domingo, 11 de mayo de 2025

Antonin Artaud

 

André Gide


Hacia el fondo de la sala -de aquella querida y antigua sala del Vieux Colombier que podía contener trescientas personas aproximadamente- se hallaba una media docena de bufones que se presentaba a esta sesión con la esperanza de divertirse. ¡Ah, no dudo que habrían sido interceptados por los amigos fervientes de Artaud repartidos a lo largo y ancho de la sala! Pero no: tras un tímido intento de abucheo, ya no fue necesario intervenir... Asistimos a este prodigioso espectáculo: Artaud triunfaba, tenía a raya la burla, la insolente estupidez; dominaba...

Conocía a Artaud desde mucho tiempo atrás, como también su zozobra y su genio. Nunca como entonces me pareció tan admirable. De su ser material subsistía únicamente lo expresivo. La gran silueta desgarbada, el rostro consumido por la flama interior, las manos del que se ahoga, ora tendidas hacia un inasible auxilio, ora estrujadas por la angustia, ora envolviéndole casi siempre con ardor la cara, ocultándola y revelándola alternativamente, todo en él nos narraba la espantosa miseria humana, una especie de condena sin remedio, sin más escapatoria que la de un lirismo frenético que alcanzaba al público por medio de groseros destellos, imprecatorios y blasfemos. Y desde luego era posible encontrar de nuevo ahí al actor maravilloso en el que era capaz de convertirse este artista; pero era su mismo personaje el que ofrecía al público, con una especie de fanfarronería desvergonzada en la que se transparenta una autenticidad total. La razón se batía en retirada; no solamente la suya, sino la de toda la audiencia, la de todos nosotros, espectadores de aquel drama atroz, reducidos al papel de comparsas malévolos, de mamarrachos y de patanes. ¡Ah, no, ninguno de los presentes tenía ya ganas de reír!; e, incluso, Artaud nos había quitado a todos las ganas de reír por mucho tiempo. Nos había constreñido a su trágico juego de rebelión contra todo aquello que, admitido por nosotros, era para él, hombre más puro, inadmisible.

Nous ne sommes pas encore nés.

Nous ne sommes pas encore au monde.

Il n'y a pas encore de monde.

Les choses ne sont pas encore faites.

La raison d'être n'est pas trouvé...

Al salir de esta memorable sesión, el público callaba. ¿Qué podía uno decir? Acabábamos de ver a un hombre miserable, atrozmente sacudido por un dios, como a la entrada de una profunda gruta, antro secreto de la sibila en donde no se tolera lo profano, en donde, como en un Carmelo poético, un vates es expuesto y ofrecido a la cólera divina, a la voracidad de los buitres, víctima y sacerdote al mismo tiempo... No sentíamos avergonzados de volver a ocupar nuestro sitio en un mundo en el que la comodidad está hecha de capitulaciones.

 

Traducción: Glenn Gallardo

 

Apareció en el diario Combat el 19 de marzo de 1948, y en el número especial dedicado a Antonin Artaud de la revista 84, núms. 5-6, 1948. [N. del T.]

"Aún no hemos nacido. / No estamos todavía en el mundo. / Todavía no hay mundo. / Las cosas aún no han sido hechas. / La razón de ser no ha sido encontrada..." [N. del T.]

André Gide. La pasión moral (ensayos escogidos), UNAM, 2007, pp. 163-66.


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