¡No sé verdaderamente cómo imaginarle, claro y enorme
amigo!
Le veo en un jardín de orquídeas, Júpiter jovial,
un haz de infinitos en la mano.
Como un laberinto de espejos poblado de sirenas,
como un gran caracol marino,
como un gigante con temor de niño,
como una guillotina que cortase rosas,
como un calidoscopio de ternuras.
¡No sé verdaderamente cómo imaginarle!
He ahumado mis lentes para verle mejor.
Su verso madrepórico, lleno de miel y alcohol,
me ciega... Aladino enloquece en su cataclismo de
milagros:
usted es el más antiguo ejemplo de movimiento perpetuo
y el más moderno de todos los poetas.
Sus versos: claros peces en globos de cristal,
maravilloso acuario,
todo es en usted terriblemente oceánico,
¡oh pulpo con manos de ángel!
Temo al abrir su libro que los versos vuelen;
Mallarmé escribió su vida —simple y maldita—
con plumas de las alas de esos pájaros de sol.
Abrió usted las esclusas del cielo
y el cielo nos diluvia
llanto delicado:
¡qué canto el suyo, capilar y concéntrico, universal,
con el centro en todas partes, como decía Pascal
de los espacios!
La Villa Láctea de su canto es futura maravilla
de cotidiana aurora como el sol.
El tiempo para usted no existe.
Es tan grande su obra
que jamás podrá ser plenamente actual:
resbala entre los años, como un pez entre mis manos,
joven de cien años a cada centenario.
No seré inoportuno enviándole mis libros;
nada tienen que hacer en esta perentoria
declaración de
amor,
oda fracasada, epopéyica y conversadora,
para mis sueños cebo, como a peces fuese anzuelo.
¡Ah!, su Musa tan bella en su estrabismo:
sus manos fueron otras, sus labios y sus ojos otros,
para vivir con esa vida de continente muerto.
Atlántida, Cipango poético,
dígame a mí, su hermano mínimo,
para quien es usted enorme y tierno, como nodriza a un
niño,
si el sueño es vida gongorizada,
¿qué fue su sueño?
1927
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