Guillermo Cabrera Infante
Decir que Reynaldo Arenas
atravesó como un cometa la literatura cubana y no decir que fue un bólido
salido del infierno es mentir a medias. Reynaldo (como le gustaba que
escribieran su nombre y al acortarlo la amistad lo convertía en rey) empezó
como un revolucionario y terminó como lo que siempre fue, un rebelde con varias
causas. Antes que anochezca: "Tres pasiones rigieron la vida y la
muerte de Reynaldo Arenas: la literatura no como juego, sino como fuego que
consume; el sexo pasivo y la política activa". Pero no era suficiente.
Seguí: "De las tres, la pasión dominante era, es evidente, el sexo. No
sólo en su vida sino en su obra". Su vida sexual comenzó comiendo tierra,
que ya Freud señalaba como una actividad sustitutiva del sexo por la
coprofagia. Por supuesto Freud no podía saber que la pobreza, además del sexo,
condenaba al niño Rey a comer tierra. Pero el adolescente subía a veces del
suelo de tierra roja a los verdes árboles, donde era un rey aéreo por unas
horas en su trono vegetal.
Reynaldo Arenas había nacido
en Aguas Claras, no lejos de Gibara donde nací. Aguas Claras había sido una
última estación del tren Gibara-Holguín en los años treinta. Pero cuando nació
Arenas, que por su apellido podía haber comido arena, en las playas de Gibara,
la parada del tren que venía de la costa había desaparecido, no llevada por el
viento de la pobreza, sino por el huracán de la miseria. Sus futuras biografías
dijeron luego que había nacido en Holguín. Aguas Claras era una aldea graciosa
que pasaba rauda por las ventanillas del tren, pero Holguín era un pueblo sin
gracia que quería ser una ciudad espléndida. Pero más espléndido fue Reynaldo
por un tiempo.
Bajando de los árboles,
apenas aprendió a escribir, tatuaba poemas con un cuchillo en el tronco de cada
árbol. Un bolero temprano parece describir esta acción: "En el tronco de
un árbol una niña / grabó su nombre henchida de placer. / Y el árbol /
conmovido allá en su seno / a la niña una flor dejó caer". Ya Reynaldo era
mirado por su abuelo como un niño raro, que grababa en el tronco de un árbol su
nombre a medias. El abuelo, poseído de un furor extraño, cortaba con un hacha
los troncos. Pero Reynaldo proseguía (perseguía la poesía de los nombres) su
tarea de tallar Rey en los árboles.
Todo lo que cuenta Arenas en
su primer libro, su primera novela, Celestino antes del alba, que le
ganó muy temprano un segundo premio literario cuando ya era evidente que debía
ser el primero de la casta de los escritores Castrados. Arenas encontró otros
árboles, otros libros para esconder sus poemas en prosa y escribió otra novela,
El mundo alucinante. Si en Celestino se poblaba de hachas el
relato, en El mundo proliferaban, alucinantes o no, las cadenas. Con
esta segunda novela ganó un primer premio -en el extranjero y en un extranjero
en su tierra se convirtió su autor-. Por haber enviado un manuscrito al
exterior sin permiso de su tiránico abuelo, que había trocado las hachas por
ojos ubicuos, fue condenado a padecer en su tierra, que ya no era la de Aguas
Claras de la que comió, sino de La Habana, condena capital, donde se distinguió
por dos condiciones humanas que el régimen, dueño de los árboles y las cadenas,
escribía su nombre con hachas. Pero Reynaldo se hizo claro en lo oscuro entre
los cuentos de las callejas habaneras: fue un homosexual evidente y un escritor
vidente allí donde el autor veía oscuro por espejo claro. Y Reynaldo se
convirtió en la loca epónima, como dos generaciones antes lo había sido
Virgilio Piñera, maestro y mentor. Pero si Virgilio era contenido y sobrio
(excepto cuando fumaba su cigarrillo perenne: entonces Marlene Dietrich se
apoderaba de sus gestos, de su humor y de su humo) Reynaldo era expansivo y
barroco de maneras cuando Virgilio nunca padeció del barroquismo lírico que
Góngora contagiaba a Lezama. Virgilio era la facilidad cuando Lezama opinaba
con Mallarmé que "sólo lo difícil valía la pena".
