martes, 6 de marzo de 2018

“Como traigo la leña, pim, pam…”




Dolores Labarcena


Luego de un año sabático en cuestiones literarias pero prolífico en conocimientos patológicos, tratamientos holísticos y mecánica postural, en la recta final, y con la idea de abstraerme, tomé un libro que lejos del efecto deseado me introdujo más en ese laberinto de tecnicismos galénicos: litiasis biliar, nefritis, disfagia, trombosis, taquicardia paroxística, en fin. No era, lo confieso, un libro que tuviera prisa por leer. Papaíto Mayarí, novela de Miguel de Marcos, es una de esas lecturas, a mi juicio, obligatorias dentro de la literatura cubana. ¿Se trata de una gema que merezca la pena desenterrar? Depende del ojo con que se mire. Su primera edición (1947) se convirtió en best-seller (dato que ni suma ni resta). Lo curioso es que si rastreamos en internet las menciones son escasas, por no decir que de Miguel de Marcos no se encuentra ni una escueta biografía. Es tan inusual su presencia como el hirsutismo en tiempos de rayos láser.

Lo cierto es que, más allá de su momento, no lo siguió ni el gato; ni los de Lunes, ni los realistas, ni los post, y ni siquiera es pasto de académicos, al contrario, por ejemplo, de Carlos Loveira con Generales y Doctores. Tampoco García Vega lo incluyó en su antología de la novela. En fin... ¿Es que no puede sacarse tajada de un bromista nato, del mofletudo mejor vestido de su época?

Papaíto Mayarí viene a ser la ridiculización del concepto cubanidad, que, según Grau San Martín, es amor. De aquellos lodos, estos barros. En efecto, si algo es indiscutible en esta obra es el choteo galopante, lo pantagruélico, la desacralización del prócer, el falso panegírico, el calco amorfo de la generación del 95. Por ello el patriotismo aquí tiene tintes hilarantes.

“Serapiote querido: Te escribo a las dos de la madrugada. Tú, que sabes inclinarte sobre el sufrimiento humano; tú, que me acompañas en la vida y me sirves desde hace treinta años, tú, que crees que la cubanidad es amor, apiádate de este pobre ocambo. No me despiertes a las siete… Otrosí –Hoy, Serapio querido, es 20 de mayo. Como tú conoces mi patriotismo, como yo conozco el tuyo, te sugiero que, en la dosis de acordeón de mi cotidiano despertar melódico, sustituyas Juan Pescao por los compases del Himno de Bayamo. Tuyo, Papaíto”.
Con esa nota en el buzón del mayordomo-confidente comienza la novela: celebración del 20 de mayo (nacimiento de la República de Cuba, 1902). Y concluye de igual modo, como algo inamovible, monótono, otro 20 de mayo con la muerte del criollo Mayarí. Eso sí, en su cartuja, sin meconio, sin acrimonia, en su lecho placentero y lenitivo.

En la prosa de Miguel de Marcos, además de tecnicismos galénicos, tratados de jurisprudencia, anglicismos y neologismos, todo es hipérbole intencionada, fuego fatuo, lo cual comulga de manera burlesca con la jerga del vulgo. No hay que confundir, no es barroco como afirma alguna que otra crítica. Miguel de Marcos usa los términos que aparecen en las revistas científicas (o seudo), en los periódicos, en las enciclopedias, en los círculos de políticos y literatos, tanto como lo hiciera Flaubert en esa obra maestra que es Bouvard y Pecuchet. No cree ni de lejos en ese lenguaje ampuloso, lo usa y abusa de él. Se regodea en ese festín oral, de tal modo, que no hace distinción entre los personajes. Todos, incluso el mayordomo-confidente, “de imaginación fértil y corazón sin escorias”, están fabricados con el mismo molde, el molde de los bustos de yeso, de las máscaras mortuorias, en serie, hijos de una educación cívico-patriótica, o patriotera, para ser exactos.

