Giovanni Orelli
Los libros sobre el
vino están entre los más numerosos en el catálogo de la biblioteca universal. La
razón es obvia: desde los tiempos de Noé ha hecho más felices los días de los
hombres y de los dioses. No se entrará aquí siquiera al pórtico de esta
“catedral vinícola”. Está la Biblia (de Noé a las bodas de Canaán), está la
poesía antigua (de Alceo a Horacio), la un tanto más próxima a nosotros,
elegantísima, civilísima novela de Giovanni Boccaccio, Decamerón, VI, 2 (Cisti
fornaio), y, pasando de Redi y Manzoni (entre otros) la prosa de Gadda, por su
dantesco Zavattari… No quisiera dejar fuera los varios elogios del Melot y dos
libritos medibles en milímetros, bellos por el contenido, dos libritos de Scheiwiller,
Proverbios sobre el vino, 1968, y sobre todo el delicioso Elogio del
vino de Gina Lagorio, 1986, que comienza así: “Es para preocuparse: últimamente
me han interrogado casi más sobre el vino que sobre la literatura…”. El librito
es de lectura obligatoria.
Traigo sin más una historia que recomendaría a
los lectores de la buena literatura. Me refiero al “formidable” (diré porqué
formidable) relato que tiene por título (no puede ser más irónico) Vino generoso
de Italo Svevo. Estoy un poco pesimistamente inclinado a pensar que incluso
para Svevo, en los años que llevamos del siglo XXI, años de escasa lectura, especialmente
ligados al inevitable “éxito” del día, incluso para Svevo, como para Verga, e inclusive
para Manzoni, se aplica
el “unius libri” del autor: como mucho La conciencia de Zeno, Los
malagana de Verga, Los novios de Manzoni, nunca Historia de la
columna infame, nunca La lupa, nunca Vino generoso.
No es que los lectores
más atentos de Svevo, mencionemos solo dos nombres, Debenedetti y Mario Lavagetto,
hayan dedicado mucho espacio a esta historia; pero algunas de sus páginas sobre
“la senectud” en Svevo, sobre la entropía psíquica, que Freud indicaba
como característica de la vejez, son esclarecedoras: “La vejez, para Svevo, es
una edad ‘salvaje’, intemperante, privada de reservas, ‘bárbara, melancólica y
coqueta’, como le pareció a Proust, y sin embargo dispuesta a jugar la última
mano con intactos apetitos y con una especie de impenetrable y enigmática
crueldad”. (Mario Lavagetto, en Introducción a Svevo para el volumen de Einauddi
editado por él, Turín, 1987).
Vino generoso
es la última mano (expresión del juego de cartas) para el protagonista de la
historia. Que habla en primera persona. Que ama el vino. Pero la Santa Alianza
de Médico de Familia y Mujer, lugar central de la Sagrada Familia, ha impuesto
vetos decisivos. Si ya para los antiguos el vino podía ser el néctar de los
dioses, también pudo causar la ruina de Polifemo.
Pero ocurre algo
nuevo: “Se casaba una sobrina de mi mujer, a esa edad en que las niñas dejan de ser
tales y degeneran en solteronas”. Así comienza la historia. Luego no hará de
esto un tramo de vida. Aquel matrimonio entra en su vida porque por una
vez (“estábamos en la cena de vísperas de la boda”) “Mi mujer había conseguido
del doctor Paoli que esa noche me permitieran comer y beber como a todos los
demás”.
En última instancia, el
protagonista del relato podría adoptar las palabras de Kafka: yo soy como el
ratón doméstico al cual, una vez al año, se le permite correr sobre la alfombra
del salón. “Y me comporté igual que esos jovenzuelos a quienes les dan las
llaves de casa por primera vez”. En otro símil, “tuve la sensación de correr y
saltar como un perro liberado de su cadena”.
En la primera parte de
la historia, el protagonista desempeña su comedia, su papel de bebedor
empedernido: bebe demasiado, habla demasiado, e incluso discute con alguno de
los invitados. Estamos muy lejos de la “tragedia” del tipo de Bajo el volcán
de Malcolm Lowry. Allí no es el vino sino el más deletéreo tequila y la mezcalina:
“No bebo por glotonería, sino para hacer llevadera la vida tal como nos la
venden”, dirá Lowry, quien pagará la cuenta prematuramente.
La esposa (y la hija)
de nuestro bebedor no le proporcionan la medicina adecuada, si es que alguna le
dan. Manzoni advertía con razón, hablando de las señoras Prassede, de las que el
mundo está demasiado lleno, que para hacer el bien antes hay que conocerlo. (Los
novios, XXV). “Ella todavía no lo sabe y está convencida de saberlo”, dice
el protagonista refiriéndose a la novia. Con el vino, las cosas no son
sencillas. “Todavía recuerdo que Giovanni (uno de los invitados, no muy querido
por el protagonista) dijo: -Pero déjalo beber. El vino es la leche de los
viejos”. Ni siquiera los clichés llevan muy lejos.
La habitual comedia familiar se pone peor cuando se acaba la fiesta. De vuelta a la realidad doméstica. Que incluye las píldoras prescritas.
“Mi esposa me entregó la caja de las pastillas. ¿Son éstas? -pregunté con una máscara de hielo en la cara. (…) Me tragué la pastilla con un sorbo de agua y me produjo un ligero alivio. Besé a mi esposa en la mejilla maquinalmente. Fue un beso como para acompañar a las pastillas”.
La historia de los besos “matrimoniales” es, en
Svevo, un capítulo en sí, hilarante. Por
citar solo un ejemplo, en La conciencia de Zeno, cuando Zeno recibe el
beso de su futura suegra por haber elegido a Augusta (tras las respuestas
negativas de las candidatas mejor clasificadas, Ada y Alberta): “No habría
escapado de ese beso aunque me hubiera casado con Ada”.
Pero quiero abreviar y
pasar de la comedia al momento, si puedo llamarlo así, trágico. El malestar provocado
por el exceso de vino, el conflicto (físico) con la cama. En la descripción “fenomenológica”
de este conflicto Svevo es genial. Pero el clímax se alcanza con el sueño-íncubo.
En el sueño atroz, después del rescate mental de un amor de juventud, he aquí
una cueva con una casa de cristal para meter a alguien, el holocausto: ¿quién?
¿La novia? ¿el
parlanchín Giovanni? ¿El doctor? ¿La esposa? Anna (¿el posible amor juvenil?).
No, la caja de muerto es para ti. La analogía (el término es impreciso) con el
relato de Kafka Ante la ley (no, no lo resumo, son menos de dos páginas
estrepitosas) es quizás plausible.
De frente al terrible ultimátum,
el protagonista renunciará al vino (¿vida?). Nadie querrá entrar al féretro en
su lugar. Ni siquiera Emma, la hija, que habría podido reinventar la entrega
de sí a la antigua, generosa, única Alcesti. Pero aquí Svevo tiene un último punto
irónico. Cuando en el sueño-íncubo el impío bebedor suplica por su hija Emma, su
mujer se equivoca diciéndole: “Estabas invocando a tu hija. ¿Ves cómo la
quieres?”
Como conclusión, terrible,
ésta de Svevo: “¿Cómo podemos obtener el perdón de nuestros hijos por haberles
dado esta vida?». Pero “todavía no saben nada”. La vejez es el turpis
senectus. Porque sabe. Si no están ya decrépitos.
Traducción: Pedro Marqués de Armas
Prefacio a Vino Generoso, Casagrande, 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario