanos de Hamlet, polític worms, no veo
cómo podrán dejar la isla, cruzar los mares o los aires, emigrar (para devenir
ellos también cadáveres invisibles). Pero sucede que, siempre desafortunado, el
primer ministro de Cultura y Luces de Cuba castrista hace hincapié en Lezama,
sobre cuya eminencia nos ilumina con el esplendor de una noticia: antes que
perseguir a Lezama, ahora en Cuba se le ezalta. Esta
exaltación, naturalmente, tuvo que esperar a la infausta muerte del poeta.
Todos los que saben leer (quiero incluir aquí a Armando Hart, sin desarmarlo) saben
que de Paradiso, la obra maestra de Lezama, no se hizo más que una
sola edición de cinco mil (5.000) ejemplares en 1966, que se agotó en
seguida (para no reeditarse jamás). Aparentemente, por su exaltación del homo-zezual, la
bestia negra con dos penes para Castro: obscena, contra natura,
contrarrevolucionaria. A partir de 1971, cuando Lezama fue involucrado por la
seguridad del Estado (que tiene los mejores lectores de Cuba: leen
desde cartas hasta palmas de la mano) en el caso Padilla, no se volvió a
publicar siquiera un ensayo suyo, como lo revela Lezama en sus cartas a su
hermana. Es desde este más allá epistolar que el poeta proclama ahora su
desmentida y su exilio, interiores ambos: "No es lo mismo estar fuera de
Cuba que la conducta que uno se ve obligado a seguir cuando estamos
aquí, metidos en el horno. Existen los cubanos que sufren fuera y los que
sufren igualmente, quizá más, estando dentro de la quemazón y
la pavorosa inquietud de un destino incierto...".
Aparte de mis subrayados, ¿las
repetidas menciones a horno y quemazón no declaran que el
escritor oscuro habla claro, no del paraíso, sino del infierno, del poeta y de
sí mismo como un Fausto condenado? Fue Lezama quien inventó la metáfora del
creador como un poseso penetrado por un hacha suave. Pero ¿qué del poseso al
que se le niega toda posesión: la esencia y la existencia y el mismo cuerpo
sólido que contiene su conciencia? Me siento entonces como el extraño que llegó
a la posada Coach and Horses, en un lugar remoto de Inglaterra,
hace casi un siglo.
Así describe su revelación un
hombre que sabe de estas cosas: "Se puso una mano sobre la boca y, al
retirarla, el centro de su cara se convirtió en un hueco vacío... Cuando,
finalmente, se quitó las gafas, todos los presentes se quedaron atónitos: el
forastero era invisible". Esa aparición era una desaparición.
Tomado de El País, mayo de 1983
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