Charles Péguy
Nada es tan bello como un niño que se duerme haciendo su
plegaria,
dice Dios.
Yo os lo digo: nada es tan bello en el mundo.
Yo no he visto jamás nada tan bello en el mundo.
Y no obstante yo he visto todas las bellezas del mundo.
Y yo me conozco. Mi creación reboza de bellezas.
Mi creación rebosa maravillas.
Son tantas que no se sabe dónde colocarlas.
Yo he visto millones y millones de astros rodar bajo mis
pies
como la arena del mar.
Los días estivales de junio, de julio y de agosto.
Yo he visto las noches de invierno posadas como un manto.
Yo he visto las noches de estío calmas y dulces como una
caída
del paraíso,
Consteladas de estrellas.
Yo he visto los collados de Mosa y las iglesias que son
mis propias casas.
Y Paris y Reims y Rouen y las catedrales que son mis propios
palacios
y mis castillos.
Tan bellos que los guardaría en el cielo.
Yo he visto la capital del reino y Roma capital de la
cristiandad.
He oído cantar la misa y las triunfantes vísperas.
Y he visto los llanos y valles de Francia
Que son más bellos que todo.
Yo he visto la profunda mar, la foresta profunda, y el
corazón
profundo del hombre.
Yo he visto los corazones devorados de amor durante vidas
enteras.
Perdidos de caridad,
Ardiendo como llamas.
Yo he visto a los mártires henchidos de fe
Tenerse como una roca sobre el potro,
Bajo los dientes de hierro
(Como un soldado que se mantuviese firme toda la vida,
Por la fe,
Por su general (aparentemente) ausente).
Yo he visto a los mártires flamear como antorchas
Preparándose así las palmas siempre verdes.
Y yo he visto brotar bajos las garras de hierro
Gotas de sangre que resplandecían como diamantes.
Y yo he visto brotar las lágrimas de amor
Que durarán más tiempo que las estrellas del cielo
Y yo he visto las miradas de súplica, las miradas de
ternura,
Perdida de caridad,
Que brillarán eternamente en noches y noches.
Y yo he visto las vidas enteras, del nacimiento a la
muerte,
Del bautismo al viático,
Desenlazarse como una bella madeja de lana.
Y yo lo digo, dice Dios, no conozco nada tan bello en
todo el mundo
Como un niño que se duerme haciendo su plegaria.
Bajo el ala de un ángel guardián.
Y que sonríe a los ángeles comenzando a dormirse;
Y que ya confunde todo y no comprende más nada;
Y introduce las palabras del Padre Nuestro, revueltas y
extraviadas
en las palabras del Te Saludo, María.
Mientras que un velo desciende ya sobre sus párpados,
El velo de la noche sobre su mirada y sobre su voz.
Yo he visto los más grandes santos. Pues bien, yo os lo
digo,
No he visto jamás nada tan gracioso y en consecuencia no
conozco
nada tan bello en el mundo
Como ese niño que se duerme haciendo su
plegaria
(Como ese pequeño ser que se duerme de confianza)
Y que mezcla su Padre Nuestro con su Te Saludo, María
Nada es tan bello, y es al mismo tiempo un punto
En el que la Santa Virgen está acorde conmigo.
Y bien puedo decir que es el único punto en que estamos
de acuerdo.
Pues generalmente tenemos pareceres opuestos,
Porque ella está hecha para la misericordia.
Y está bien que yo sea para la justicia.
Fragmento de “El misterio de los Santos Inocentes”, en Clavileño, núm. 2, septiembre de 1943.
Traducción de Gastón Baquero
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