viernes, 16 de octubre de 2020

En el corazón del otoño



Jorge Eduardo Eielson

 

Este taller dorado, señora,

Si usted suelta sus cabellos,

Su corsé, sus abundantes senos,

Arderá.

La Muerte vestida,

Calavera de viejo sombrero,

Con plumas de pato en la nuca,

Vendrá, si usted llora, señora,

Desnuda en el bosque, si llora.

Hermosa señora, qué viento,

Qué viejo ya el día, las flores,

La cera y el vino, sus ojos, señora.

Este taller dorado, señora, es el otoño.



lunes, 12 de octubre de 2020

Dejar las letras

 



Juan L. Ortiz

 

Deja las letras y deja la ciudad...

Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire...

Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas

en la azucena del azul...

Yo quiero ser, amigo,

uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal...

o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume...

No estás tú también

un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?

 

Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla

de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas...

Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,

ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla

en celeste de agua...

Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío,

invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz...

Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias

que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín,

apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas...

El sol ha bebido sus propias perlas

y hay apenas de ellas una memoria por secarse...

No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...

Viste alguna vez la melodía de los brillos?

La viste ondular, todavía de gasa,

desde tus pies al cielo, sobre el río?

Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca

con unos silencios amatistas...

Y ahora, ahora, torna la vista alrededor...

Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,

capaces, sin embargo, de atraer hacia sí

a las abejas todas del día

y de volver de margaritas a la melancolía más flotante...

No las sientes curvarse bajo un amor transparente

en un hálito de alas?

O es sólo la cortesía más misteriosa

entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,

ante algo que al parecer es la respiración de un dios?

Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas:

qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas,

sobre un rastreo de tases, serpentino?

Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:

pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos...

Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput,

pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla...

Y ah, a las más sin nombre que se van

con los alambres libres

en una fuga preciosa de piedritas...

Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol,

increíblemente miniado de sol en primores casi íntimos

pero que extenúan a la brisa...

Y a las verbenillas, por cierto, de aquí:

oh, la más dulce sangre labrada por los misterios

para los misterios de las hierbas.. .

Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos

mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire...

Y a esos recuerdos de la luna,

aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo

que se busca, a su vez, en su infinito todavía...

Pero no olvidemos, mi amigo,

a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá,

delante no se sabe qué sacramento etéreo:

no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos...

Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales

con su "pasión" de cielo sobre el susurro trepador:

rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá?

Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..

Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso

que van estrellando, se diría, todos los minutos

con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro?

 

Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?

Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo

con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines

sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,

con las navecillas de cita. ..

Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin

de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos,

dando no sé qué números de no sé qué otra noche

o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo...

 

Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?

Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño,

se deshace dulcemente?

O qué llamado para el sacrificio, di

de campanillas de humo?

Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar

es el mismo amor que no teme perderse

como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de corolas...

Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá

de las lianas que tejiera para vencer su abismo,

asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu?

Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor

o el otro lado de esa flor,

llama, serena llama, que viviría de su sombra...

Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses?

Aquí, lo que llamamos "horror", o lo que llamamos "amenaza",

sonriendo desde la semilla, se diría,

o equilibrando a las mariposas, si quieres,

con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre...

Pero aquí también enfrentando a lo innombrable,

algo como los honores de un ángel...

 

Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida,

terriblemente dividida, y expedida a la ventura...

Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes?

Allí y aquí, a la vez, la condena "de la rueda",

desde las madres del río y desde las madres de las zanjas...

 

Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..

Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer?

Hay que perder a veces "la ciudad" y hay que perder a veces "las letras"

para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras

en las relaciones de los orígenes...

O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo

y en esa fantasía que serán...

Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad

para que el poema, deseablemente anónimo,

siga a la florecilla que no firma, no, su perfección

en la armonía que la excede...

O para ser el arpa de Lungmen

eligiendo ella sola los temas de su música,

lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos

o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas

ni lo que dice el viento...

ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. ..

Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas,

con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz..

Y el rostro de Ella no escrito,

oh, recién nacido, con unos signos por hallar

y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia

como las mismas, las mismas letras de tu alma...