La dificultad de vivir bajo
un régimen totalitario le valió a Reynaldo una pena de cárcel: sólo le ganó
Virgilio en la cárcel por un día y el desprecio oficial toda su vida.
Pero Virgilio nunca tuvo la
franqueza oral (en todos los sentidos) de su discípulo díscolo. Las memorias de
Arenas hechas cine ahora por Julian Schnabel (pintor que se convirtió en
director de cine importante con su Basquiat, biografía última/ íntima
del pintor haitiano de Nueva York, artista del graffito -en italiano quiere
decir rasguño- que abrió una gran herida en las paredes y en su vida) son de
una escritura lacerante en la carne cruda entre indecente/ inocente. Como su
vida. Basquiat, por ser la vida de un artista visual, encubre no la
obscenidad marcada en las paredes, sino la biografía casi divina de un artista
adolescente que lo único de que adolece es una vida descrita más que escrita:
exactamente la vida de Arenas. En el libro de Arenas no sólo es obsceno el
relato, sino la propia vida que la obscenidad le ha obligado a asumir: una
vieja sociedad presentada como el único futuro posible le condenaba a ser un
hombre nuevo. No a la medida de muy macho que preconizaba su autor, el súcubo
siniestro del totalitarismo, sino de una existencia que sólo puede ser descrita
como un juego de manos, de manos entre hombres que se identifican con las
mujeres y otros hombres que se consideran más machos: como el pederasta activo
que posee al pederasta pasivo es un supermacho porque, razona, fornica a otro
hombre. No creo que esta dualidad es ahora dudosa porque Arenas no era Virgilio
Piñera como tampoco fue Lezama. La categoría aquí, para futuro horror de
Guevara (el otro Guevara, el heterosexual), era de veras no un hombre nuevo,
sino un marica nuevo. Eso le permitió escapar a todas las redadas, sobrevivir
en la miseria y salir de la cárcel castrista, donde la pederastia era hastía,
sin haber tenido un sólo percance homosexual. Como su vida en la cárcel estaba
hecha de lances homosexuales aunque, paradoja, Reynaldo se casó cuando su
mentor Virgilio, como el otro Virgilio, nunca tuvo mujer. Pero la boda de
Arenas fue un acto de bondad, casi de caridad hecha a una mujer con problemas,
otros problemas. Otra paradoja, a la novela que es el sólo antecedente de Antes
que anochezca (a Hombres sin mujer de Carlos Montenegro) sólo le
concierne la vida sexual en la cárcel, casi como a Genet.
Pero Reynaldo va más allá de
Montenegro porque habla del sexo en la cárcel (no precisamente el suyo), en
libertad, en la ciudad, en el campo, en su niñez, en su vida adulta y su sexo
se manifiesta entre niños, con muchachos, con adolescentes, con bestias de
corral y de carga, con árboles, con sus troncos y sus frutos, comestibles o no,
con el agua, con la lluvia, con los ríos y con el mar mismo. Su pansexualismo
es siempre homosexual y ubicuo, pero al revés de Genet, lo trasciende una
poesía verdadera que lo hace una versión cubana y campesina de un Walt Whitman
de la prosa.
Esta pansexualidad permea
sus memorias y la película de sus memorias, pero Schnabel no está interesado
únicamente en la sexualidad de Arenas, a veces lastimosa, como con su vida de
perro perseguido, apaleado y encerrado y obligado de nuevo a vivir en la fuga
que no cesa. Ni siquiera amengua ésta cuando logra escaparse de Cuba mediante
una triquiñuela que sería increíble (convertir su apellido en Arina en su
carnet de identidad), si no fuera verdad. Como toda la película, que es una
visualización de la novela de la vida de un miserable, como un oscuro Papillon
(que quiere decir mariposa en francés) en Papillon, porque Reynaldo fue una
mariposa nocturna, aunque también se escapó de una versión de la Isla del
Diablo.