Periodista, cronista parlamentario, Miguel de Marcos se vale de hechos reales, de cuadros con los que recrea escenas costumbristas, para desfondar todo costumbrismo. Pero, atención, nada en Papaíto Mayarí es para tirar a mondongo, palabra que tomo prestada del propio autor, de color visceral, trópico-insular como el canario amarillo que tiene el ojo tan negro. El dominio de la frase, la fuerza del epíteto, esos monólogos intercalados, el juego con el tiempo, la música popular, son recursos envidiables para cualquier escritor. Y es que escribir de esa manera exige, pese a carcajadas, la máxima tensión, el máximo aplomo. “Como traigo la leña, pim, pam…”.

A fin de cuentas, lo único solemne en Papaíto es el calificativo de prócer. La cubanidad, en boca de otro de los personajes, Tin Boruga, es el timo del siglo. Digo más, el timo de las letras cubanas, con su poética grandiosidad. ¿Tendrá algo que ver en la trascendencia literaria de Miguel de Marcos semejante aseveración? ¿O se trata de una no declarada alergia ante su desopilante humor, o quizás, el precio a pagar por su condición de periodista? Qué cosa tan seria, la tradición.

Su muerte, irónicamente ocurrida un fin de año (31 de diciembre de 1954), fecha con la que juega una y otra vez sin atisbo de superstición con unos dados imaginarios desafiando al destino, fue motivo de múltiples muestras de respeto y admiración por parte de sus contemporáneos, entre ellas la exquisita nota de Gastón Baquero en el Diario la Marina: “Dotado de una inteligencia muy clara y asistido por una cultura muy sólida, de haber nacido en otro medio, donde la carrera literaria no se estrangula como aquí dentro de la limitación y la trivialidad de la hoja impresa, Miguel de Marcos habría dejado una obra fecunda, no sólo en extensión, sino en logros cuajados. Trabajador infatigable, dudo mucho que en el periodismo cubano haya ejecutoria de tanta calidad y extensión como la suya”. Por lo que, si nos limitásemos única y exclusivamente a hacer conjeturas de lo que no se ha escrito o se escribirá (lo espero con ansias como la Guajira del Palmar) sobre Miguel de Marcos, podríamos formarnos una idea errónea y anticipada de la obstinada omisión de semejante pluma. ¿No es cierto?, pregunto, con premura, luego de un año sabático.


miércoles, 28 de febrero de 2018

Dada la moneda




Rolando Sánchez Mejías 


Cappi y Diabelli
                          (editores)

estafaron a

                                        Schubert


Schubert que
cuando murió
                       
valía


        63 gulden
                        («algunas viejas músicas»,
etc.)


63 gulden no es mucho
pero pueden costear
                              
un pasaje al


                                                                       Leteo

dada la moneda:
    (Schubert: «un estado más
                                puro y
                           
                fuerte»)


dada la
moneda

parecía
               





música




Imagen: Sánchez Mejías, en La Habana, a finales de 1996



sábado, 24 de febrero de 2018

Prefacio a los poemas de Mariano Brull


Paúl Valéry

Existe una música del sentido de las palabras a la cual se confía toda la emoción poética, a pesar de que ella invoca, por otra parte y al mismo tiempo, los recursos menos sutiles de los timbre y del ritmo. Esta música que especula sobre la resonancia de las ideas evocadas y las combinaciones de nuestros recuerdos, es necesariamente, mucho más personal que la música sensible: mientras que la cadencia, los acentos, las similitudes y los contrastes de una colección de sonidos articulados, se trasmiten directamente de un ser a otro, las imágenes, las impulsiones, los accidentes más o menos afortunados de nuestra producción íntima no son, en general, comunicables; y es así porque todo poema es un caso particular; todo poeta un buscador de instantes privilegiados en los cuales él cree sentir yo no sé qué fuerza de expresión, de misión y de propagación universal posible, que le viene de lo que él tiene de más profundo y le permite a su alma singular reducir a su servicio el lenguaje común, sorprender el automatismo y los hábitos, desarrollar extrañamente las convenciones.

Todo esto aparece y palpita en cada uno de los breves poemas de Mariano Brull. Desearía que se leyese, antes que los otros, el delicioso poema “Rosa-Armida”. Es un poema que se diría cantado y plasma un retrato de mujer obtenido por leves toques de vida. Yo hablaría, con placer de la exquisitez de la observación, de la ligereza sorprendente de los rasgos, de la encantadora y rápida variación de los efectos, si no bastase para ello, orientar al lector hacia esa página, que yo le ruego considere como el verdadero y decisivo prefacio de esta colección de poemas.


