Jorge Luis Borges
Gustave Flaubert (1821-1880) puso toda
su fe en el ejercicio de la literatura. Incurrió en lo que Whitehead llamaría
la falacia del diccionario perfecto; creyó que para cada cosa de este
intrincado mundo preexiste una palabra justa, le mot juste, y que el
deber del escritor es acertar con ella.
Creyó haber comprobado que esa palabra
es invariablemente la más eufónica. Se negó a apresurar su pluma; no hay una
línea de su obra que no haya sido vigilada y limada. Buscó y logró la probidad
y no pocas veces la inspiración. "La prosa ha nacido ayer", escribió.
"El verso es por excelencia la forma de las literaturas antiguas. Las
combinaciones de la métrica se han agotado; no así las de la prosa." Y en
otro lugar: "La novela espera a su Homero".
De los muchos libros de Flaubert, el más
raro es Las tentaciones de San Antonio. Una antigua pieza de títeres, un
cuadro de Peter Breughel, el Caín de Byron y el Fausto de Goethe
fueron su inspiración. En 1849, al cabo de un año y medio de trabajo tenaz,
Flaubert convocó a Bouilhet y Du Camp, sus amigos íntimos, y les leyó con
entusiasmo el vasto manuscrito, que constaba de más de quinientas páginas.
Cuatro días duró la lectura en voz alta. El dictamen fue inapelable: arrojar el
libro a las llamas y tratar de olvidarlo. Le aconsejaron que buscara un tema
pedestre, que excluyera el lirismo. Flaubert, resignado, escribió Madame
Bovary, que apareció en 1857. En cuanto al manuscrito, la sentencia de
muerte no fue acatada. Flaubert lo corrigió y lo abrevió. En 1874, lo dio a la
imprenta.
Este libro está escrito con indicaciones
escénicas, como si fuera un drama. Felizmente para nosotros prescinde de los
excesivos escrúpulos que limitan y perjudican toda la obra ulterior. La
fantasmagoría comprende el tercer siglo de la era cristiana y, al fin, el siglo
XIX. San Antonio es también Gustave Flaubert. En las arrebatadas y espléndidas
páginas terminales el monje quiere ser el universo, como Brahma o Walt Whitman.
Albert Thibaudet ha
escrito que Las tentaciones es una colosal "flor del mal".
¿Qué no hubiera dicho Flaubert de esa temeraria y torpe metáfora?
Biblioteca personal. Prólogos, 1988.
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