sábado, 9 de septiembre de 2017

Retrato de pintores, Antoine van Dyck



Marcel Proust


La pasión una dulce fiereza, gracia noble de las cosas
que brillan en los ojos, terciopelos y bosques.
Bello lenguaje aprendido de modales y gestos,
hereditario orgullo de damas y de reyes.
Tú triunfas, Van Dyck, príncipe de los gestos calmosos,
en todos los seres bellos que pronto van a morir,
en toda bella mano que todavía sabe entreabrirse.
Sin dudarlo, ¿qué importa? ella te tiende las manos.
Descanso de caballeros, bajo los pinos, cerca de las olas,
calmosas como ellos, como ellos muy cerca del sollozo.
Infantes reales ya magníficos y graves,
trajes abandonados, sombreros de guerreras plumas,
y joyas en que llora, onda a través del fuego,
la amargura del llanto que hace plenas las almas
más lejanas para que nos lleguen así hasta los ojos.
Y tú por encima de todos, paseante precioso,
en camisa azul pálido, en la cintura apoyada la mano,
en la otra un fruto repleto arrancado de las ramas.
Yo sueño sin comprender tus gestos y tus ojos:
De pie, pero reposado, en este oscuro asilo,
Duque de Richmond, ¿joven sabio o tonto encantado?
Así te contemplo siempre: un zafiro en tu cuello
tiene el mismo fuego dulce que tu mirada calmosa.


Traducción: José Lezama Lima


«Retrato de pintores: Alberto Guyp (sic), Antoine Watteau y Antoine van Dyck», Nadie parecía, Nº 7, marzo-abril 1943, p.12.


domingo, 3 de septiembre de 2017

Retrato de pintores, Antoine Watteau


Marcel Proust 


Antoine Watteau

Gesticulante crepúsculo los árboles y los rostros,
Con su manto azul bajo su máscara incierta.
Polvo de besos rodando bocas cansadas…
Lo vago trocado en ternura, y de pronto, lejanía.

La mascarada, otra lejana melancolía,
hace el gesto de amar más falso, triste y encantador.
Capricho de poeta, o prudencia de amante,
el amor que necesita de sabios ornamentos,
coloca barcas, paladeos, silencios y música.


Antoine Watteau

Crépuscule grimant les arbres et les faces,
Avec son manteau bleu, sous son masque incertain;
Poussière de baisers autour des bouches lasses...
Le vague devient tendre, et le tout près, lointain.

La mascarade, autre lointain mélancolique,
Fait le geste d'aimer plus faux, triste et charmant.
Caprice de poète -ou prudence d'amant,
L'amour ayant besoin d'être orné savamment-
Voici barques, goûters, silences et musique.


Traducción: José Lezama Lima


«Retrato de pintores: Alberto Guyp (sic), Antoine Watteau y Antoine van Dyck», Nadie parecía, Nº 7, marzo-abril 1943, p.12.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Retratos de pintores, Albert Cuyp



Marcel Proust


Sol declinante disuelto en el aire límpido
que un velo de ramas grises enturbia como el agua,
humedad de oro, nimbo en la frente del buey o del álamo,
incienso azul de los bellos días humeantes en las colinas
o salina de claridad estancada en el cielo vacío.
Los caballeros se detienen, pluma rosa al sombrero,
la mano al costado, al aire azul que sonrosa sus pieles
infla ligeramente sus finos crespos rubios,
y atraídos por los ardientes bosques, las frescas ondas,
-sin enturbiar con su trote los rebaños de bueyes
somnolientos en una niebla de pausas y oro pálido-,
caminan respirando esos minutos profundos.


Traducción: José Lezama Lima


 «Retrato de pintores: Alberto Guyp (sic), Antoine Watteau y Antoine van Dyck», Nadie parecía, Nº 7, marzo-abril 1943, p.12.


domingo, 27 de agosto de 2017

Matadero



Luis Miguel Nava

Bailé en un matadero, como si la sangre de todos los animales que colgaban degollados alrededor fuera mía. Bailé hasta que hubiera espacio en mí para un poema del que después todas las imágenes fueran desertando.

La luz que de esa sangre irradiaba, como si en ella el sol se hubiera sumergido y en ella los rayos se hubieran diluido, me atravesaba los poros y me hacía cantar el corazón. Era una luz que nada tenía que ver con la piedad o la esperanza, pero cuya música, sin pasar por los oídos, iba directa al corazón, que en los animales acabados de abatir encontraba por momentos un espejo todavía caliente, tan diferente de la algidez que habitualmente impera en ellos.

Sólo en un espejo así acabado de salir de las entrañas de un ser vivo, se dibuja nuestra verdadera imagen, en vez de la frigorífica mentira donde es común vernos proyectados. Sólo ese espejo capta la espesa luz en que parecen consumirse los propios astros, esa luz que se confunde con los objetos que ilumina en una única sustancia capaz de arrancarnos de la oscuridad y dar color a la santidad.

