Dolores Labarcena
Cuando
el 23 de agosto de 1989 Äge Lahti, secretario del Comité Ejecutivo del Distrito
de Kraav murió de un supuesto paro cardiorrespiratorio, simultáneamente tuvo
lugar un evento nunca visto en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas:
la conocida “Cadena Báltica”. La noche anterior Äge Lahti había invitado a su
suvila o casa de campo a los camaradas Zhyrovdy Zralnyk, Spuskovod Kryulichok,
Toğıedz Tülkiu y Daltium Bajjol para beber sake y jugar al shōgi, juego
importado por su cuñado, agregado cultural de Japón en Finlandia. Todos, a
excepción de Jisatsu Senyūsha, evitaron hablar de los derroteros que iba tomando
la tambaleante URSS, haciendo chistes insulsos sobre los defenestrados y los
enviados a los hospitales psiquiátricos mientras se atiborraban de ostras,
caviar, y sashimi de salmón con wasabi. A partir de las tres y cuarto de la
madrugada los invitados se fueron retirando. Los más rezagados, la hermana y el
cuñado, dejaron a Äge Lahti con una cogorza descomunal en un sillón
reclinable.
Pero
antes de contar el último día en la vida del camarada Äge Lahti se impone
hablar de sus antecedentes vitales. A la temprana edad de diez años fue
diagnosticado de una variante grave de encopresis, que se traducía en cagar
como un pato a cualquier hora del día. Sus padres, impotentes y muertos de
vergüenza, lo sacaron de la escuela y lo proveyeron de una vasta biblioteca. Esforzándose
más que cualquier estudiante, a los dieciocho años ya había leído todo Proust y
Dostoyevski, La miseria de la filosofía de Marx, El
Estado y la revolución de Lenin, El marxismo y los
problemas de la lingüística de Stalin, y un largo etcétera. Se puede
decir que, con tal bagaje, y apoyado por la familia, Äge Lahti alzó el vuelo de
Kõle Maa y no paró hasta Kukeseen. Allí estudió Artes Escénicas. Según el
biógrafo oficialista Olen Kivut, interpretó papeles tan variados como El
Espectro de Gorki, Tío Vania de Chéjov o el Hamlet de
Kózintsev, obras llevadas a las tablas por el dramaturgo Yaroslav Yefímovich,
cuyas puestas en escena fueron consideradas invariablemente exitosas. Datos
estos que considero idílicos, teniendo en cuenta que quien padece encopresis
grave, es literalmente un escusado ambulante. En otra parte asevera el biógrafo
que Äge Lahti conoció a Nadezhda, la hija de Konstantin Vähe, segundo secretario del Partido Comunista de Estonia, en el Festival Mundial de la
Juventud y los Estudiantes celebrado en Helsinki y no, como atestigua su cuñado
Jisatsu Senyūsha, en un hotel muy cerca de Alexanderplatz, en Berlín. A pesar
de tales incongruencias, Olen Kivut sí acierta en que se casaron en Tallin en
1965. Y fue a partir de entonces que a Äge Lahti se le abrieron las puertas del
Politburó como si fuesen las puertas de Hollywood. En un santiamén dejó de ser
corresponsal de deportes en un periódico de Kukeseen donde trabajó durante dos
años, para ser director del nuevo Rodina i budushcheye, algo así
como el periódico Granma o el Rénmín Rìbào (regional).
De
acuerdo con Elias Lourenço, fotorreportero del mencionado periódico que logré
entrevistar el año pasado, el camarada Äge Lahti abandonó los personajes
interpretados presuntamente en su temprana juventud para sacar, sigiloso, su
verdadera personalidad. Tras quitarse la bota que le apisonaba el pescuezo, es
decir, tras la muerte de Konstantin Vähe en 1968, poco a poco logró inocularles
a corresponsales, periodistas, fotógrafos, y hasta al aparato censor, la idea
de `visibilizar´ más allá de Okastraat el Rodina i budushcheye. "Con
tal fin, debíamos realizar una campaña para cambiar la imagen que se tenía en
Tallin de nuestro distrito, y con ello, la imagen del mismísimo Äge Lahti.
Tengo en mi poder la prueba de la primera de las falsas noticias que divulgamos
en aquel medio de desinformación, y le hablo del año setenta y tres", dijo y me
mostró un pequeño recorte:
NOTA DE PRENSA
En la mañana de este 11 de
marzo, cuando nos comunicaron que el secretario General del Partido Comunista
de la Unión Soviética Leonid Brézhnev envió a nuestra redacción una caja de
manzanas desde Moscú, los obreros y trabajadores se aglomeraron en torno a la
caja. Un clamor vehemente se alzó en las calles de Okastraat entre lágrimas y
vítores: ¡Viva el camarada director Äge Lahti! ¡Larga vida al Rodina i
budushcheye!...
