Patricio Pron
UNO. Un
oyente llama a una cadena de radio de la antigua Unión Soviética y pregunta:
“¿Es verdad que Grigori Grigoriewitsch Grigoriew ha ganado un automóvil en el
campeonato de obreros de Moscú?” La respuesta oficial es “En principio sí;
pero, primero, no fue Grigori Grigoriewitsch Grigoriew sino Wassili Wassiljewitsch
Wassiljew; segundo, no fue en el campeonato de obreros de Moscú sino en el
festival del deporte de la granja colectiva de Gamsatschiman; tercero, no fue
un auto sino una bicicleta; y, cuarto, no es que la ganó sino que se la
robaron.” A pesar de su brevedad, la historia caracteriza muy bien el divorcio
entre las palabras y su significado, que es característico de los regímenes
totalitarios, especialmente del paraíso de los trabajadores; también es
particularmente representativa de un cierto tipo de humorismo soviético, cuyos
materiales eran la desesperación y el cinismo, que gozó de una gran popularidad
durante décadas. A ese humorismo soviético le debemos algunos grandes chistes
(“¿Por qué se ha encarecido tanto la vida en la urss? Porque ha dejado de ser
un artículo de primera necesidad”), pero también una muestra del tipo de
descontento que inspiró a alguno de los grandes escritores satíricos del
periodo. “Aquí tenemos sentido del humor, pero es que lo necesitamos mucho”,
sostuvo un ciudadano soviético en cierta ocasión; de ese humor y de esa
necesidad surge la obra de Sławomir Mrożek.
DOS. Mrożek
nació en la localidad polaca de Borzecin en 1930 en el seno de una familia
católica y su adolescencia transcurrió durante la Segunda Guerra Mundial; de
acuerdo a su testimonio, estudió arquitectura durante seis meses, arte durante
dos semanas y lenguas orientales durante un año, aunque solo para demorar su
ingreso al ejército. A pesar de obtener cierto éxito como periodista y
dibujante satírico, Mrożek decidió convertirse en escritor hacia finales de la
década de 1950. En sus palabras, “mi sensación más importante en los años
inmediatamente posteriores a la guerra era una de claustrofobia. Yo no estaba
interesado en escribir historias así llamadas realistas y con una relación
estrecha con la realidad y los hábitos locales. Yo anhelaba algo que estaba más
allá”. En 1956 escribió su primera obra de teatro, El profesor,
pero su prestigio internacional como dramaturgo se debe a obras posteriores
como En alta mar, Strip-tease (ambas de 1961) y,
especialmente, Tango (1965); excepto por estas tres,
publicadas en 1968 en un solo volumen por Centro Editor de América Latina en
Buenos Aires, la totalidad de sus 42 obras de teatro permanece inédita en
español. Mejor suerte ha corrido su narrativa, que Acantilado viene publicando
desde 2001 en volúmenes como Juego de azar (2001), La
vida difícil (2002), Dos cartas (2003), El
árbol (2003), El pequeño verano (2004), La
mosca (2005), Huida hacia el sur (2008) y El
elefante (2010, publicado originalmente por Seix Barral en 1969).
Mrożek debió abandonar Polonia en 1963 y vivió en el extranjero hasta 1997. En
2003 le fue otorgada la Legión de Honor del gobierno francés. A fines de 2010
la editorial polaca Wydawnictwo Literackie publicó parte de su diario, más de
dos mil páginas escritas entre 1962 y 1999 que se anuncian como una oportunidad
única de acceder a una intimidad ya revelada parcialmente el año anterior con
la publicación de su correspondencia del período comprendido entre 1963 y 1975.
Mrożek vive actualmente en el sur de Francia.
TRES. “Existe
algo humillante y restrictivo en un autor que hipoteca su creación solo porque
hay alguien que le golpea y que le oprime”, afirmó el autor polaco en una
ocasión. Sin embargo, buena parte de su obra parece funcionar como una reacción
a esa opresión y tiene como tema el comportamiento humano bajo las condiciones
de alienación y abuso de poder de los sistemas totalitarios. A pesar de que su
obra es vinculada recurrentemente con el teatro del absurdo, cuyas principales
características fueron enunciadas por el crítico teatral Martin Esslin en 1961,
Mrożek nunca parece haberse sentido cómodo en la compañía de autores como
Samuel Beckett, Eugène Ionesco, Harold Pinter y Jean Genet; para el polaco, “el
término se correspondía con cierta parte de la realidad del teatro de hace
cuarenta años pero eso es todo. Por una parte, le estoy muy agradecido [a
Esslin] por haberme incluido en su libro porque me hizo más conocido, o menos
desconocido, en Europa Occidental; pero, al mismo tiempo, no me siento muy
cómodo con él porque la suya es una etiqueta que se queda pegada para siempre.