Espuela de Plata, abril-julio de 1940, p. 3. Versión original en Mariano Brull: Poèmes traduits par Mathilde Pomés et Edmond Vandecarmenn, préface de Paúl Valéry, Bruselles, Les Cahiers du Journal des Poétes, 1939.  

domingo, 18 de febrero de 2018

Vanitas varietatum




Luciano Erba

A veces me pregunto
si la tierra es la tierra
y si éstas entre las sendas del parque
son realmente las madres.
¿Por qué pasan una mano enguantada
sobre el lomo de perros fieles?
¿por qué niños escoceses
espían tras los árboles
a alguien, escolar o soldado,
que ahora abre un cartucho
de turrón o de algodón de azúcar?
Octubre es rojo y baja de los montes
de villa en villa
y de castaño en castaño
se aferra a las mantas
acaricia la tricolor en el bungalow
en el día en que los bersaglieri
entran todavía a Trieste.
Todo es por tanto suave bajos los árboles
incluso las madres y sus mantas anaranjadas
la tierra, la tierra y cada pena de amor
¿existe otra pena?
estoy más allá de los portones: así las Furias
y las obras no acabadas

Pero estas no son las madres,
lo sé, son ciervos en espera.


Vanitas varietatum

Io talvolta mi chiedo
se la terra è la terra
e se queste tra i viali del parco
sono proprio le madri.
Perché passano una mano guantata
sul dorso di cani fedeli?
perché bambini scozzesi
spiano dietro gli alberi
qualcuno, scolaro o soldato
che ora apre un cartoccio
di torrone o di zucchero filato?
Ottobre è rosso e scende dai monti
di villa in villa
e di castagno in castagno
si stringe ai mantelli
accarezza il tricolore sul bungalow
nel giorno che i bersaglieri
entrano ancora a Trieste.
Tutto è dunque morbido sotto gli alberi
presso le madri e i loro mantelli aranciati
la terra, la terra e ogni pena d'amore
esiste altra pena?
sono di là dai cancelli: così le Furie
e le opere non finite.

Ma queste non sono le madri
io lo so, sono i cervi in attesa.


Traducción: Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas



domingo, 11 de febrero de 2018

El cementerio marino



Paul Valéry


Bóveda estanca –vuelo de palomas-,
entre pinos palpita, entre las tumbas;
el fuego enciende un cenit exacto,
¡el mar, el mar, recomenzado siempre!
¡Oh recompensa, acallar la mente
y contemplar la calma de los dioses!

¡Qué obra pura consume de destellos
plural diamante de la leve espuma,
y cuánta paz puede concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
labores puras de una eterna causa,
titila el tiempo y es sueño la ciencia.

Tesoro quieto, templo de Minerva,
masa de calma, circunspecta vista,
agua de párpados, Ojo que guardas
reposo inmenso tras velo flamígero,
¡silencio mío!… ¡edificio en el alma
áureo de tejas desbordadas, Bóveda!

Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
asgo ese punto puro y me acostumbro,
todo arropado en mi mirar marino;
y como a dioses la suprema ofrenda,
el titilar sereno va sembrando
sobre la altura desdén soberano.

Y como el fruto se funde en deleite,
como en delicia tórnase su ausencia
en boca donde de su forma muere,
aspiro anticipada la humareda,
y el cielo canta al alma consumida
el tornarse en rumor de las riberas.

¡Cielo bello, veraz, tornarme mira!
Después de tanta soberbia y de extraño
ocio, pero armado de poderes,
yo me abandono al brillante espacio,
sobre casas de muertos va mi sombra
que me acostumbra a su paso quedo.

El alma expuesta a teas del solsticio,
¡yo te sostengo, admirable justicia
de la luz con armas de impiedad!
Pura te vuelvo al sitio genesíaco,
¡mírate bien!… Mas regresar la luz
supone umbrío un costado atroz.

Para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
un corazón, en fuentes del poema,
entre el abismo y el suceso puro,
aguardo el eco de mi grandeza íntima,
amarga, endrina, sonora cisterna,
un son del alma: horadación futura.