Schnabel usa toda la
literatura del libro en diversos tableaux vivants (sin, por supuesto, las
connotaciones sexuales) y a veces utiliza otras fuentes no literarias (como la
entrevista que hizo a Arenas Jana Boková en Habana para la BBC de
Londres) para filmarlas de nuevo. Esta entrevista es uno de los momentos
emocionantes del filme; gracias al encuadre y la fotografía en lo que es casi
una copia no de la vida real, sino de la versión de Boková y, sobre todo, del
contexto que es el texto de la vida de Arenas. Uno siente finalmente una
lástima que no viene de Arenas, que nunca se tuvo lástima, sino del espectador
de una vida irreal.
El contenido de toda la
película es La Habana (y unas pocas secuencias neoyorquinas), una Habana no
reconstruida sino construida con los elementos dispares que conforman las
diversas locaciones de México, que forman la vida de Reynaldo en una cárcel
dentro de la cárcel. Se la ofrece, paradójicamente, la ciudad que fue un
dominio encantado, cantado antes por sus dos mentores, ese dúo dudoso, Lezama y
Virgilio. Para ellos, por ellos esta versión es una suerte de reivindicación de
Arenas: él es el personaje central y el protagonista con un solo, formidable
antagonista: el estado totalitario que ha conducido su vida por un laberinto
existencial. Para lograrlo Schnabel escogió a un actor español, Javier Bardem.
¿Un error? Todo lo contrario: Bardem es el sostén de toda la película, desde
que el personaje se embarca en una absurda aventura guerrillera en la que
Reynaldo, como una prefiguración, huye de su casa, de su madre y del hombre
para encontrarse por primera vez con su destino. En el que habrá más fugas, más
realizaciones de proyectos absurdos y más hambre -y, lo que es más decisivo,
así se inicia la persecución de Arenas por toda la geografía cubana y por entre
el plano general de La Habana.
Hay que hacer párrafo aparte
para la actuación de Bardem, que es un prodigio a la vez de mimetismo y de
creación. Bardem, un evidente heterosexual en la vida, recrea a Reynaldo con
todos los manerismos de Arenas y todo lo ve a través de su mirada lánguida y
desmayada y sus gestos que evocan a un Piñera más joven, más aventurero y
finalmente más valiente y definen la pasividad del personaje a la vez que con
sus brazos confina el límite de su heroísmo al caer (facilis decensus Averni) y
al recobrarse de ese Averno para revivir en el invierno de Nueva York con la
alegría de quien ve caer la nieve por primera vez, hasta que se hunde en el
infierno del sida.
Hay otros momentos de
actuación que son la revelación de un actor desconocido o solamente conocido
hasta ahora no como actor. Me refiero a Manuel González, que hace una creación
a la vez cómica y altruista de Lezama Lima, aquí con todas sus libras y señales.
Es lástima que Héctor Babenco intente ser un Piñera que nunca es Virgilio. Pero
con Bardem nos basta.
Before night falls
será una película en competición en el Festival de Venecia. Si hay justicia en
el Lido (y a veces la hay pero otras no la hay, ay) Javier Bardem será, por
haber sido Reynaldo Arenas por dos horas, premiado por una actuación maestra y
una aparición segura en el roster de los nuevos actores del cine. Ya lo era en
el cine español. Desde ahora lo será en todas partes. Sobre todo si se sabe que
comparte reparto con dos de los grandes actores del Hollywood del momento:
Johnny Depp y Sean Penn en sucesivos y maestros camafeos.
Publicado en El País,
martes 5 de septiembre de 2000.
No hay comentarios:
Publicar un comentario