No importa donde haya estado en los últimos cuarenta años, cada entrevista ha
comenzado con Martin Esslin, su libro ha sido leído en todas las universidades
en todas partes del mundo y para todos los críticos, el término se ha
convertido en un mantra […]. Así que supongo que para mí es bueno porque soy
conocido de alguna manera gracias a él, pero malo porque no tiene ningún sentido:
no hay ninguna obra que encaje exactamente en esa categoría”.
CUATRO. A
pesar de sus objeciones al término, sin embargo, las piezas que Mrożek escribió
durante la década de 1960 parecen adherir fácilmente al teatro del absurdo, en
el sentido de que los incidentes que narran carecen principalmente de lógica y
no se integran a ninguna narrativa articulada, sus personajes no poseen
motivaciones racionales y el mundo narrado tiene el carácter de una pesadilla.
Un ejemplo de ello puede encontrarse en su pieza En alta mar, en la
que tres hombres (Mały, Średni y Gruby; literalmente, el Pequeño, el Mediano y
el Gordo), que han encontrado refugio en un bote tras un naufragio pero carecen
de provisiones, discuten acerca de cuál de ellos debe ser comido por los otros
dos; la absurda conversación que sostienen en torno a cuál es la solución más
“justa” al problema, no solo sirve para demorar la misma sino también para
revestirla de un supuesto carácter racional a pesar de no ser más que el
resultado de la ley del más fuerte, que en este caso está del lado de Gruby, el
Gordo. Aunque En alta mar recuerda a piezas clásicas del
teatro del absurdo como Esperando a Godot (1952) y, por tanto,
su adscripción al género parece indiscutible, el descontento de Mrożek con esa
atribución parece provenir del hecho de que (como observa el crítico polaco Tadeusz
Nyczek) el humorismo absurdo de su obra no surge de una adhesión
explícita al existencialismo sino de una reflexión personal en torno a las
condiciones específicas de vida en Polonia durante el comunismo. “Polonia
pertenece a los países en los que el balance entre el destino individual y el
de la nación no se presenta equilibrado”, afirmó Mrożek en otra entrevista,
justificando involuntariamente la hipótesis de Nyczek, “Hay demasiada
historia y muy poca felicidad”.
CINCO. En
ese sentido, quizás el origen del humorismo absurdo de la obra, no solo
dramática, del autor de En alta mar deba encontrarse en el
hecho de que Mrożek comenzó su carrera como escritor en la redacción del
periódico Dziennik Polski, para el que escribió, entre 1950 y 1954,
artículos que solían conformar las demandas de un periodismo ideológicamente
correcto y constructivo a tono con esos tiempos de construcción del socialismo.
No está claro que Mrożek se haya sentido realmente cómodo con esa tarea, pero
lo que sí está claro es que la obligación de disimular las carencias, no solo
materiales, de la sociedad polaca de posguerra mediante un lenguaje
monopolizado por el Estado, parece haber sido fundamental en la constitución de
su estilo. La obra narrativa del escritor polaco tiene como tema subterráneo la
existencia de contradicciones y opuestos que el Estado totalitario disimula
mediante un hábil uso del lenguaje. Este uso subvierte los términos antitéticos
de razón y sinrazón, cultura y naturaleza, tradición y progreso, orden y desorden,
abundancia y carestía, progreso y atraso, ficción y realidad, adecuándolos a
los fines de perpetuar el régimen que les da origen, y Mrożek tiende a hacer lo
mismo con fines satíricos. Así, en su historia “La evolución del ciudadano”, el
director de una estación meteorológica es reprendido por las autoridades, que
lo acusan de “parcialidad”, “un tono pesimista” y “derrotismo” por informar de
lluvias persistentes poco antes de la cosecha; al regresar a su casa decide
adecuar sus informes a lo que se espera de él. “La lluvia ha cesado por
completo, aunque, de hecho, lo que se dice llover nunca ha llovido”,
escribe; a partir de ese momento, vende los aparatos de medición y se
da a la bebida. En “De viaje”, las autoridades reemplazan el telégrafo por empleados
que se gritan los despachos unos a otros a lo largo de kilómetros y kilómetros
de carretera; de acuerdo a uno de los personajes, el sistema funciona: “No se
avería con las tormentas y nos ahorramos la madera.” En “El elefante”, las
autoridades del zoológico reemplazan al paquidermo (que no pueden adquirir) por
tres mil conejos, pero después ponen “remedio a las deficiencias de forma
planificada”, aunque recurriendo a la chapuza de un elefante hinchable.
