miércoles, 1 de diciembre de 2021

La naturaleza a la escuela


Julio Camba


—Hoy he visto un personaje que parecía exactamente un cuadro de usted —le dijo un día a Whistler una de sus admiradoras. 

Y el gran pintor, con la mayor tranquilidad del mundo, le respondió:

—No me sorprende. Desde que yo empecé a pintar la naturaleza ha hecho progresos notabilísimos...

—¡Qué frase magnífica! —le decía, días después, Oscar Wilde a Whistler. Me gustaría infinito que se me hubiese ocurrido a mí.

A lo que Whistler cuentan que repuso:

—No te preocupes, Oscar. Ya se te ocurrirá...

Y, en efecto, de aquella frase parece que fue de donde el autor del «De profundis» sacó su célebre paradoja de que la naturaleza imita al arte y de que los crepúsculos del Támesis no son, o no serán, más que una copia de las decoraciones del Covent Gardem; pero, dejando a un lado esta cuestión de paternidad, lo indudable es que, si la naturaleza no imita al arte, por lo menos el arte nos enseña a ver la naturaleza y que, al enseñarnos a verla, la modifica de una manera sustancial ante nuestros ojos. De otro modo: no es que el señor a quien le hacen un retrato en el que predominan tales o cuales valores de su fisonomía, que hasta entonces habían pasado generalmente inadvertidos, tenga que someterse a un régimen o que imponerse al menor esfuerzo para parecerse al retrato que le hicieron y aprovechar así el dinero que invirtió en él. No. Sin que el modelo necesite hacer esfuerzo alguno, todo el mundo, en lo sucesivo, empezará a verlo tal y como lo vio el artista y, a condición de que éste haya estado acertado en su interpretación, el señor del retrato ya no volverá nunca a ser lo que era.

En esta forma, y no en otra, es como tantos señores acaban por parecerse a sus propios retratos, como los paisajes naturales copian o recuerdan casi siempre los de los paisajistas y como toda la naturaleza, en fin, viene imitando el arte desde el día remotísimo en que éste se puso a darle lecciones en la cueva de Altamira.

«El arte es una esclavitud —dice Wells—. Yo prefiero contemplar el salto de un pez o el vuelo de un pájaro a la mayor obra de arte antigua o contemporánea.»

Pero, cuando el célebre escritor hace esta afirmación, ¿está completamente seguro de que los peces y los pájaros que él pueda contemplar no son, en cierto modo, unas creaciones artísticas?

Vivimos en un mundo deformado por siglos y más siglos de civilización y de cultura, donde los pájaros y los peces han perdido, por decirlo así, toda su naturalidad y donde sólo algún artista extraordinario logra muy de tarde verlos a su manera en vez de verlos a la manera de los otros artistas. 


La Vanguardia, 26 de julio 1949, p. 4. 


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