Un
Sade obeso, de perfil, como recortado de una pared de ladrillos que se ha
convertido en su piel. Al fondo, la cárcel, idénticas paredes, de la que parece
haber sido arrancado. Solo los labios púrpuras, el azul más encendido del ojo, y
la blanca esclerótica, rehuyen aquel empedrado suministrándole vida. El resto
son grietas, arrugas, impactos de bala.
Tales colores simbolizan la libertad, es
decir, la bandera, pero una bandera que no ondea.
Como apunta Lacan, aquí la angustia
mira a lo lejos, lo que implica mirar a la vez al futuro y al pasado. No es casualidad, nos dice, que lo que quede de él “tras
una suerte de transustanciación de décadas” y una “elaboración
imaginaria de generaciones” sea esa forma que Man Ray encontró para
representarlo: “una forma petrificada”.
DEL BAÚL
1999
Muy buena publicación. Estuve estudiando la constitución del deseo en Lacan. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias por el comentario, Jazmín y buena travesía
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