Pedro Marqués de Armas
Me fascina ese trío
que forman la vieja gorda, el niño (que al final resulta ser un puerco) y la
joven que cae muerta (o mejor, hecha cadáver) en medio de la
guagua.
Pocas veces, por
medio de personajes tan marionetescos, y a través de situación tan banal —el
caramelo que le brindan a la anónima pasajera—, Piñera mostró tanto. Desde
luego, no hay que dejar fuera a ese perito de poca monta que, a manera de
"infundios", se lo saca todo de la cabeza.
Escena original, por
esperpéntica, se atisba desde el desayuno en el Ten-Cent. Y es que entre un pie de
fruta acabado a la carrera y un torrencial aguacero ("de fin de
mundo") no puede anunciarse nada bueno.
Ya en la guagua, no
hay más que ver al niño adefesio cogiendo el caramelo con la
punta de los dedos (la escrupulosidad, la fineza del crimen); pero, sobre todo,
no hay más que oírlo cuando, desde el fondo de su animalidad y
dirigiéndose a la joven, dice: "Cómetelo".
Acto seguido la
pareja se pone a roncar (casi hasta el final del cuento), mientras la
que-será-cadáver cae de una vez y el diletante detective echa a correr sus
especulaciones.
Y entonces todo
rueda, o mejor, encaja como un juego de matrioshkas: la trama criminal
dentro de la narración; el supuesto crimen, en el imaginario culposo del
personaje; y las metáforas callejeras —a menudo frases tomadas literalmente—
dentro de ese circo que va a ningún lado y en el que, siempre a ras de los
acontecimientos, nos topamos con las descripciones más risibles y crueles, lo
mismo que con las gratuidades más sabrosas.
A otro nivel, el
guiño del narrador al personaje —por medio de otro personaje, el Capitán—
cuando lo cogen con el pastillero en el bolsillo, o sea, la prueba del delito:
"Al mejor escribiente se le va un borrón".
Piñera lo sabía: uno
de sus mejores borrones. Tal como ha contado Luis Agüero, respondiendo a un
chiste suyo Piñera le dijo en una ocasión: "No, no seré el Virgilio de La
Eneida. Pero sí el de 'El caramelo', un cuento que tú, querido, no podrás
escribir jamás...". Habría que advertirlo: ni nadie.
¿Qué circunstancias
son estas? ¿Se alude a los tiempos que corren? En efecto, asistimos al
desencuentro de dos estilos: el del hombre con rezagos del pasado
("suspendido en el abismo de la dubitación") y la grosería e
insensibilidad del colectivo.
Irónicamente,
alguien goza el privilegio de acudir en su auxilio y refrendar su tesis
"con el lenguaje llano del pueblo".
A fin de cuentas, se
trata del territorio del monstruo: bien visto, nada distingue la abyecta
pilosidad del niño-puerco de la ratonera en que se mete el sabiondo tencenero,
como tampoco, de la masa cuando expresa su asco ancestral. A la muerta:
"Tírenla por la ventanilla".
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