Pero la viste a Ella,

amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas,

Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín,

virgen profunda ésta toda aún de cabellos?


sábado, 10 de octubre de 2020

Las paralelas

 



Héctor Viel Temperley

 

— Y antes de El Escorial?— me pregunta

 

— Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres

En mi vida había una mujer

En mi vida había una mujer

 

Las dos estaban en la misma playa

y no se hablaban pero se miraban

y a mí me parecía que no se separaban

todo lo que podían separarse esos días

 

Me alejaba del mar y dibujaba

Casas viejas entre árboles

Lo más enmarañado que encontraba

Hasta que las sombras de pronto eran muy cortas

Y mis hombros ardían demasiado

 

Entonces descendía a un lugar de otra costa

Donde nunca había nadie

Porque la gente allá no se detiene

Donde nunca ve a nadie

Y menos todavía se detiene

Donde ve a un hombre solo sin camisa

Dejaba los dibujos sobre la arena y estiraba

Los dedos nadando hasta que se olvidaban

De que podían flexionales

Y después regresaba con mis dibujos enmarañados

A almorzar con mis hijos a tomar un respiro

 

Hasta que una mañana

Llevé conmigo hasta esa costa a una mujer

Y entré con ella un metro en ese mar

Donde nadaba siempre solo

Y a la nueva mañana

Llevé de nuevo hasta esa costa a una mujer

Y entré con ella un metro en ese mar

Donde nadaba sólo los días que estaba solo

 

La luz del agua la hora no sabían qué día era

Y de las dos mañanas se hacía un mediodía

Donde las mujeres mirando hacia adelante

Me flanqueaban en paz al mismo tiempo

 

Y entonces con el mar hasta el pecho un segundo

Yo pensé que el amor podía ser de paralelas

Y pensé que entre esas paralelas

Podría sostenerme en el mar muchos años

 

— Quiero oírte de nuevo —me dice

 

 — Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres

En mi vida había una mujer

En mi vida había una mujer

Ahora yo soy más joven que ellas o lo parezco

Pero en ese verano

En esos días azules

Teníamos los tres la misma edad y éramos jóvenes

 

— Quiero oírte de nuevo —me dice

 

 — Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres

Yo era mucho más joven y amaba el mar —le digo

En mi vida había una mujer

En mi vida había una mujer

Eran dos solamente y parecían de madera:

Podían sostenerme en el mar con mis hijos

 

— Quiero oírte de nuevo —me dice

 

— Ahora quiero escribir un poema —le digo.



miércoles, 7 de octubre de 2020

Tractatus de sortilegiis



Óscar Hahn


En el jardín había unas magnolias curiosísimas, oye,

unas rosas re-raras, oh,

y había un tremendo olor a incesto, a violetas macho,

y un semen volando de picaflor en picaflor.

Entonces entraron las niñas en el jardín,

llenas de lluvia, de cucarachas blancas,

y la mayonesa se cortó en la cocina

y sus muñecas empezaron a menstruar.

Te pillamos in fraganti limpiándote el polen

de la enagua, el néctar de los senos, ves tú?

Alguien viene en puntas de pie, un rumor de pájaros

pisoteados, un esqueleto naciendo entre organzas,

alguien se acercaba en medio de burlas y fresas

y sus cabellos ondearon en el charco

llenos de canas verdes.

Dime, muerta de risa, adónde llevas ese panal de abejas libidinosas.

Y los claveles comenzaron a madurar brilloso

y las gardenias a eyacular coquetamente, muérete,

con sus durezas y blanduras y patas

y sangre amarilla, aj!

No se pare, no se siente, no hable

con la boca llena

de sangre:

que la sangre sueña con dalias

y las dalias empiezan a sangrar

y las palomas abortan cuervos

y claveles encinta

y unas magnolias curiosísimas, oye,

unas rosas re-raras, oh.



jueves, 1 de octubre de 2020

¡Tiembla, Savimbi!