Sabes, falso cautivo de follajes,
golfo devorador de magras rejas,
en mis ojos cerrados, deslumbrantes
secretos, ¿qué cuerpo a su fin me arrastra,
qué frente capta a la ósea tierra?
Un destello allí pienso en mis ausentes.

Prieto, sacro, pleno de fuego etéreo,
trozo de tierra ofrecido a la luz,
me gusta este lugar, sitial de antorchas,
hecho de oro y piedra y turbios árboles,
mármoles trémulos bajo tanta sombra;
¡el mar fiel duerme allí entre mis tumbas!

Perra espléndida, ¡expulsa a los idólatras!
Cuando en soledad, pastor, sonrío,
y apaciento carneros misteriosos,
blanco rebaño de mis mansas tumbas,
¡a prudentes palomas de allí aleja,
a sueños vanos, a ángeles curiosos!

Aquí venido, el devenir pereza
es. Insecto nítido rasca el yermo;
todo ardido, deshecho, recibido
yo no sé bien en qué esencia rigurosa…
La vida es vasta, estando ebrio de ausencia,
lo amargo es dulce, límpido el espíritu.

Los muertos están bien en esta tierra,
por su misterio secos, cobijados.
Alto el cenit, cenit sin movimiento,
su yo se piensa y con sí concilíase…
Completa frente, perfecta diadema,
en ti yo soy metamorfosis íntima.

¡Sólo estoy yo para tus angustias!
¡Dudas, pesares y arrepentimientos
míos provienen de tu gran diamante!…
Pero en su noche cargada de mármoles,
un vago pueblo en la raíz del árbol
ha asumido tu causa lentamente.

Se han fundido en una espesa ausencia,
roja arcilla bebió la blanca especie,
¡la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Dónde de muertos frases familiares,
el arte propio, las almas unívocas?
La larva hila en la matriz del llanto.

Gritos agudos de niñas exaltadas,
ojos, dientes, humectados párpados,
seno embrujado que juega con fuego,
sangre que brilla en labios que se rinden,
últimos dones que dedos defienden,
¡todo enterrado y entrando en el juego!

Y tú, gran alma, ¿un sueño es lo que esperas,
que no tenga colores del engaño
como el oro y las ondas a mis ojos?
¿Evaporada seguirás cantando?
¡Ve! ¡Todo huye! Porosa es mi presencia,
¡también muere la impaciencia sacra!

¡Magra inmortalidad, áurea y negruzca
consolatriz laureada de vergüenza,
que dices que la muerte es nuevo útero,
el bello engaño y la piadosa astucia!
¡Quién no conoce, quién no los rehúsa,
al hueco cráneo y a la risa eterna!

Huecas cabezas y profundos padres,
que bajo el peso de tantas paladas,
la tierra sois y confundís las huellas,
el roedor gusano irrefutable
no es para vosotros los durmientes,
¡de vida vive, a mí no me abandona!

¿Amor tal vez, u odio de mí mismo?
¡Próximo tengo su secreto diente,
que a cualquier nombre puede convenirle!
¡Qué importa! ¡Mira, quiere, sueña, toca!
¡Mi carne gusta y aún en mi lecho
soy viva posesión de ese viviente!

¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón Eleata!
¡Me has traspasado con un dardo alado,
que vibra, vuela, pero nunca vuela!
¡El son me engendra, el dardo me asesina!
¡Ah!, el sol… ¡Y qué sombra de tortuga
para el alma, Aquiles grande e inmóvil!

¡No! ¡No! ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Quiebre mi cuerpo la pensativa forma!
¡Beba mi pecho la génesis del viento!
Una frescura, exhalación marina,
me vuelve el alma… ¡Oh poder salino!
¡Corramos tras las ondas y la vida!

¡Sí!, inmenso mar dotado de delirios,
piel de pantera y clámide horadada
por miríadas de ídolos solares,
hidra absoluta embriagada de carne
azul, que muerdes tu cola fulgente,
en un tumulto símil del silencio.

¡Álzase el viento! ¡Intentemos vivir!
¡Mi libro abre y cierra el aire inmenso,
la ola brota del polvo de las rocas!
¡Todas volad, enceguecidas páginas!
¡Olas romped, romped de aguas de júbilo
la mansa bóveda que hurgan los foques!


Traducción de Jorge Guillén  (1929)