SEIS. Un
chiste muy popular en la Unión Soviética enumeraba los cinco preceptos a los
que los escritores nativos debían atenerse: “No piense. Si piensa, no hable. Si
piensa y habla, no escriba. Si piensa, habla y escribe, no firme. Si piensa,
habla, escribe y firma, después no se queje.” Mrożek encontró en ese marco la
posibilidad de escribir una literatura realmente política y a su vez eludir a
la censura mediante el recurso de arrebatar al Estado totalitario su uso
monopólico de la palabra; operando como un Estado productor de ficciones,
Mrożek reveló que solo mediante una violencia brutal sobre el lenguaje podían
disimularse los contrastes que presidían la vida cotidiana bajo el comunismo y
las contradicciones evidentes entre las motivaciones internas y externas de los
actos de los ciudadanos soviéticos (al respecto existe un gran chiste de la
época: “El secretario del politburó pregunta a su subalterno en una reunión:
‘Camarada Rabinovich, ¿tiene usted alguna opinión en relación a este tema?’
‘Tengo, pero no estoy de acuerdo con ella’, responde Rabinovich”). Mrożek
demostró que los valores que presidían las acciones en el comunismo no tenían
vinculación lógica con los fines que supuestamente legitimaban, y que su
adopción por parte del Estado totalitario solo tenía como finalidad dificultar
la creación de otros que supusiesen un alejamiento del camino ya trazado. Para
Tadeusz Nyczek, “la estabilización de las zonas rurales, la guerra devastadora,
la inspiración revolucionaria del comunismo y, finalmente, el escape del
infierno de la ingenuidad: todo esto tuvo una influencia decisiva sobre la
naturaleza de la creatividad de Mrożek. Al sentirse despedazado él mismo,
Mrożek decidió convertirse en un espejo roto de la realidad fracturada del
socialismo en Polonia. Este espejo roto empezó a reflejar la vida polaca en sus
docenas de formas fragmentadas, en su lenguaje ridículo, en su comportamiento
del revés y en el absurdo de vivir en un cubo de basura que la propaganda
definía como la alegría de construir una patria socialista”.
SIETE. Uno
de los mejores relatos de Mrożek es “La petición”. En él, un anciano indigente
escribe una solicitud a las autoridades para que le otorguen poder sobre el
mundo; lo absurdo de su pedido se ve aumentado por el puñado de argumentos
ridículos con los que lo justifica y revela su impotencia física y mental, pero
también expresa uno de los temas centrales en la obra de su autor: la
disociación entre la realidad y lo que se dice y se piensa de ella que aparece
en el “en principio sí” con el que comienzan muchos chistes soviéticos. En
realidad, el anciano del relato no desea obtener un poder universal sino
simplemente recuperar el control sobre su vida y sobre el lenguaje con el
narrar su propia experiencia, que le ha sido arrebatado por el Estado al que
ahora recurre. Al igual que en otros relatos del escritor polaco, el tema aquí
es la inutilidad (al tiempo que la absoluta necesidad) de hacer algo para
recuperar el control de nuestras vidas y nuestro derecho a narrar el mundo con
unas palabras que nos pertenezcan. Aunque el Estado totalitario al que Sławomir
Mrożek se opuso a lo largo de su vida ha caído hace algo más de veinte años,
sus esfuerzos por restituir la palabra a quienes ni siquiera eso tienen poseen
una actualidad desusada en los países del antiguo bloque socialista y en todos
los otros. Al leer a Mrożek sentimos la tentación de reír, pero nuestra risa es
una de ansiedad y amargura ante lo que un Estado totalitario puede hacer con
sus ciudadanos, y en esa constatación hay un recuerdo pero también una
advertencia para los tiempos por venir.
Tomado de Letras Libres, 31
de marzo de 2011.
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