Todo
ocurrió como el imperceptible aleteo de una mariposa en Austria que pronto
provoca un huracán en las Maldivas. "Le cogimos lástima por su problema
intestinal. Fíjese, después de horas en el cuarto oscuro, después de pasar el
tamiz de la censura y de seleccionar la fotografía conveniente, esa que saldría
en portada, esperábamos ansiosos la primera tirada del Rodina i
budushcheye, y a la calle. Quizás me equivoque, pero creo que fuimos los
pioneros de las `fake news´ de todos los países bálticos. Si íbamos a un bar,
dejábamos intencionalmente un ejemplar para que se corriera la voz de que
éramos un periódico de prestigio… Fotomontajes de Äge Lahti y Brézhnev por toda
la URSS como si fuese un enviado especial, inspeccionando fábricas, industrias,
cooperativas, incluso hospitales. Algo indispensable en esas imágenes era
colocarle en las manos a Äge Lahti un portafolio o un sombrero. En caso de que
la mierda le bajase por las entrepiernas en forma de vetas o hilillos, ¡esa
letrina con patas siempre llevaba abierto el postigo del sucucho!, se le
cambiaba el pantalón. Íbamos de Okastraat a Tallin. Y de Tallin a Kukeseen. Y
de Kukeseen de nuevo a Okastraat. El recorrido que acababa a las
cuatro o cinco de la madrugada lo hacíamos en un Moskvitch que tenía las
ventanillas a media asta. En invierno podías afeitarte con los carámbanos que
se formaban en el parabrisas. No obstante, preferíamos estar a la intemperie.
Permanecer un minuto en la redacción era exponerse a una cita improvisada en el
despacho de Äge Lahti. Y eso era una tortura, no digo psicológica, pero
olfativa, sin lugar a duda. Consciente de ello, en sus años de director
del Rodina i budushcheye Äge Lahti hizo de la encopresis su
máxima aliada. ¡Paska, paska!", dijo Elias Lourenço en un café lisboeta cerca de
la Loja das Conservas. Lo nombro así porque no estoy autorizada a revelar su verdadera identidad.
Gracias
al Rodina i budushcheye y al hándicap de mofeta, Äge Lahti se
abrió paso en el mundo de la política. Sus discursos eran breves, convincentes.
Cuando se celebró en Moscú el XXV Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética ahí estaba el camarada Äge Lahti como uno de los posibles relevos de
la gerontocracia que florecía como moho no solo en el Politburó, sino en el
Presídium del Sóviet Supremo, el Sóviet de la Unión, y el Sóviet de las
Nacionalidades. Millones de ciudadanos de la antigua URSS pudieron ver en
directo el Congreso, entre ellos, Nadezhda, que en cuanto vio a su esposo
pedir la palabra para rebatir al camarada Tagliatelle, el cual defendía la
tesis de que Moscú no era el ombligo del mundo comunista, fue al escritorio y
en una hoja escribió la misma frase que pronunció Elias Lourenço en uno de los
momentos de la entrevista: ¡Paska, paska! Después de pegarla con un imán en la
puerta de la nevera, fue al armario y sacó una Tokarev que había pertenecido al
padre, se sentó de espaldas al televisor, y acto seguido se introdujo el cañón
hasta el fondo de la garganta. Con el disparo los trocitos de la masa
gelatinosa de su cerebro se incrustaron de forma deliberada en la pantalla,
rivalizando así y para la eternidad con las grandes pinturas del expresionista
abstracto Adolph Gottlieb. Nunca se supo si la enigmática frase de despedida
tenía que ver con el desencanto de Nadezhda con el comunismo o con la
encopresis grave que padecía Äge Lahti. El funeral fue discreto. Ni Äge Lahti
ni Svetlana hicieron acto de presencia porque pensaban, dadas las
circunstancias, que se trataba de un suicidio político. El único familiar que
asistió fue Jisatsu Senyūsha.
A
raíz del citado incidente el camarada Äge Lahti se mudó a Kraav. En dicho
distrito, con las promesas de un plan quinquenal para acelerar el crecimiento
económico y la producción agrícola, salió electo como secretario del Comité
Ejecutivo. A partir de entonces su poder se volvió como el número Pi. Su santa
trinidad eran Marx, Lenin y Stalin. Por esa hipóstasis sacrílega Stalin sería
el Espíritu Santo, o sea, una paloma. A Äge Lahti el pueblo le temía, pero más
le temían sus subalternos, los mismos que estuvieron en su casa aquel 22 de
agosto de 1989 bebiendo sake y jugando al shōgi.
