Alfred
Polgar
Espíritu,
fantasía, inspiración: todo eso está muy bien. Pero hay algo más importante: la
máquina de escribir. Con su ayuda se hace la poesía veinte veces mejor. Lápiz y
pluma son material muerto. Desgraciadamente no basta tornarlos en la mano y
dejarlos correr sobre el papel para escribir. Hay que obligarlos a formar letras
y palabras. Eso es algo muy pesado y carga con responsabilidad.
La
máquina de escribir, en cambio, no puede sino escribir, es su idioma, su única
y natural expresión. Tecleteas con los diez dedos, y si tienes un poquito de
suerte, antes de darte cuenta tienes terminada una poesía moderna con cuatro
copias.
La
máquina de escribir vive. Así como el piano está lleno de sonidos, ella está
llena de palabras y sentido.
No
hay palabra ni sentido posibles que no estén contenidos en ella. Es una fuente
inagotable de poesía, un padre Nilo de la literatura, fertiliza los dedos que
la acarician. Mi amigo y vecino, excelente escritor, tiene una máquina de
escribir. Es decir ella posee a él (pero este detalle no tiene importancia). Él
es uno con ella… no se sabe dónde el termina y donde ella empieza... igual como
el jinete y el caballo. Durante todo el día está sentado delante de la máquina
y no llega a dar alcance a su producción. Su fertilidad asombra a la coneja más
despabilada. Confiesa sin orgullo: Es obra de la máquina de escribir. En
realidad parece que en ella una palabra diera a la otra. Inconscientemente se
teje la cadena bajo los dedos movibles. Si el instrumento se ha calentado
entonces juega con el jugador. He aquí el misterio·
He
aquí también la diferencia entre la máquina de escribir, y todas las demás
máquinas: no hace solamente trabajo físico, sino también intelectual. Ahora el
poeta por lo menos el cincuenta por ciento del sudor creador. Las veinticuatro
letras obedientemente reunidas tienen poder inspirador, son duendes siempre listos
para el trabajo que invitan a que se aproveche de ellos, seres sumamente
inteligentes que desean unirse en matrimonios entre sí y que excitan los
instintos copuladores de los hombres. El fino trae-trae de los tipos, el tono
metálico del transportador cuyo timbrecito, una vocecita clara de niño, anuncia
el fin de una línea: todo eso da un ritmo en el que se mueve el mismo cerebro,
una melodía que invariablemente aspira texto. ¡Qué falto de fuerza es a su lado
el rasgar de la pluma o el silencioso murmullo del lápiz!
Otra
ventaja incalculable de la máquina de escribir consiste en que permite poetizar
con las dos manos. Así la escritura conquista lo que hasta entonces ha sido
privilegio de la oratoria. Pero la literatura tendrá su mayor ventaja de la
máquina cuando ésta llegue a producir sin necesitar el poeta adjunto. El
progreso debe dirigirse, en la máquina de escribir, como en toda máquina, en el
sentido de disminuir más y más la colaboración humana. El día en que se habrá
alcanzado la eliminación completa del escritor y la máquina de escribir
funcione sola, ese día se iniciará la edad grandiosa de la nueva poesía.
Cuentistas de Alemania libre; compilación y traducción de Alfred Kanh. Buenos
Aires, Ediciones Imán, 1936.
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