La luz del neón, frente a aquella como la que se vacía del corazón de un puerco, es una metáfora de impacto reducido. La luz que de las vísceras emana es la de dios, aquella que, por una excesiva dosis de tinieblas entremezcladas, se aproxima más que cualquier otra a la de dios, que resplandece en las carcasas de costillas donde es fácil presentir las incipientes alas de algún ángel.

El chillido del animal que cualquier cuchillo anónimo despacha a la condición de aquellos cuya sangre escurre a nuestro lado es el único sonido al que merece la pena bailar. El día le declinó en las entrañas, cuantas mañanas las recorrieron absorbidas por las aberturas de sus ojos, pero no son ahora sino un rastro de lumbre sobre la lámina y en los baldes donde gotea, reducidas a un furtivo resplandor de dignidad del que de repente todos nos sentimos huérfanos.


Matadouro

Dancei num matadouro, como se o sangue de todos os animais que à minha volta pendiam degolados fosse o meu. Dancei até que em mim houvesse espaço para um poema de que todas as imagens depois fossem desertando.

A luz que desse sangue irradiava, como se nele o sol tivesse mergulhado e os raios nele se houvessem diluído, atravessava-me os poros e fazia-me cantar o coração. Tratava-se de uma luz que nada tinha a ver com piedade ou a esperança, mas cuja música, sem me passar pelos ouvidos, ia direita ao coração, que nos animais acabados de abater por momentos encontrava um espelho ainda quente, tão diverso da algidez que habitualmente neles impera.

Só num espelho assim saído há pouco das entranhas dum ser vivo se desenha a nossa verdadeira imagem, ao invés da frigorífica mentira onde é comum a vermos esboçar-se. Só esse espelho capta a espessa luz em que parecem ter-se consumido os próprios astros, essa luz que com os objectos que ilumina se confunde numa única substância capaz de arrancar-nos à treva e de dar cor à santidade.

A luz do néon, ante aquela de que se esvazia o coração dum porco, é uma metáfora de impacto reduzido. A luz que das vísceras emana é a de deus, aquela que, por excessiva dose de trevas misturada, mais que qualquer outra se aproxima da de deus, que resplandece nas carcaças em costelas onde é fácil pressentir as incipientes asas de algum anjo.

O berro do animal que qualquer faca anónima remete à condição daqueles cujo sangue se escoe ao nosso lado é o único som a que dançar merece a pena. O dia declinou-lhe nas entranhas, quantas manhãs as percorreram absorvidas pelas aberturas dos seus olhos mais não são agora do que um rastro de lume sobre a lâmina e nos baldes onde pinga, reduzidas a um furtivo clarão de dignidade de que todos de repente nos sentimos órfãos.

Resultado de imagen de Nava Poesia Completa Publicações Dom Quixote 2002

Poesía Completa 1979-1994, Publicações Dom Quixote, Lisboa, 2002, pp. 181-82.

Traducción: Pedro Marqués de Armas  
  

jueves, 24 de agosto de 2017

Ofelia



Arthur Rimbaud

I

Sobre la onda calma y negra que duermen las estrellas
como un gran lis flota la blanca Ofelia,
flota muy lentamente, mecida en sus largos velos ...
—En los bosques lejanos se escuchan halalís.

Hace más de mil años la triste Ofelia
pasa, fantasma blanco, sobre el largo río negro.
Hace más de mil años que su dulce locura
murmura su romance en la brisa nocturna.
El viento besa sus senos y despliega en corola
sus grandes velas por las aguas blandamente acunadas;
los sauces temblorosos lloran sobre su hombro,
en su vasta frente pensativa los juncos se inclinan.
Los nenúfares ajados suspiran en torno a ella:
ella a veces despierta, en un aliso dormido,
algún nido del que se escapa un minúsculo estremecimiento de ala;
—un canto misterioso se desprende de los astros de oro.

II

¡Oh pálida Ofelia! ¡Bella como la nieve! ¡Sí, tú moriste, niña, por un río llevada!
—Es que los vientos que bajaban de los grandes montes de Noruega
te habían hablado al oído de la áspera libertad.
Es que un hálito, torciendo su inmensa cabellera,
a tu espíritu soñador llevaba extraños ruidos;
es que tu corazón escuchaba el canto de la Naturaleza
en las quejas del árbol y en los nocturnos suspiros.
Es que la voz de los mares dementes, estertor inmenso,
quebraba tu seno de niña, tan humano y tan dulce,
¡es que una mañana de abril, un bello caballero pálido,
un triste loco, callado se sentó en tus rodillas!
¡Cielo! ¡Amor! ¡Libertad! ¡Qué sueño, oh pobre Loca!
Te fundías en él como la nieve al fuego:
tus grandes visiones asfixiaban tu palabra
—y el terrible Infinito llenó de pavor tu ojo azul.

III

—Y dice el Poeta que en los rayos de las estrellas
vienes a buscar de noche las flores que cortas,
y que él ha visto sobre el agua, mecida en sus largos velos, 
a la blanca Ofelia flotando como un gran lis.


Traducción de Virgilio Piñera