Al
otro día, más o menos a las dos y media de la tarde, Jisatsu Senyūsha llamó al
cuñado por teléfono y no respondió. Con cierta preocupación, Jisatsu Senyūsha y
Svetlana telefonearon a diversos departamentos administrativos. Nadie lo había
visto. A las cinco de la tarde decidieron dar parte de su desaparición a
Anastás Kalinin, jefe de la policía secreta de Kraav. Este les dice que
desconoce su paradero. Que por lo que le cuentan, lo mejor sería esperar que se
despierte. Quizás tendría una resaca de caballo, y por tal motivo, habría
descolgado el teléfono para que no lo molestasen. Las palabras de Anastás
Kalinin les concedió, aunque minúsculo, un ápice de esperanza. Considerando las
condiciones en que lo dejaron la madrugada anterior, era plausible su
hipótesis. A todas estas Zhyrovdy Zralnyk, Spuskovod Kryulichok, Toğıedz Tülkiu
y Daltium Bajjol se encontraban ilocalizables (más tarde se supo que habían
huido a Gotland, Suecia). A las nueve de la noche, totalmente desesperados,
volvieron a llamar a Anastás Kalinin, que se presentó en la suvila o casa de
campo de Äge Lahti con dos policías vestidos de civil. Allí lo esperaba el
matrimonio. Después de los intentos infructuosos tanto de los policías vestidos
de civil, Anastás Kalinin y Svetlana, y de tocar y vocear por todas las
ventanas de la casa, Jisatsu Senyūsha, practicante de jiu-jitsu, le dio tal
patada a la puerta que cayó derribada como en las películas de Bruce Lee.
Al
entrar a la casa, lo primero que vieron junto al sillón reclinable donde habían
dejado la madrugada anterior a Äge Lahti fue las bolas Ben Wa que Jisatsu
Senyūsha le había regalado a Nadezhda una semana antes de que se convirtiera en
la Adolph Gottlieb de Estonia. Igualmente se percataron de que el televisor
estaba encendido. Lo buscaron en las habitaciones, la cocina, el comedor, hasta
que se dirigieron al único lugar que les quedaba por recorrer: el baño. El
escenario era más que tarantinesco. Äge Lahti se encontraba en decúbito prono
con los brazos en cruz y la cabeza ladeada encima de una balsa colosal y
hedionda proveniente de sus propias entrañas. No había sangre, por lo que se
descartó que fuese un crimen de Estado. El propio Anastás Kalinin llamó a los
servicios forenses. Y tenía razón, en algún momento Äge Lahti había descolgado
el teléfono.
El
último día en la vida del camarada Äge Lahti comenzó a las cinco de la tarde, y
habitual en su rutina, tomó el baño de asiento y luego una taza de té. Al
terminar, encendió el televisor. Al instante lo atacó una especie de pavor.
Primero pensó que era una pesadilla. Una pesadilla en bucle de las que cuesta
despertar. Pero no. El pueblo había tomado las calles, no solo de Kraav, sino
de Estonia, Letonia y Lituania, nada menos que el día del Pacto
Ribbentrop-Mólotov para librarse de una vez por todas del comunismo. Un dolor, de
esos que solo vienen de la mano de Dios, al momento se apropió de su sistema
digestivo. Entonces, casi gateando, agarrándose por las paredes, logró llegar
al baño. Sin embargo, no tuvo tiempo de sentarse en el retrete. Los minutos
finales los pasó como un perro agonizando frente a la palangana que durante
años le sirviera para aliviar sus posaderas.
La
información anterior me la dio Jisatsu Senyūsha. Casualmente nos conocimos en
la presentación en Londres de Oro parece y plata no es del escritor
cubano Fidencio Palmero. Actualmente Jisatsu Senyūsha, viudo de Svetlana y
cuñado de Äge Lahti, trabaja para la Plataforma de la Memoria y Conciencia
Europea, le comuniqué a Elias Lourenço. Estábamos en aquel café de Lisboa,
aunque bien podría haber sido en un café de Cincinnati, Geraldton o Latacunga. "Amiga, cuando el barco se hunde las primeras en huir son las ratas. ¿Acaso
Jisatsu Senyūsha no era agregado cultural de Japón en Finlandia? Dejémoslo ahí.
¿Recuerda la frase final de Nadezhda? Todos lo llamábamos así. Tal frase se
puede traducir como deyección, evacuación, heces, deposición, excreción,
materia fecal, gran cagada. Bautícelo como quiera. Äge Lahti es el sinónimo que
mejor acopla con la palabra `mierda´. Lo dicho, desde que salí de la
URSS no he hecho declaraciones a ningún medio extranjero, ¡y ya tengo setenta y
un años! ¿No le parece curioso?", concluyó hierático, sentado como Vardhamāna
sobre un taburete de Ikea abrazando a un diablo espinoso, de juguete.
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