miércoles, 10 de abril de 2019

El Conde de Kevenhüller




Giorgio Caproni


(“El Conde de Kevenhüller es el signatario de un gran AVISO, fechado en Milán el 14 de julio de 1792, exhortando a la población a una “cacería general” contra una “bestia feroz, de color ceniciento todo moteado de negro, que está infestando el campo del Ducado”).


Efecto inmediato

      El AVISO del Conde fue recibido
casi con frenesí.

      La sangre siempre da alegría.
El asesinato es exultación.
Matar, un paso de danza
que roza la liturgia.

En vano

      También yo me armé.
                                             También yo
me uní a la “cacería general”.

      Batí palmo a palmo,
tenazmente, la red
densa del campo -la maraña
de la maleza.

                        La sed
me atenazaba.

                                 Tenía
el rostro en llamas.

                                     En ninguna parte,
con el corazón a punto de estallar,
descubrí el más mínimo rastro.  

Despecho

      Tiré el fusil.
                            Volví
-con rabia- a la hostería.

      La Bestia, o había huido,
o no existía.

                      (¿El Conde
-¡diablos!- alucinaba?)

La lámina

      Me senté junto
(bien junto)
a mí.

         En el helado
paraje, no había
ni un alma.

                   Era de noche.

      En penumbras.

                                   Una lámina
afiladísima -cortante
casi- era el único testimonio
superviviente
del día.

               Más allá de la cortina
batiente, oscurecía
a ojos vista.

                         La habitación
-en breve- estaría negra.

      Me apreté cada vez más junto
(cada vez más junto)
a mí.

           Alegre
por mi orgasmo, me puse
-atento- a escuchar
-con una sonrisa- mi llanto.

      (¿El eco de una minueteante pajarera?…

       ……

      Estaba oscuro.
                                 Era de noche.)

El barranco

      No, el Conde no alucinaba.
Por el contrario, había tenido olfato, el Conde.

      Día: 14 de julio.
Año: entre la Flauta Mágica,
en Viena, y, en París, el Terror.

      En él, ni el más mínimo error
de cálculo.

                     Aunque no existiera,
la Bestia estaba.

                                 Existía,
y era apremiante.

                                 En el corazón.

      Entre los árboles.

                                   Sobre el puente,
apuñalado y tembloroso.

      Salido de mi madriguera,
yo miraba- en el linchamiento
de la mente- el paisaje.

      Ante mis ojos, un barranco.

      El barranco de un aluvión.

      El barranco de la razón.

Sabio apóstrofe

               ¡Quietos! Total,
               no darán nunca en el blanco.

               La Bestia que están buscando
               está dentro de ustedes.


Sólo yo

      La Bestia asesina.

      La Bestia que nadie vio nunca.

      La Bestia que subterráneamente
-falsamente canina-
cada día te elide.

      La Bestia que te vivifica y mata…

      ……

      Sólo yo, con un nudo en la garganta,
sabía. Estaba tras la Palabra.


Desesperanza

      Me lancé una vez más
cabeza abajo.
                           A la aventura.

      En mi loco jadear,
incendié el río.
                            La bóveda
del bosque.
                      La labranza.

      Me quebré el cuello.

                                     En vano.

      En vano intenté atravesar
el muro del miedo.

Entre paréntesis

      ¿Miedo de qué?

                                   ¿De la Bestia
que -según el Conde- “infesta
el Campo”?

                           Miedo
-más bien- de mi no tener miedo,
yo, perdido en el Bosque.

Estrambote

      … La flecha
de odio.

                 La flecha
de amor.

                     La trenza
de la bella lombarda,
que obedeciendo al Conde
de Khevenhüller (sola
mujer entre machos a la cabeza
de la jauría sanguinaria)
canta exaltada y dispara
en el bosque.

                          (Pero al aire.)



    (Fragmento de El Conde Kevenhüller, 1986).


    Versión: Pedro Marqués de Armas



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