domingo, 2 de febrero de 2025

El triunfo de la muerte

 



                                                                                        A Marco A. Labarcena

 

En Forlimpopoli ganó la literatura.

Eso pensé mientras me apartaba del centro,

donde las calles tienen nombres de escritores: 

Saba, más amplia, Calvino, alrededor

de una modesta rotonda, Pasolini,

rozando los últimos chalets

para una clase media sin mayores conflictos

que el final del verano, y en la que –parece–

nunca irrumpe la muerte.


Y sin embargo por eso estaba ahí.

Y por eso salí a caminar. Y caminé hasta las lindes

reconfortado casi, cediendo a la isomorfa

(belleza) de jardines podados, se diría

erigidos por un mecanismo

inteligente.


Pero a las calles con nombres de escritores

siguieron Gagarin, Allende, Lubumba,

Ho-Chi-Minh, y, como si se hubiese agotado

el catálogo, otra vez Via dei Cosmonauti,

Via delle Stelle, Via degli Astri…

Entonces pensé en los funcionarios

que nos recibieron esa mañana en el cementerio,

ironía felliniana para quienes

quedamos aquí: degli Angeli,

y su superior, Crudeli.


En este mundo solo hay una intersección verdadera:

ángeles y demonios asientan por igual

los nombres del Comune, y uno no puede

escapar a la imaginación de los mapas,

a la serie de fosas, al largo elenco

de trompetas y triunfos.


No recuerdo ya qué rotonda seguí

ni cómo encontré la casa. 

El invierno, eso sí, había entrado de cuajo

y solo era tenaz la imagen de tres mujeres 

eligiendo una tumba.


                                                          Pedro Marqués de Armas