 

Dolores Labarcena


Será impresionante cuando, como expresé antes, embosquemos al enemigo al amanecer, y el sol, todavía oculto, o enseñando muy sigilosamente sus penetrantes y ardorosos rayos detrás de las montañas, sea testigo de nuestra victoria. Porque allí donde pisemos, donde nuestras botas en medio del humo y el polvo dejen sus huellas, huellas indelebles, justas, libertarias, la pagarán caro. Verás, Chivo, no dejaremos títere con cabeza, lo escribiré todo, expresó Sandalio Peruyera. Luego me explicas, Sandalio. No seas porfiado. Déjame ayudarte, coño. No perdamos un segundo que esto se va a poner peor, intenté persuadirlo. Luego me explicas. Y lo saqué a rastras del blindado en llamas, en un volido. Eh, ¿y este ajetreo, Chivo? ¿Entramos en combate?... Descansa, compadre. Qué bárbaro. ¿Tienes sed? Coge la cantimplora, le dije. ¿Sed? Negativo. Lo único que me tomaría ahora es una sopa caliente. Campana, Chivo, estoy campana. Vamos, ayúdame a pararme. No dejaremos títere con cabeza. ¡Tiembla, Savimbi!… Quizás no tuve tacto. Pero qué haría otro en mi lugar. Es muy fácil juzgar fuera del terreno. Tenía dos opciones: la primera, mentir, la segunda, decir la verdad por muy cruel que fuese. Imposible, Sandalio. ¿Pararte? Libérate de toda preocupación terrenal. ¿No te has visto?, insistí encendiendo la linternita que llevaba colgada del cuello. Te faltan los pies. No te agites. ¡¿Que me faltan los pies?! ¡No embromes, Chivo! ¡¿Los pies?!, exclamó blandiendo con ímpetu las manos para comprobar lo que de por sí era una realidad. ¿Viste? Ahorra energías. Nos dieron, Sandalio. Los emboscados fuimos nosotros. Ahorra energías, repetí. ¿De quién fue el error, Chivo? Nunca imaginé que caería aquí. ¡Chivo, este es mi bautismo de fuego! Dime la verdad, compadre, ¿no será un sueño, una pesadilla de la que no logro despertar? Pellízcame una pierna, Chivo, ¡una pierna!… Instantáneamente cesaron las tribulaciones y su rostro comenzó a palidecer. No te duermas, Sandalio. Mira hacia allá. ¿No ves? Viene la ayuda. ¡Mira!, le grité. Y hacia allá solo había selva. Una selva tupida. No veo nada, compadre. ¿Quiénes vienen?, indagó. La Unidad de Apoyo, Sandalio. Y los de a pie son los zapadores. ¿Te acuerdas del “Dale pa´lante” del general Lamata? Nos salimos del trillo. Una mina. Bueno, también misiles, cañones, morteros… ¡Vamos, mantente despierto, compadre! Lo zarandeé. La más fea, Chivo. Nos tocó bailar con la más fea. ¿Y el general Lamata? ¿Lo sacaron del blindado?, seguía indagando. Entero, Sandalio. Ahora mismo lo trasladan en helicóptero a Rosalinda. Chivo, ¿en helicóptero como está la cosa?... Siempre tuviste un tornillo suelto, dijo. Entonces asentí con benevolencia y él sonrió con la ternura de los agonizantes.

 

La nota que sigue la encontró Píriz en uno de los bolsillos del difunto Sandalio:

 

