Giorgio Caproni
(“El Conde de Kevenhüller es el signatario de un gran AVISO,
fechado en Milán el 14 de julio de 1792, exhortando a la población a una “cacería
general” contra una “bestia feroz, de color ceniciento todo moteado de negro,
que está infestando el campo del Ducado”).
Efecto inmediato
El AVISO del Conde fue recibido
casi con frenesí.
La sangre siempre da
alegría.
El asesinato es
exultación.
Matar, un paso de danza
que roza la liturgia.
En vano
También yo me armé.
También
yo
me uní a la “cacería
general”.
Batí palmo a palmo,
tenazmente, la red
densa del campo -la maraña
de la maleza.
La sed
me atenazaba.
Tenía
el rostro en llamas.
En ninguna parte,
con el corazón a punto de
estallar,
descubrí el más mínimo
rastro.
Despecho
Tiré el fusil.
Volví
-con rabia- a la hostería.
La Bestia, o había huido,
o no existía.
(¿El Conde
-¡diablos!- alucinaba?)
La lámina
Me senté junto
(bien junto)
a mí.
En el helado
paraje, no había
ni un alma.
Era de noche.
En penumbras.
Una lámina
afiladísima -cortante
casi- era el único testimonio
superviviente
del día.
Más allá de la cortina
batiente, oscurecía
a ojos vista.
La habitación
-en breve- estaría negra.
Me apreté cada vez más junto
(cada vez más junto)
a mí.
Alegre
por mi orgasmo, me puse
-atento- a escuchar
-con una sonrisa- mi
llanto.
(¿El eco de una minueteante
pajarera?…
……
Estaba oscuro.
Era de noche.)
El barranco
No, el Conde no alucinaba.
Por el contrario, había
tenido olfato, el Conde.
Día: 14 de julio.
Año: entre la Flauta
Mágica,
en Viena, y, en París, el Terror.
En él, ni el más mínimo
error
de cálculo.
Aunque no existiera,
la Bestia estaba.
Existía,
y era apremiante.
En el corazón.
Entre los árboles.
Sobre
el puente,
apuñalado y tembloroso.
Salido de mi madriguera,
yo miraba- en el linchamiento
de la mente- el paisaje.
Ante mis ojos, un barranco.
El barranco de un aluvión.
El barranco de la razón.
Sabio
apóstrofe
¡Quietos! Total,
no darán nunca en el blanco.
La Bestia que están buscando
está dentro de ustedes.
Sólo yo
La Bestia asesina.
La Bestia que nadie vio
nunca.
La Bestia que subterráneamente
-falsamente canina-
cada día te elide.
La Bestia que te vivifica
y mata…
……
Sólo yo, con un nudo en la
garganta,
sabía. Estaba tras la
Palabra.
Desesperanza
Me lancé una vez más
cabeza abajo.
A la aventura.
En mi loco jadear,
incendié el río.
La bóveda
del bosque.
La labranza.
Me quebré el cuello.
En vano.
En vano intenté atravesar
el muro del miedo.
Entre paréntesis
¿Miedo de qué?
¿De la Bestia
que -según el Conde- “infesta
el Campo”?
Miedo
-más bien- de mi no tener
miedo,
yo, perdido en el Bosque.
Estrambote
… La flecha
de odio.
La flecha
de amor.
La trenza
de la bella lombarda,
que obedeciendo al Conde
de Khevenhüller (sola
mujer entre machos a la cabeza
de la jauría sanguinaria)
canta exaltada y dispara
en el bosque.
(Pero al aire.)
(Fragmento de El
Conde Kevenhüller, 1986).
Versión: Pedro Marqués de Armas
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