Ida Vitale
A veces sospecha Byobu que lo importante está debajo de la
superficie. Por eso escarba, escarba donde se le abra un espacio libre, donde
pueda alcanzar un brazo de suelo sin árboles, sin casas, sin cáscara. Ama la
tierra, la tierra húmeda de abajo, negra o gredosa, a la que desmonta de
piedrecitas —que agrupa—, de mínimos bulbos en agraz. Con brío llega a la
lombriz, que brota en la más sombra, en el humus oloroso, hebra vibrátil,
contorsionista que se retuerce gratuita, ingrata de la luz, agravando su drama.
El susto la atumora, le empalidece una parte, le amorata otra y Byobu mira y
mira ecuánime a la lívida.
Porque gustarle,
no le gusta ese falso gusano que nunca generará mariposa. De pronto, zas, la
escinde en dos. Dos lombrices trabajan más que una, arbitran más galerías,
airean lo agrumado, cumplen mejor su aplicación. Byobu, por hoy, tiene también
aireada su conciencia prolija.
Tomado de Letras Libres, Agosto 2002
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