Desde Quibala a Ebo resueltos rodaban nuestros tanques. Por aquí la tierra es próspera, salvaje, coreada de árboles frondosos donde el baobab está en flor, y la pitanga madura. El silencio es cómplice. Antes de llegar a Catofe nos detuvimos donde acampaban las tropas del general (tachado). Él mismo en persona salió a nuestro encuentro fusil en mano, y botas nuevas. Señorea la hospitalidad. Allí se encontraba la plana mayor: los generales Zeferino Carvajal, Desiderio Solaz y el coronel Chacón Morales. El general (tachado) y el general Lamata se apartan de mí. Escucho, peligroso instante de indiscreción, que hay cambio de planes. ‘Óyeme bien, Lamata, ese paquete que trajiste tiene de manigüero lo que yo de manicura. Dile que esto no es la redacción del Juventud Rebelde ni del Sierra Maestra. Que deje la libretica y se ponga pa' su cartón’. Su tono es pedante, agresivo. Con el alma hecha jirones me dirijo hacia un grupo de soldados que rodeaban a un nativo, ojeroso y patizambo, el cual, enseñando el muñón de su brazo derecho, narraba sin ahorrarse detalles, una tras otra, las derrotas sufridas en los últimos meses por nuestras fuerzas revolucionarias, dejando entre los oyentes un velo de desaliento semejante a un parasol, vasto, impenetrable. Me dirijo a él, porque de justicia y confianza se va llenando el pecho, y le converso: Compañero, el enemigo no tiene reparos en emplear en la guerra todo su poderío. A excepción de la bomba atómica, el arsenal que posee es incalculable. No. No somos partidarios de ningún enfrentamiento. Anhelamos la paz, una paz firme, duradera, fundada en los principios de independencia, democracia y neutralidad. No se amilane, compañero. El movimiento de resistencia se robustece como las hojas del mopane, cual mariposas agraciadas, multiplicadas de la raíz al cielo, como nuestra palma real, de penacho áspero y gustoso fruto. Da igual el credo, el color de la piel, la clase social, estamos hermanados por un mismo ideal. ¿No está al tanto de las deserciones en las filas del enemigo? Él me mira con un aire entre agrio y socarrón. A quien nace pa' tamal, del cielo le caen las hojas, expresó en portugués. Me retiro. En la mesa donde se encontraba la plana mayor junto al general (tachado), una comida cuantiosa, nutritiva: ajiaco, puerco asado, yuca con mojo, y de postre, casquitos de guayaba en almíbar. Tomo asiento al lado del general Lamata. Grave momento, el del nervio magullado, apiñado. Se palpa la tensión, mi repulsa. Estoy herido. ¿Dónde me pongo, general (tachado), de frente o de espalda? Emanaron mis palabras como de un surtidor, límpidas, chispeantes, embebidas del halo de la razón. El general (tachado) desde su taburete, con ojos fogosos, desbocados, me increpa: ‘¡Ponga los pies en la tierra, hombre! Aquí donde usted me ve, sin estudios, soy el único con (tachado) que puede dirigir esta guerra. ¿Ve ese caminito? Del descanso corto, a la trocha espesa. Se lo diré más claro, (tachado) de curujey. Váyase usted al (tachado) ¡Ajile!’… Y así, en medio de aquella hostilidad, damos de lleno en la sabana. Vamos, Sandalio, no se lo tome tan a pecho. A veces la luna se oscurece por un eclipse, me dijo el general Lamata. Salimos sin probar bocado por culpa de ese hijo de (tachado). De muy mala calidad el aguardiente que nos dio. Ojalá que un rayo (tachado). Para tomármelo, le echo un chorro de naranja, con dos clavos de olor.

 

Quizás no tuve tacto. Pero qué haría otro en mi lugar. Es muy fácil juzgar fuera del terreno. Tenía dos opciones: la primera, mentir, la segunda, decir la verdad por muy cruel que fuese… Será impresionante cuando, como expresé antes, embosquemos al enemigo al amanecer, y el sol, todavía oculto, o enseñando muy sigilosamente sus penetrantes y ardorosos rayos detrás de las montañas, sea testigo de nuestra victoria. Porque allí donde pisemos…, dijo Sandalio Peruyera cuando todo se había ido a bolina. Su entierro simbólico fue bastante emotivo. Un tipo sensible. Supuse que aquella hoja arrancada pertenecía a un diario. Me la guardé. Era evidente por los tachones que tuvo un desencuentro con uno de los generales. Se le daba muy bien escribir.

 

 

Este fragmento de la novela No quiero llanto, de próxima publicación por editorial Betania, salió por primera vez en DDC el 9 de julio de 2020.